Encontrarnos en el Palacio de Bellas Artes para ver una pieza de Franklin Domínguez interpretada por algunos de los actores de ayer, aún vigentes, ha sido retrotraernos en el tiempo.
Ojalá hoy fuera ayer es una obra que responde al criterio estético de lo dramático, donde el acontecimiento se desarrolla ante nosotros en un presente inmediato, y se limita a momentos excepcionales de la vida. En esta obra, como en otras tantas de su autoría, Domínguez tiene la intención implícita de llamar a la reflexión. En su argumento, el protagonista -Alberto Monleón- colocado en un plano de irrealidad -momentos después de su muerte- ve pasar a sus padres y a todos aquellos que en vida fueron sus amigos, a los cuales traicionó. Asombrado ante su propia ignominia, pide otra oportunidad, como si fuese posible volver al ayer.
La lúgubre escenografía acoge a los actores, y únicamente ellos aportan con sus vivencias a la teatralidad. Por su fragmentación, la obra acusa un ritmo lento, con un desarrollo lineal, carente de clímax. Allí no hay conflicto, todo está expuesto, pero hermosamente expresado.
La traición es leiv motiv y adquiere ribetes contemporáneos cuando Monleón es acusado por el político de venderse, de convertirse en lo que hoy se conoce como un tránsfuga.
Sócrates Montás consigue una actuación creíble, logrando la transición al comprender su errado proceder. El consejero espiritual es un personaje ambiguo, es conciencia crítica, que Iván García explora en toda su dimensión.
La escena final entre brumas, es impactante. Los actores, a manera de coro griego, recriminan, acusan y sentencian. El mal siempre se paga, a veces tarde, en el más allá.
Zoom
Actuaciones
Muy buenas
Don Emilio, Augusto Feria, y El Águila, Salvador Pérez Martínez el Pera, proporcionan momentos de hilaridad.
Ernesto Báez, Carlota Carretero, Franklin Domínguez y Monina Solá asumen sus disímiles roles con buena dosis de dramatismo. Rosemary el personaje más liviano, encuentra buena correspondencia en Lumy Lizardo.