“Latitudes 2004”, en el majestuoso edificio del Ayuntamiento de París

“Latitudes 2004”, en el majestuoso edificio del Ayuntamiento de París

MARIANNE DE TOLENTINO
Visitamos cuatro veces la exposición “Latitudes 2004”, que reunía a creadores visuales de Guadalupe, Martinica, Saint-Pierre-et-Miquelon, Cuba, Jamaica, República Dominicana, Trinidad & Tobago, viviendo la mayoría en Europa o Estados Unidos.

Siempre encontramos numerosos espectadores, lo que no es usual en eventos de plástica contemporánea, con expositores extranjeros –oriundos de una región que el público y los mismos críticos casi desconocen como productora de arte, aun tratándose de los Departamentos Franceses de Ultramar. La única personalidad de gran renombre francés e internacional, en la exposición, viviendo además en París desde hace décadas, era el maestro haitiano Hervé Télémaque, y su participación se ha valorado como un gesto de solidaridad con sus colegas mucho más jóvenes de la región.

Luego, contando con el respaldo del alcalde de París, Bertrand Delanöe, la organizadora de “Latitudes 2004” y de las latitudes anteriores, Régine Cuzin, que diariamente pasaba horas en las salas, supo promocionar la exposición con publicidad en numerosos paneles callejeros de la municipalidad. Esa curadora capaz y apasionada ha batallado años por el arte llamado “periférico” y lo ha ido imponiendo al menos en una plaza de alto prestigio, el Ayuntamiento -central- de París. Inteligente, hábil y firme, encuentra soluciones, hasta en circunstancias difíciles, para realizar proyectos… improbables e importantes.

Según se practica hoy en día en las instituciones públicas, “Latitudes 2004” estaba completada por actividades teóricas y de otras áreas culturales –literatura, teatro y música–. Participamos en la primera, una mesa redonda, reuniendo a artistas, críticos y escritores, en un salón abarrotado de cientos de oyentes, sobre lo Imaginario en los territorios insulares, pero cuya temática resultó mucho más amplia. Como siempre, se discutió el problema de la identidad y de su aceptación por el “centro” occidental, aunque algunos, así Mario Benjamín de Haití, apoyaban una integración global. Muchas inquietudes pues y una conclusión abierta –destacándose el compromiso ideológico de la amiga cubana Yolanda Wood–.

EXPOSICIÓN COLECTIVA DE INDIVIDUALIDADES

El decimonónico edificio del Ayuntamiento de París es inmenso e imponente, por fuera y por dentro. La programación cultural allí es rica y de calidad. Se dispone de vastos salones para manifestaciones de arte: paredes y plafones, muy ornamentados y bastante “kitsch”, contrastaban con la contemporaneidad de “Latitudes 2004”. Pero esa divergencia estilística en ambiente y arte no choca. Cuando las piezas son buenas, la pluralidad de los medios empleados y su necesario compromiso de “choque” se alían por oposición. La atención se centraba sobre cada una de las obras…  y desaparecía el entorno.

Ningún rasgo de costumbrismo o de modernidad trasnochada intervino. Era el ya establecido arte contemporáneo del Caribe, que propone sus signos de identidad, sus problemas y sus reclamos, prefiriendo instalaciones, videos (muchos), fotografías, a las categorías tradicionales y a un solo medio. Las dimensiones son grandes, todas. No hubo ninguna escultura como tal, y la pintura –era de esperar– cambia sus formatos, sus soportes, sus discursos. Hasta el propio Télémaque, emblemático de la nueva imagen, ha modificado su iconografía e incursionado en la instalación. Escritura y representación de objetos referenciales sumergen la obra en memoria y sincretismo de Haití, un homenaje al barón Samedi en dos y tres dimensiones. 

Ese perfil caracterizaría “Latitudes 2004” en un enfoque colectivo. Sin embargo cada expositor destaca su individualidad, y ciertamente a la curaduría de Régine se debe semejante definición. Una apreciación cualitativa de síntesis consideraría válidos, legibles e interesantes la mayoría de los trabajos, aunque varios se sitúan como sobresalientes. Otros pecan de hermetismo, y no siempre la tecnología, la palabra, las bandas sonoras resultan demostrativos como lo quisieran sus autores. Se tiene la impresión de que algunas obras optan por lo circunstancial y sustituible: una impronta permanente no es la preocupación principal, sino la contundencia de una posición presente.

OBRAS SOBRESALIENTES

La instalación más fuerte y llamativa proviene del único territorio insular extra-caribeño representado, Saint-Pierre-et-Miquelon. Centenares de fotos-sellos sobre la pared de una especie de contenedor, y esos mismos retratos proyectados en una pantalla gigante, ubican a los habitantes –cuyas voces dan nombre y edad– en el contexto geográfico. Un modo de afirmar que ellos son “la isla y el mar”. “Attitude d’artistes” (Actitud de artistas), colectivo de Jacky Lafargue y Louis Couturier, produjo una obra impactante.

Las grandes telas –perimetrales– del guadalupeño Thierry Alet, que llegan a tapizar paredes, funden obsesivamente palabras y signos pictóricos, que no separan las letras… Escritura, gesto, ritmos conforman letanías hipnóticas que desearíamos leer, pero tampoco necesitamos hacerlo. Esos “cuadros” insólitos buscan la reflexión sobre arte y realidad de los creadores antillanos transplantados.

El martiniqueño Jean-François Boclé extendió en el suelo una instalación “povera”, que se refería a la marginación y al desamparo de los migrantes y emigrantes oriundos de las Antillas y de África. Cuerpos  yacentes, encogidos, informes, construidos en trapos de colores, sugerían a  “excluidos” –de cualquier origen–, conformando islotes de miseria en el mar de la metrópolis. Fotografías gastadas reforzaban el  trágico mensaje.

Fue el haitiano Maxence Denis que presentó la mejor vídeo instalación, colocando sus siete monitores sobre una estructura cruciforme, signo del barón Samedi –¡otra vez!–  Las imágenes numeradas alternaban y sumaban la denuncia política, la fractura social, recortes de prensa, testimonios rituales, con mezclas sonoras paralelas en su compromiso.

De la República Dominicana el único artista invitado fue Marcos Lora Read, que acaba de residir un año en Francia y simultáneamente con “Latitudes 2004” expuso individualmente en una galería de las Place des Vosges. Marcos trató su gran tema de la trata de esclavos, las mutilaciones y las marcas infamantes, a lo largo de la historia antillana y dominicana. Una instalación vertical de pared, exquisitamente labrada, tenía cosidos paneles apergaminados, evocando la piel humana. Cuando el espectador caminaba por delante, censores difundían una música de bachata y se iluminaban zonas de la obra y fechas históricas claves. Sin embargo la ubicación, en teoría excelente entre dos salas, y la discreción volumétrica favorecían que uno pasara sin advertir necesariamente la instalación y el mecanismo de participación.

Régine Cuzin, que había traído aquí “La Ruta del Arte en la Ruta del Esclavo”, con gusto hubiera repetido esa hazaña con “Latitudes 2004”, pero ella misma reconoció los costos enormes y las dificultades de traslado de una exposición monumental. Pero no se descarta que, algún día, ella aporte de nuevo la riqueza de su experiencia y su compromiso.

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