“No sé si hay un final feliz, pero baile, baile sí habrá”

“No sé si hay un final feliz, pero baile, baile sí habrá”

En la película My best Friend’s Wedding, George Downes, el personaje interpretado por Rupert Everett, le dice a Julianne Portter (digamos que la villana interpretado por Julia Roberts): “Tal vez no habrá boda, quizás no haya sexo, pero juro por Dios, que baile sí habrá”, y la saca a bailar como un intento para desprenderle en una vuelta interminable, su miserable soledad, ella incrédula, acepta sonríendo.

Carlos Fuentes, en su libro “En esto Creo” narra un breve historia que me parece  encantadora, cómo en una noche en un lugar donde bailan tango, en la avenida Rivadavia, en Buenos Aires, conoció a la “reina de la pista”. Y Citó: “Una muchacha ciega, con anteojos oscuros y vestido floreado.

Una Delia Garcés renacida. Era la bailarina más solicitada. Dejaba sobre la silla su bastón blanco y salía a bailar sin ver, pero siendo vista. Bailaba maravillosamente. Le devolvía al tango la definición de Santos Discépolo: Es un pensamiento triste que se baila. Era una forma bella y extraña de amor bailable, simultáneamente, en la luz y la oscuridad. La media luz, sí”.

Me identifico con George Downes, y con esa chica ciega que Carlos Fuentes no podía dejar mirar.

Creo que vivir es una danza y todo tiene un ritmo. Como la chica ciega salgo a bailar con la vida todos los días, yo puedo ver, pero mi corazón tiene algún tipo de ceguera, porque un corazón que no busca hacer daño le resulta difícil ver la maldad y como George Downes le he tendido la mano a alguien para que vuelva a la pista de baile, aunque luego me provoque un profundo dolor, lo importante es que se bailó, se aprendió, se vivió.

En mis días de estudiante recuerdo un chico sordomudo que escribió: “El sonido que más necesito es el latir de mi corazón, el sonido que más disfruto es el latir del corazón de la mujer que amo, el sonido que más extraño es el latir del corazón de mi madre, soy un privilegiado que no escucha, sino que siente el sonido; quien podría sentirse incompleto con tanta cercanía, que calentaría el centro más frío de los polos, ni siquiera yo, que soy un sordomudo que escucha el corazón de la mujer que ama, que baila con la melodía que se desprende de ese corazón, si eso no es el amor, si eso no es bailar, si eso no es vivir, no quiero ni saberlo, ni quiero que me despierten”.

Bailar es estar cerca y eso nos expone a la felicidad y al dolor por eso bailar es vivir y el baile de la vida no excluye a nadie, ni siquiera a los rebeldes como yo, que un día me invitaron a bailar y me dijeron: “ese es tu problema que no te dejas llevar”.  

Lo cierto es que la única manera de entrar de vuelta a la pista de baile es porque hacemos una elección: levantarnos, empezar de cero, con nuevos pasos de baile que nos obligan a inventar una ilusión, una esperanza, porque por más destrozado que nos hayan dejado el corazón, si sigue latiendo, significa que hasta un sordomudo podría escucharlo, hasta una ciega podría soltar el bastón y bailar al compás de su latido y hasta una rebelde como yo podría invitarlo a bailar.

La vida tan sabia como es, nos prepara esa pista de baile y espera pacientemente nuestra entrada valiente, porque sabe que lo más irresistible es la posibilidad de poder desatar todo ese amor amontonado y encadenado que cargamos dentro por miedo a ser lastimados otra vez. Así que elijas una  pareja de baile o decidas bailar solo, no importa, porque no sé si habrá un final feliz, pero de que habrá baile, lo habrá, de eso estoy segura. ¡Namaste!

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