“Lo mío” y continuidad del Estado

“Lo mío” y continuidad del Estado

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Una de las intenciones de los dirigentes políticos, al llegar al poder, es de proclamar que le darán la continuidad del Estado, asumiendo los proyectos que sus antecesores habían iniciado, y no pudieron concluir en su período de gobierno. Tal promesa siempre cae en saco roto, cuando los intereses de los que ganan son los que buscan la recuperación de lo invertido en la campaña del ganador, o preparse para asaltar las arcas del Estado para su beneficio.

“Lo mío” ha estado presente en la cultura política vernácula desde tiempos inmemoriales. Se espera que los presidentes, o dictadores de la ocasión, se acuerden de uno para que los nombren en cargos apetecibles para buscársela y salir de pobre sin tener un Loto o un billete de la Lotería.

Con esa actitud egoísta de los neófitos funcionarios, o de los zorros que logran colarse en todos los gobiernos, el país se atrasa en el desarrollo ya que todo es por un impulso de ocasión, e interés del gobernante para un determinado proyecto, ya fuera de presas, carreteras, invernaderos o metros, de forma tal, que obras iniciadas, o instituciones en proceso de consolidación, se paralizan por falta de recursos, y se caen de manera estrepitosa, provocando las reacciones de las comunidades que elevan sus protestas y reclamos de que se continúen los trabajos, dándole continuidad a las obligaciones del Estado.

El asalto de los recursos públicos, a nombre de buscar “lo mío”, es parte de la cultura política corrupta, en donde, si un funcionario honesto ocupa una posición y sale de la misma más pobre de cómo ingresó, se le tilda de tonto, mientras los más avispados logran amasar fortunas, que luego se transforman en la boleta de entrada para codearse con lo más rancio de la sociedad dominicana, ocupar lugares señeros en el jet set, en los campos de golf, en las degustaciones de vinos, en la exhibición de vehículos de lujo, de las revistas sociales de los diarios y de la televisión, etc. sin el más mínimo rubor de cuál fue el origen de su afortunada riqueza.

Un cargo, en cualquier gobierno, se considera como un premio a cometer los latrocinios flagrantes, sin temor a sanciones, y lo visto por el país en los últimos 45 años, es algo de terror y espanto, de cómo miles de millones de pesos se han desviado hacia las riquezas personales, ya que no se busca al más capaz y más trabajador, sino que se premia a quien aporte más para la campaña del candidato triunfador. Así se reservan los cargos ministeriales que manejan más dinero para la construcción de todo tipo de obras públicas, para el suministro de mercancías, medicinas, equipos, etc., a quienes fueron generosos con sus fortunas, muchas forjadas al calor de anteriores cargos, con jugosos contratos, que pese a tener que aportar sólidas comisiones, les queda lo suficiente para enriquecerse, ya que son obras o mercancías sobrevaluadas con el consentimiento de quien recibirá un beneficio y es parte del tinglado de “lo mío”, puntal nuclear para ocupar un cargo.

Donde es evidente el desvío de recursos en con aquellos créditos internacionales, que no previenen del BID, AID o Banco Mundial, sino de otros tipos de agencias de crédito privadas que otorgan préstamos, que desde antes de aprobarse e iniciarse los desembolsos, ya se han repartido jugosas comisiones. Y si el proyecto así financiado no se concluye en el período de gobierno de los funcionarios beneficiados con comisiones, entonces, cuando se inicia la siguiente administración, aún cuando sea del mismo partido, la obra, compra de equipos o de mercancías, se paraliza. Ya no queda dinero para repartir, entonces, el nuevo funcionario, al no ver la gratificación que recibieron los antecesores, pierde el interés y se inicia el vía crucis, no solo del organismo que facilitó el crédito, ya está tranquilo por saber que se trata de un compromiso de Estado, pero las comunidades ven cómo se suspenden los trabajos, se deterioran las obras y equipos no instalados; no existe un interés real para concluir las obras iniciadas. Eso ocurre en obras de agua potable, carreteras, equipamientos de hospitales, escuelas, etc.

No hay dudas que ser funcionario de los gobiernos criollos, es un gran negocio. Ya no se necesita ser pelotero, farandulero, narcotraficante, evasor y contrabandista, para hacer fortunas ostentosas, sino que dilapidando el dinero de los contribuyentes, que ahora se anunció, con muchos bombos y platillos, de cómo se invierte lo recaudado en obras públicas. Se sabe que una buena parte corresponde a la ración del boa, y de lo “mío”, como una recuperación de lo invertido, ya sea abriendo generosamente las carteras y cuentas bancarias, o siendo un feroz activista para lograr la inclinación del votante a la causa que sustenta el candidato que ganará las elecciones. El premio es un cargo con mucha “grasa”.

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