“Los Temores Irracionales”

“Los Temores Irracionales”

Dr. Huberto Bogaert García
Aunque el miedo provoca trastornos de conducta, es conveniente aclarar que no siempre es psicológicamente negativo. En muchas situaciones logramos conservar nuestra existencia gracias al miedo. Sin negar que hay ocasiones en que puede convertirse en una limitación para el buen desenvolvimiento conductual, el miedo puede constituir un factor indispensable para la preservación del yo.

El miedo es una expectativa; la vivencia anticipada de que un objeto real o imaginario puede agredirnos o hacernos daño. A diferencia del susto, que se apodera del sujeto sin ninguna previsión, el miedo es resultado de la proyección de un mal.

Los seres humanos siempre han experimentado temores, cuya naturaleza varía dependiendo tanto del tipo de sociedad como de las circunstancias biográficas del individuo. En la sociedad occidental industrializada, por ejemplo, es frecuente el miedo a la soledad. La incomunicación relativa entre los seres humanos suele fomentar esa expectativa temerosa. En la sociedad dominicana, donde la comunicación afectiva conserva mayor grado de calidez, la soledad no suele ser tan temida.

Por otra parte, existen temores universales y uno de ellos es el temor a la muerte. Ningún otro acontecimiento afecta tanto al narcisismo del ser humano. El dolor provocado por la muerte de nuestros seres queridos nos conduce a anticipar el día de nuestra propia desaparición. En ese sentido, el drama de la muerte puede conllevar un temor normal y razonable o un temor irracional.

Desde el punto de vista psicológico, llamamos fobia al temor irracional, usualmente exagerado, hacia un objeto o situación. Existe la fobia a los animales (zoofobia); a los espacios abiertos (agorafobia); a los lugares cerrados (claustrofobia), etc. El número de objetos y situaciones que pueden devenir fobígenos es ilimitado. Sin embargo, el psicólogo clínico se interesa primordialmente en los factores motivacionales inconscientes y en las relaciones familiares que determinan el surgimiento de la angustia. Es esa angustia la que se convertirá en un temor irracional.

La angustia podría definirse como un temor sin objeto; como esa inquietud interior que resulta del incremento de la tensión nerviosa producida por la dinámica de los impulsos inconscientes del individuo. Estos factores motivacionales inconscientes se organizan en conexión con la vida de relación interpersonal y familiar. Algunas personas están mas predispuestas a experimentar la ansiedad del «nerviosismo» en razón a los traumas que han vivido durante la infancia. Ese potencial ansiógeno es lo que se convierte en candidatos a la neurósis, si se dan determinadas condiciones externas. Entre esas neurósis tenemos las fobias o temores irracionales.

Es en la infancia que usualmente se crean las condiciones que determinarán la aparición de los temores irracionales durante la juventud o la adultez. En otras ocasiones, diferentes factores inciden para que ya desde la infancia encontremos manifestaciones marcadas de temor en los niños. Algunos casos son frecuentes en la consulta psicológica: el temor al agua, como resultado de algún susto acaecido en la bañera o en la playa; el temor ante ciertos objetos del hogar, como por ejemplo el inodoro; los temores aprendidos por identificaciones con un padre temeroso, entre otros.

En los niños

En el caso de los niños, es conveniente adoptar toda una serie de medidas preventivas para evitar que determinados objetos o situaciones se conviertan en fuente de angustia. En ese sentido:

1) No es conveniente que un niño, incapaz de caminar y de mantenerse de pie con seguridad, se deje solo en la playa. Las sensaciones cutáneas de inestabilidad, provocadas por el movimiento del mar, pueden generar un temor fóbico a la playa.

2) Para infundir confianza en el niño es aconsejable explicarle el origen de ciertos ruidos, como el de la batidora, la aspiradora, etc. Si el niño tiene un año y medio o más, es conveniente enseñarle a encender y apagar esos electrodomésticos, ya que ese aprendizaje le proporciona dominio y control sobre su entorno.

3) A partir del segundo año de vida el niño debe comenzar a controlar sus esfínteres. Debe usar primero una bacinilla y luego el inodoro. Se le debe explicar en qué consiste ese último dispositivo y hacia dónde van esas partes estimadas de él mismo que son sus heces fecales. De lo contrario, puede surgir un temor fóbico al inodoro, que luego podría transformarse en una expectativa fóbica con respecto a las incertidumbres del destino.

Para evitar la conducta fóbica en el niño y, posteriormente en el adulto, es necesario evitar las situaciones repetidas que despiertan angustia; y sobre todo, conviene estimular al adulto para que ponga en palabras lo que el niño vive. De ese modo, el mundo será despojado de los signos amenazantes que están originando las fobias.

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