“Las brujas de Salem”, Miller ayer y hoy

“Las brujas de Salem”, Miller ayer y hoy

Por Carmen Heredia de Guerrero
Las nuevas generaciones de dominicanos no han tenido la oportunidad de conocer el teatro de Arthur Miller, uno de los dramaturgos norteamericanos más importantes del siglo XX.

Desde finales de la década de los 50 cuando el Teatro de Bellas Artes presentó “La muerte de un viajante”, protagonizada por el gran actor español Carlos Lemos, no se había presentado en el país una obra de  este gran autor. 

Flor de Bethania Abreu, directora de la Compañía de Teatro Clásico Zulema Atala Javier, con la puesta en escena de “Las brujas de Salem” nos ofrece la ocasión de acercarnos al teatro de Miller y disfrutar una de sus obras más importantes y sin duda la más controversial.

ARTHUR MILLER

Nacido en la ciudad de Nueva York, Arthur Millar, hombre de profundo pensamiento, ha sido considerado además de un hábil dramaturgo, como un moralista, muchas veces tachado de radical. De gran sensibilidad, su teatro esencialmente humanista, logra plasmar en escena las inquietudes y conflictos de la sociedad de su tiempo. La crítica social está presente en todas sus obras. En “Todos eran mis hijos”, estrenada en 1947, denuncia el cinismo de las empresas de armamentos y el impacto de la guerra sobre una familia. En su obra más importante “La muerte de un viajante”, ganadora del premio Pulitzer 1949, pone a prueba los valores morales del personaje central -el vendedor- y los de una sociedad competitiva que lleva al hombre a la obtención del éxito material al precio de la dignidad humana. En “Panorama desde el puente” aborda el tema de la inmigración.

 En 1953 estrena  “Las brujas de Salem, “The Crucible”.  Arthur Miller en esta obra hace uso de la parábola teatral -que aparece en épocas de profundos debates ideológicos- y como tal, tiene dos niveles: el relato inmediato, perceptible, y el relato oculto, cuyo espíritu debe descubrir el espectador. Aquí, narra los juicios y  la infame cacería de brujas que tuvo lugar en el pueblo de Salem, Massachussets en 1692, nivel evidente, y los conecta con los   acontecimientos de los años cincuenta del siglo XX, cuando las fuerzas reaccionarias del Comité de Actividades Antinorteamericanas, lidereadas por el Senador McCarthy empezaron a silenciar voces socialmente progresistas, relato encubierto.

Miller estuvo entre los que protestaron contra la moderna cacería de brujas del macartismo.  Acusado de actividades comunistas irónicamente por Elia Kazan, su socio y director de algunos de sus dramas, fue llamado a declarar ante el Comité, quedando convicto de rebeldía al Congreso, por rehusarse a delatar a personas que conociera en reuniones literarias. Ante tal atropello el dramaturgo señala: “Por encima de todo el horror, vi aceptar la idea de que la conciencia dejaba de ser un asunto privado para pasar a figurar como pertenencia de la administración estatal. Vi a hombres que prestaron su conciencia a otros hombres y agradecer la oportunidad de hacer tal cosa”.

La necesidad de denunciar este momento, lo hizo buscar en la historia norteamericana y desenterrar los registros de la cacería brujesca de Salem. Basado en este acontecimiento histórico, escribe “The Crucible” creando sus propios personajes. La obra atemporal, es un alerta contra la histeria de masas y la furia salvaje nacida del terror y la superstición, y pone de relieve que ocurra en el siglo que sea, “el pecado del terror público reside en que despoja al hombre de la conciencia, de sí mismo”. Escrita en un estilo simple, con palabras fáciles y  sentido figurado eficaz, el simbolismo aparece mesurado: la muñeca y los alfileres como elementos de brujería, mientras el miedo se convierte en clave que domina las emociones, el pensamiento.

LA PUESTA EN ESCENA

La prolongada carrera teatral de Flor de Bethania Abreu le permite abordar con éxito la dirección de obras de contenido, llamadas clásicas por su permanencia como ejemplos en su género. Llevar a escena “Las brujas de Salem”, obra de numeroso elenco y múltiples escenas en un reducido espacio como el de la Sala Ravelo, no es tarea sencilla. Sin embargo, el inteligente manejo de ambos elementos, a través de un funcional espacio escénico creado por José Miura y realzado por las luces oportunas de Bienvenido Miranda,  así como la interesante adaptación y dramaturgia de Iván García y Hamlet Bodden, que condensa los cuatro actos originales, sin perder su esencia,  se logra una puesta en escena digna de la obra de Miller.

El introito musical que deja oír el tambor ancestral que acompaña a la esclava Tituba –Tarsis Castro- en su mágico ritual, tiene un efecto condicionante. Es un recurso teatral atrayente, válido en su simbolismo. En aquel bosque encantado tiene lugar la danza febril que ejecutan las jóvenes desnudas bajo el sortilegio de Tituba, y que da origen a la denuncia; el acoso por brujería se extiende en todo el pueblo y se convierte en un pandemonium que desborda las pasiones.

Un marcado desnivel se advierte en las actuaciones que reflejan por un lado, la ortodoxia y el rigor de los actores formados en la vieja escuela, con muchos años de experiencia en obras de envergadura, y por el otro lado, la nueva generación de actores y actrices, talentosa pero superficial, con poca práctica en el manejo del teatro clásico.

Entre los noveles actores, Hamlet Bodden interpreta al Reverendo Parrish con poca propiedad, su actuación farsesca contrasta con el carácter persecutor del religioso. Luis Amauris De los Santos como Giles Corey, logra una buena recreación del personaje; con voz alterada en falsete y apropiada parsimonia, provoca los pocos momentos de hilaridad. Por su parte Amauri Pérez, muestra condiciones para el drama, necesarias para encarnar a John Proctor, no obstante, deberá cuidar el manejo de la voz, cuya pobre impostación la hacía inaudible por momentos.

La  imponente figura de Vicente Santos, se señorea midiendo la escena con recia personalidad,  con voz vibrante, hermosa y autoritaria, proyecta en su justa medida al inquisidor Juez  Danforth. Por otra parte, los experimentados actores, Karina Noble, Iván García y Monina Solá, elevan la escena. Como Elizabeth Proctor, Karina Noble imprime un  dramatismo enternecedor al personaje, el más humano de todos. 

Monina Solá, como Rebecca Nurce,  torna protagónico el breve papel con la verosimilitud de su actuación. Iván García construye a conciencia la personalidad del Reverendo John Hale, una especie de exorcista aparentemente siniestro. Sin embargo, la dualidad de su pensamiento no le impide ver la intolerancia que se apodera de los hombres, y las injusticias que se cometen en nombre de la fe. El sacerdote, como verdadero ministro, que antepone el amor al odio, la razón al fanatismo, va sufriendo una metamorfosis ante tanta ignominia. Las transiciones son asumidas por García con profundo sentido, con pasión. Nos conmueve la excelencia de su actuación. Esperamos el público respalde este esfuerzo de Flor de Bethania Abreu por presentar obras importantes, y así elevar la escena dominicana, dominada por tanta  banalidad.

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