“Padres e hijos”: la situación histórica,
el conflicto, los protagonistas

“Padres e hijos”: la situación histórica,<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2007/08/A8B110EA-5F28-4231-A588-93452BA5869C.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=249 data-eio-rheight=390><noscript><img
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POR LUIS O. BREA FRANCO
La novela “Padres e hijos” constituye a la vez, un retrato sociológico y una representación psicológica de un joven nihilista ruso: del primero, más humano, desvalido y emblemático nihilista ruso creado por la literatura; describe, en efecto, el origen, la personalidad, la actitud ante el universo y el desenlace vital del joven estudiante de medicina: Eugény Vasíliev Bazárov.

 Desde la primera línea la obra sitúa el lector en una época bien determinada: el día que inicia la narración es el 12 de mayo de 1859. Con ello el autor subraya que los acontecimientos tienen lugar apenas año y medio antes de la promulgación del decreto de la liberación de la servidumbre. Era éste un período en que se agitaban y colisionaban enconadas pasiones y perspectivas, que procuraban imponer o excluir tópicos que se preveían indispensables para dar coherencia y garantizar la equidad, la justicia y la operatividad de las reformas planteadas en el “úkasse” imperial que se preparaba y que fue promulgado el 19 de febrero de 1861.

Acomodados en este horizonte general que nos sirve para definir la situación histórica en la que debemos colocar lo narrado, tenemos ahora que dirigir nuestra atención al conflicto que se narra en la obra.

El choque que se escenifica se concentra en la contraposición crispada de dos modos de ver y de ser en el mundo, que en la novela se concentra en dos personajes, que representan dos tipos muy bien determinados en el aspecto ideológico y en el de los orígenes sociales. Estas dos personalidades encarnan y resumen, cada uno de ellos en sí mismo, una visión específica de la existencia, de la naturaleza, del sentido de la historia y de la sociedad; visiones que son antagónicas e irreconciliables entre sí. Estas figuras son, por un lado, la del nihilista, Bazárov, y la del aristócrata liberal, Pavel Petrovich Kirsánov.

Turguéniev con esta novela llega a tocar brillantemente una de las cuestiones que más preocupaba a la inteligentsia rusa por aquellos años, la crisis generacional, que en ese momento, en ese país, asumía la forma de un conflicto radical, de dimensiones casi apocalípticas sobre el futuro de las estructuras sociales, sobre el destino de las grandes mayorías depauperadas y sobre cómo edificar una sociedad justa.

Empero, no debe pensarse que Turguéniev, por querer ser fiel a la descripción de la situación histórica vigente en Rusia durante el decenio de los años sesenta, haya asumido en esta poderosa novela, una forma de expresión razonada que pudiera asemejarla a la de un ensayo descriptivo, detallado y minucioso, no. Turguéniev era un escritor de genio, y en la narración da vida a sujetos que tienen dimensiones reales, que parecen extraídos de la cálida corriente de la vida.

En efecto, en la obra, no sólo Bazárov vive y se despliega con toda la fuerza de un ser vivo de carne y hueso, sino que acontece al lector –por lo menos ésta fue mi experiencia-, que poco a poco va descubriendo y acogiendo sorprendido, como si se tratara de seres existentes y cercanos, las diversas perspectivas del mundo que predomina en cada uno de ellos.

Es así como se muestran los principales personajes presentes en la obra, comenzando por el padre de Arkadi Nikolaievich, que es el compañero y discípulo de Bazárov, el romántico y algo inútil Nikolái Petrovich Kirsánov.

Esta es una figura conciliante, que teme ante todo la polémica; es sensible, y ama la naturaleza y la poesía. Con la anuencia de su hermano ha repartido la tierra de su propiedad entre sus campesinos antes de que el zar dictara el “úkasse” de la liberación -algo que hicieron, en su momento, algunas personalidades tenidas por liberales, entre ellos el propio Turguéniev, como un modo de marcar con el ejemplo la pauta que consideraban adecuada seguir. En la obra este hecho se puntualiza poniendo en voz de Nikolái, que “por ello, en nuestra provincia me tildan de «rojo»”.

A su lado, aparece la estirada, elegante, fría y polémica personalidad de su hermano, Pavel Petrovich, que actúa como un gentleman inglés refugiado en una lejana aldea rusa de provincia.

Pavel Petrovich no tolera burlas sobre lo que estima esencial y valioso; afirma que hay principios sagrados y cree en el valor de la tradición; además, no permite que en su presencia se caiga en lo emotivo o lo impulsivo, en lo puramente instintivo, pues juzga que por esos caminos se denigra la dignidad humana y se muestran, desnudos, los oscuros abismos del alma.

Pavel Petrovich estima, sobre todo, que el modelo de vida aristocrático enaltece al ser humano y lo previene contra una posible decadencia en los valores. Para ratificar esta manera de ver y actuar, puntualiza en una ocasión al nihilista: “Si yo no me descuido en nada es porque respeto el hombre que llevo dentro”. Insiste que la quintaesencia de la aristocracia consiste en que: “exige de los demás el cumplimiento del deber para con ellos y, a su vez, sabe cumplir con su deber para con los demás”.

También destacan por su firme personalidad y sus intensas cualidades psíquicas y emocionales los personajes femeninos: la bella, inteligente y algo insegura Ana Sergievna Odinkóva. Su figura es capital para el desenlace de la novela. Es consciente de la fascinación que inspira; es astuta, inteligente interlocutora y amante del orden, que impone a su vida porque la defiende del desconcierto, de los imprevistos y de la angustia existencial. En torno a ella se abren como figuras menores, la sumisa, siempre amable y servicial Feniecka, y la reflexiva, observadora y reservada  joven Katia, hermana de la Odinkóva.

Algo importante a tener en cuenta en las obras de Turguéniev es que a todos sus héroes y figurantes asigna una parte especial que le es propia, relevante y valiosa para el despliegue de la totalidad de la novela; cada uno de ellos tiene su propio papel y su trascendencia, y para poder comprender la riqueza de grados significativos que busca destacar el autor, el lector debe esforzarse por descubrir cuáles posiciones ocupan y que representan en el ámbito de la disputa y en la atmósfera que se pretende dibujar en la novela.

Creo que la grandeza de esta novela radica en que, a pesar de ser una obra de ficción, de sus personajes emana una energía y una fuerza de convicción que nos infunden la impresión de que más que una narración surgida de la imaginación, leemos un relato biográfico concreto de un grupo entrelazado de personas que la vida ha unido por un breve instante en una alejada provincia rusa, durante algunos meses del verano del 1859.

En esta novela –estimo- Turguéniev logra articular y armonizar algo que otros han juzgado como una característica única de la obra de Dostoievski, mas que observo, vale para las grandes obras de la madurez de este gran maestro de la literatura universal: “Sabe crear un mundo que representa una coexistencia y una interacción artísticamente organizadas de una heterogeneidad espiritual”.

lobrea@mac.com

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