La música, la pintura y la danza, fundidas a través del movimiento en un ideal estético, responden a la aspiración de esta propuesta Los colores de la danza que presenta el Ballet Nacional Dominicano para celebrar el 30 aniversario de su fundación.
A través del tiempo la creación pictórica ha inspirado la música, a su vez la música ha motivado la danza convirtiéndose en parte consustancial de ella. La música y la pintura de dominicanos han despertado el interés de nuestros hacedores de danza, quienes además han sustentado sus creaciones con hermosos poemas del parnaso nacional.
El espectáculo basado en la idea de Marinella Sallent, directora de la institución, responde a una acertada y cuidadosa producción de Aidita Selman, en la que no se ha obviado un solo detalle, pero más allá de lo visual y la parafernalia, hay una intensión, una impronta que lo marca y dimensiona y es, la exaltación de la dominicanidad, y la búsqueda de una expresión de danza que nos identifique y que de alguna manera concilie la cultura nacional.
En el trabajo coreográfico de Elizabeth Crooke: Ritus, sobre la obra de José Miura, Mandala, y la música de Dante Cucurullo Pinceles para un ángel hay una mirada hacia la génesis, de donde venimos y que somos, y en sintonía con la alegoría del Mandala utiliza con profusión el círculo, la forma espacial más primitiva, para sus evoluciones, enlazando así la separación del alma y el cuerpo. Los colores, la música, el movimiento continuo en perfecta armonía, se convierten en un poema, avisado por el Chaman. El colectivo nacional con profesionalidad transmite la belleza y significación del todo.
Elizabeth Crooke toma del surrealismo de la obra de Fernando Ureña Rib Serie de fusiones de carnaval y orgánica XIII, los elementos de la corporeidad de los trazos y los transforma en actividad lúdica de gran belleza, al compas de las composiciones de Darwin Aquino, y la Suite Macorix de Bienvenido Bustamante.
La obra Colgando junto al fardo de mi memoria del artista plástico Dustin Muñoz inspiraron a Carlos Veitía, para la creación de su bellísimo ballet Espíritu del mar y vientre de la tierra, en el que traspasa el lenguaje espacial de los colores, a los movimientos en una danza vital. El Concierto para saxofón de Bienvenido Bustamante sirve de acompañamiento al ballet, exquisitamente interpretado por Lisbell Piedra y Maykel Acosta. Como complemento el poema Yelidá, de Hernández Franco, sustancia la obra.
En un rompimiento estilístico, Veitía corporiza el movimiento de las figuras de rostros velados y atmósfera de brumas, de la obra Jardín encantado de Amaya Salazar, y las dota del contagioso ritmo vernáculo El chenche matriculado, de Fellé Vega.
Salida del lienzo, llega La dama del parque sugestiva obra de Elsa Nuñez, en la que la figura recurrente de la mujer es tema, argumento. Isadora Bruno toma esa mujer y sus añoranzas, para su magnífico ballet La Dama del parque, escogiendo con gran acierto la música de José Dolores Cerón, el poema sinfónico A la caída de la Tarde.
El embrujo colorista de Elsa Núñez se plasma en la escena, hay una simbiosis entre colores música y danza, que nos hace vibrar, que nos transporta a ese mundo existencial y mágico de Elsa, a través de los movimientos pincelados por Isadora Bruno, en una formidable correspondencia con el expresionismo de las formas. El poema Una Mujer esta sola, de Aida Cartagena, es el marco perfecto para esta obra de arte.
Con una muestra estilizada de nuestro ritmo Bailemos el merengue basado en la obra Sinfonía en Azul de Aquiles Azar, cierra el espectáculo. El poema Paisaje con un merengue de fondo, de Franklyn Mieses Burgos y la música de Toño Abreu Caña Brava cierra este espectáculo memorable, en el que no podemos dejar de destacar la riqueza del vestuario diseñado por Nicole Jiménez, apropiados a la paleta de cada obra pictórica, resaltados por las luces de Bienvenido Miranda. Felicitaciones al Ballet.