JOSELIN RODRÍGUEZ
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Los miserables, el afamado musical basado en la obra homónima del escritor francés Víctor Hugo, llegó a la sala principal del Teatro Nacional Eduardo Brito y de inmediato envolvió en su trama a todo el público.
Este espectáculo es un verdadero canto a la libertad, a los sueños de tener un mundo mejor habitado, al amor puro y sincero y a la amistad, como quedó demostrado en sus casi tres horas de duración.
Durante la función del pasado jueves -que inició a las 8:50 de la noche- cada una de las personas que intervino en su montaje logró que la audiencia se trasladara a la Francia de principios del siglo XIX con sus vestuarios y su magnífica escenografía.
En ningún momento la obra cae, sino todo lo contrario, pues es muy movida, repleta de diálogos y canciones maravillosas -que hacen aflorar los sentimientos y llegan a conmover al público hasta el punto de sacarle lágrimas- y de escenas también cómicas, muy bien logradas por Nuryn Sanlley y Kenny Grullón, los malvados de la trama.
La obra se desarrolla en dos actos. El primero transcurre en cuatro etapas: 1815, en Digne; 1823, en Montreui-Sur-Mer y Montfermeil, y 1832, en París. La segunda parte continúa en París con un intento de revolución encabezado por Enjolras (Héctor Aníbal), quien conquistó fuertes aplausos por su tremenda actuación.
Frank Ceara, en su personaje de Jean Valjean; Antonio Melenciano como el antagonistaJavert- el incansable militar que siempre anda tras las pistas de Valjean; Cecilia García en su breve y emotivo personaje de Fantine; Carolina Rivas como la enamorada Eponine y el resto del elenco se ganaron los aplausos y vítores de la gente con sus magníficas actuaciones.
Al final, el público se rindió a sus pies.
La clave
Momentos cumbres
El musical, producido por Carolina Rivas y Luichy Guzmán, tiene muchos momentos cumbres. Uno de ellos es cuando Jean Valjean perdona la vida a Javert, su perseguidor, a quien le dice que entendía que cumplía con su deber.
Otro momento estelar es el triste final que tiene Javert, cuando decide tomar una drástica decisión acosado por el remordimiento.