Una vez más el Ballet Nacional Dominicano pone en escena Los colores de la danza, una producción donde la música, la pintura y la danza, se funden a través del movimiento en un ideal estético.
El espectáculo presentado el viernes en la sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes, basado en la idea de Marinella Sallent, directora de la institución, responde a una acertada y cuidadosa producción de Aidita Selman.
A través del tiempo la creación pictórica ha inspirado la música, ejemplo de ello son las Goyescas de Granados, a su vez la música, desde siempre, ha motivado la danza convirtiéndose en parte consustancial de ella.
Esta vez, la música y la pintura de dominicanos han despertado el interés de nuestros hacedores de danza, quienes además han sustentado sus creaciones con hermosos poemas del parnaso nacional.
En el trabajo coreográfico de Elizabeth Crooke: Ritus, sobre la obra Mandala de José Miura y la música de Dante Cucurullo Pinceles para un ángel, hay una mirada hacia la génesis: de dónde venimos y qué somos, y en sintonía con la alegoría del Mandala utiliza con profusión el círculo, la forma espacial más primitiva, para sus evoluciones, enlazando así la separación del alma y el cuerpo. Los colores, la música, el movimiento continuo en perfecta armonía, se convierten en un poema, avisado por el chamán.
En un cambio sustancial Elizabeth Crooke toma del surrealismo de la obra de Fernando Ureña Rib Serie de fusiones de carnaval y Orgánica XIII, los elementos de la corporeidad de los trazos y los transforma en actividad lúdica de gran belleza, al compás de las composiciones de Darwin Aquino, y la Suite Macorix de Bienvenido Bustamante.
La obra Colgando junto al fardo de mi memoria del artista plástico Dustin Muñoz, monocromática, pero elocuente dentro de un espacio pletórico de símbolos, inspiró a Carlos Veitía para la creación de su bellísimo ballet Espíritu del mar y vientre de la tierra, en el que traspasa el lenguaje espacial de los colores a los movimientos en una danza vital. El Concierto para saxofón de Bienvenido Bustamante sirve de acompañamiento al ballet, exquisitamente interpretado por Lisbell Piedra y Maykel Acosta. Como complemento, el poema Yelidá de Hernández Franco, sustancia la obra.
En un rompimiento estilístico, Veitía corporiza el movimiento de las figuras de rostros velados y atmósfera de brumas, de la obra Jardín encantado de Amaya Salazar, y las dotas del contagioso ritmo vernáculo El chenche matriculado de Fellé Vega.
Salida del lienzo, llega La dama del parque sugestiva obra de Elsa Nuñez, en la que la figura recurrente de la mujer es tema, argumento. Isadora Bruno toma esa mujer y sus añoranzas, para su magnífico ballet La dama del parque, escogiendo con gran acierto la música de José Dolores Cerón.