“Mantengo un diálogo contínuo con García Márquez”

“Mantengo un diálogo contínuo con García Márquez”

Decir que una obra de Pedro Antonio Valdez tiene sustancia y está bien escrita es no decir nada nuevo. Él nos tiene acostumbrados a altos niveles de calidad literaria desde aquel estupendo cuento “El mundo es algo chico, Librado”, premiado en el Concurso de Casa de Teatro y que fuera una excelente carta de presentación de un escritor que inició con un estilo propio que ha ido puliendo a lo largo de una exitosa carrera literaria, refrendada por los más importantes premios nacionales.

De manera que no sorprende encontrar en “La salamandra”, premio de novela 2010, publicada por el prestigioso sello Alfaguara, una obra ingeniosamente estructurada, impecablemente escrita, que aborda una historia espinosa, nada convencional, que sumerge al lector en los complicados vericuetos de una sórdida relación amorosa que surge por -y se desarrolla al mismo tiempo que- las actividades delictivas de un grupo criminal tan extraño que roza lo estrambótico.

La novela brilla por su técnica, personajes y tratamiento, pero hay un elemento que llama particularmente la atención: el olor, oler. Además de los tópicos que usa para describir la ciudad de Nueva York o recrear su atmósfera, como el metro, el autobús, el Central Park, avenidas, puentes, edificios…, Pedro Antonio nos muestra a Manhattan a través de olores: a orina, a pasto, a podredumbre, basura, smog, humedad, alcohol, sexo, sangre.

Si bien los personajes de la obra dan buen uso a sus órganos sexuales, el olfato es tal vez el sentido más sobresaliente de la historia. De hecho, el protagonista lleva su empleo a extremos caninos.

PAV. Eso estuvo en el plano original. En el transcurso de la historia, el protagonista va sufriendo una transformación, y parte de ello, además de un descuadre hormonal, es el desarrollo del olfato, como ciertos animales.

Pedro Antonio señala que el protagonista es fundamentalmente un ser mediocre, sin muchas expectativas de la vida, un poeta fracasado. “Para mí era importante que ese personaje fuera así por lo que sufriría luego en la historia; él habla en algún momento de que existen historias increíbles y que él estaba involucrado en una, e intenta dar una explicación de lo que él  considera es increíble; entonces yo necesitaba este personaje extremadamente convencional, muy odioso, un don nadie, que parecería no merecer nada importante en su vida”.

El contrapeso de este ser anodino es Samantha, un personaje dual, a un tiempo deseable y despreciable, oportunista y desleal, manipulador e irresistible.

PAV. Samantha es la clásica vampiresa, en el sentido clásico de la literatura y el cine, una mujer que no es ni buena ni mala, que toma sus decisiones sin que necesariamente se ajusten a determinados cánones morales, porque está por encima de las cosas. Si yo le fuera a asignar un símbolo, diría que Samantha es como es la mujer, que sale a camino a pesar de todo.

El protagonista y Samantha están, como la casi totalidad de los personajes, bien bordados, y uno acepta sin inconvenientes sus rarezas, sus excentricidades, a excepción del Chief y sus secuaces de la banda criminal, quienes dejan ver un poco las costuras del arquetipo.

PAV. Yo los quise manejar tipo cómic. Son personajes un poco estrambóticos, llanamente expresivos, que no se ven como personas normales, sino amanerados, distintos a los demás.

El otro gran personaje de la novela es Nueva York, ciudad de la que Pedro Antonio hace un gran retrato físico y sensorial, pero mantiéndola a raya, evitando que se trague a los demás personajes, como es fama que suele hacer esa gran urbe. “Lo logré tratando de reflejarla como yo la viví, como yo la sentí, mezclando recuerdos con notas que luego tomé a propósito de esta novela”.

Macondo en Manhattan. “La salamandra” tiene chispazos de realismo mágico, elementos maravillosos colocados hábilmente allí donde la razón se quiebra, por el delirio o por la ficción forzada a su máxima tensión.  Uno se extraña del recurso porque cree que eso solo puede ocurrir en ciudades latinoamericanas o del tercer mundo, de las que el Macondo garciamarquiano es el emblema.

PAV. Nunca he cortado mi vínculo con la literatura del “boom”, especialmente con García Márquez; mantengo un diálogo continuo con él; creo que García Márquez es nuestro Cervantes y que “Cien años de soledad” es nuestro Quijote. En el caso de Nueva York, uno encuentra muchas situaciones que parecen salidas de una imaginación afiebrada pero que ocurren en la realidad.

Yo viví cuatro años allá y recuerdo el caso de una señora que mantuvo mucho tiempo los restos humanos de uno de sus gemelos guardados en una caja de zapatos dentro de un closet. Además, Nueva York es la ciudad gótica por excelencia; se aprecia en el contraste entre luces y sombras,  en los espacios vacíos que inexplicablemente nadie ocupa. Esa ciudad cuenta con toda una mitología urbana que refiere que en las tuberías subterráneas viven cocodrilos, o que hay puentes levantados sobre huesos.

Aunque me pareció ver, de fondo, una denuncia sobre la situación social y económica del inmigrante que deambula sin esperanza por las calles o sufre precariedades en el encierro de un estrecho apartamento, Pedro Antonio rechaza ese propósito en su novela. “Yo considero que esa deuda la han pagado otros que han escrito sobre la migración; sí me interesó la presencia de unos personajes fuera de rango, que no pertenecieran a esa ciudad, solitarios, con un mundo propio o cierta autonomía para moverse.  Por eso una historia como esa solo la pude haber escenificado en una ciudad como Nueva York; en República Dominicana no me era posible, pues aquí no hay manera de ser solitario”.

“La salamandra” es una novela dentro de una novela, pero Pedro Antonio no le da mayor importancia a esta técnica usada hasta la saciedad, ni pretende originalidad con ella, llegando incluso a burlarse del recurso cuando el narrador-protagonista, próximo a cumplir su deseo de hacer un triángulo sexual  con la pelirroja y la boricua, califica de manida, lugar común, la excusa encontrada para llegar al apartamento donde ocurrirá el encuentro.

Buscando ese mismo efecto, el autor emplea humor en diálogos y situaciones para restar solemnidad a la narración cuando esta amenaza con volverse didáctica o filosófica.

Destacan las reflexiones que hace el narrador-protagonista sobre la poesía, la literatura, el amor, la muerte, la guerra, la mujer,  los museos; pensamientos, sin embargo, que hay que tomar con pinzas, pues a veces da la impresión de que el autor, aprovechando algún descuido del  protagonista, mete su cuchara para ironizar sobre estos asuntos.

PAV. Es una coincidencia; por lo regular trato de elegir a un protagonista que tenga amplia capacidad de pensar, independientemente de su experiencia intelectual o literaria; pero yo no hablo de cosas serias ni profundas, en la intimidad, soy muy elemental, pienso qué voy a comer o a qué hora me iré a dormir.

Aguilucho furibundo, Pedro Antonio hace referencia en su novela al aguerrido equipo cibaeño que, por cierto, fue barrido en el último torneo de béisbol.

En la puesta en circulación de “La salamandra” le obsequié una escoba al autor, a propósito de la derrota de su equipo. Durante unas semanas temí represalias, pero luego recordé que no soy liceista ni escogidista, y que nadie toma venganza de un estrellista como yo.

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