La obra Obsesión en el 507, de Giovanny Cruz, se acerca a la tragedia moderna, o hablando en términos de cine, un thriller en clave de comedia y apunta esencialmente a entretener al público. El autor construye la obra a partir de un texto elaborado con fluidez, cuya motivación la encontramos en la estética del cine, con un particular enfoque dramático y semiológico. El suspense como actitud psicológica producida por la estructura dramática en tensión, está bien utilizado, y la acción, organizada de manera que el personaje objeto de nuestra inquietud, no pueda eludir su destino. Giovanny Cruz maneja el humor ingenioso, con acierto, presente en todo momento hasta en los de mayor tensión. Hace galas además de una erudición del quehacer teatral y de la cinematografía. De ahí la inteligente utilización de situaciones y parlamentos sacados de famosos filmes. Todo esto permite al autor-director lograr consonancia entre el discurso textual y el escénico, enmarcado éste, en una atractiva y alegórica escenografía, -pantalla de televisión incluida- elemento esencial diseñada por Ezequiel Taveras y realizada por Carlos Ortega, perfectamente iluminadas por la eficiente Lillyanna Díaz. Los protagonistas desarrollan la acción a un tempo sostenido, que permite la rapidez o mesura de los parlamentos y los cambios a las transiciones entre cada actuación. Este ritmo apropiado es elemento fundamental para la buena percepción de la obra. Las protagonistas responden a nombres de actrices escogidos para la elaboración de la fábula. Yorlla Castillo -Lucrecia Taylor- produce una estupenda caracterización de la pretendida estrella de cine. Con gran talento para la comedia, esta joven no es ya una promesa, es una verdadera actriz de la nueva generación. Por su parte, Fiora Cruz Carretero Blanche Borgia- con personalidad y tabla, proyecta el personaje un tanto antagónico, y es que, como dice el adagio, de casta le viene al galgo, ella hace honor a sus progenitores. El tiempo será su mejor aliado. El tercer personaje desencadenante de la trama, -profesor Homero Borges- encuentra en Mario Lebrón magnífico exponente. El final es ¡de película!