“Papi”, una crítica social con excelente actuación

“Papi”, una crítica social con excelente actuación

MARIANNE DE TOLENTINO
Muy pocas veces la “criollización” de una pieza extranjera ha sido tan lograda, que se pueda decir que la adaptación dominicana iguala o supera en brío la versión original. Trátese de los personajes, de su ubicación en presente y pasado, del idioma sobre todo -con una sabrosa dominicanidad sin fallas ni excesos.

He aquí un modelo de apropiación, lo que no dejó de condicionar su éxito, aparte de otras cualidades sobresalientes.

“Papi”, comedia dramática del novelista y dramaturgo argentino Carlos Gorostiza, debería presentarse nuevamente en Santo Domingo y en el interior del país, después de su paso –demasiado breve-  por la sala Ravelo del Teatro Nacional, donde muy raras veces encontramos tanto nivel y profundidad. Es una producción de la recién creada compañía Proa, encabezada por Mario Lebrón y Teo Terrero, veteranos de alta profesionalidad en el teatro dominicano, ambos deslumbrantes en sus papeles de (anti)heroes. Ojalá nuestra actualidad teatral les dé la oportunidad de cumplir un compromiso que contribuiría a devolver  fuerza y autenticidad al teatro dominicano. 

La obra. “Papi” lleva el rigor de las tres unidades clásicas –tiempo, lugar y acción- hasta el extremo: el argumento, coincidiendo con la duración del espectáculo, se desarrolla en la sala de un apartamentico, en torno a las aventuras y desventuras de cuatro  protagonistas.

Ahora bien, con extrema habilidad, el dramaturgo nos pasea por cuatro décadas de situaciones y frustraciones… solo por el diálogo de dos hombres envejecientes y fracasados, cada vez más infortunados a medida que la pieza avanza. Destinos distintos y paralelos – por cierto muy bien diseñados en la dirección de Danilo Taveras que maneja admirablemente la simetría escénica-. Una desgracia de explotadores de poca monta… increíblemente  similares. ¿De quienes se aprovechan? De dos jóvenes, una chica  a la ilusoria espera de ser actriz, que se prostituye, y un muchacho pelotero, bruto y sinvergüenza.  Por supuesto, como en la vida real, la mujer es más débil y sale más vulnerada… pero le queda una luz de inocencia.

A pesar de una increíble comicidad de humor a menudo negro, debido a la brillantez de las réplicas y exaltado por el juego actoral, es una obra nostálgica y pesimista, apenas sátira, que -a través de cuatro individualidades- hace el proceso de una sociedad y cuestiona la facultad de escapar a una condición determinista.

Dirección y actuación. Danilo Taveras, uno de nuestros más experimentados directores, ha hecho una puesta en escena a la vez rica, clara e impactante en sus efectos. Él da una dimension natural, sicológica y social al mundo amoral y estrecho de los personajes, subrayando situaciones ancladas en la vida, facilitando la comunicación con el espectador gracias a la colocación espacial y el lenguaje físico, tan impresionantes como la palabra. Suponemos que particularmente con sus pares, Teo Terrero y Mario Lebrón,  hubo un componente de entendimiento y  casi creación colectiva. A través de una actuación estelar,  el lenguaje dominicanizado adquiere una pujante  autenticidad, trivial y barrial en el apretado Pérez (Teo Terrero), con palabras cultas inmersas en la vulgaridad abierta de Papi (Mario Lebrón). Ambos comediantes tienen una presencia escénica extraordinaria.  Pero los jóvenes, con una exaltación de la mímica y la expresión corporal, acompañadas por un gran trabajo de la voz, no se quedan atrás: la atractiva Tatiana (Ramira Estévez), tan sensual y todavía ingenua, con algo de Margarita Gauthier de hoy, y el edificante e instintivo  Guido Terrero,  originalmente “pibe” fubolista, aquí beisbolista malicioso. La escenografía del artista plástico Marcelo Ferder concreta el ambiente ordinario y escaso, marco del desamparo y decadencia moral.

“Papi”, una obra inesperadamente profunda, modesta en sus medios y sobresaliente en sus resultados gracias a todo su elenco, quedará en la historia del teatro dominicano.

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