“Para ser solidario hay que perder la vergüenza”

“Para ser solidario hay que perder la vergüenza”

La Plaza de la Cultura de Bonao es una de las tantas creaciones que han salido de la imaginación de Cándido Bidó. Pero a diferencia de las pinturas y esculturas, los cinco edificios que conforman esa institución son reales y, lo que es más loable aún, hacen realidad los sueños de cientos de jóvenes que quieren ser artistas.

En Bonao llueve a cántaros, y cuando la gente pasa debajo de sus sombrillas por el parque de la Plaza de la Cultura, se integra a los enormes murales que ha pintado el artista en los costados de los edificios. Cuando Cándido Bidó advierte eso, ríe satisfecho y abre los brazos como lo hace la gente cuando la felicidad no le cabe en el cuerpo.

“Para ser solidario hay que perder la vergüenza”, dice Cándido con su rostro más cándido. “Yo sólo puedo vivir de mis cuadros, de lo que pinto. Pero para ayudar a los demás tengo que pedir ayuda y muchos me han tirado muchas puertas en la cara.

Por eso digo que perdí la vergüenza, porque sigo tocando y sigo tocando hasta que reaccionan y me dan una contribución”.

Aún así muchas veces no es suficiente. Según cuenta Cándido, no siempre el presupuesto alcanza para pagar una nómina de 35 profesores y 15 empleados. Cuando eso sucede, al pintor no le queda más remedio que vender algunas obras suyas para completar el dinero e impedir que el proyecto naufrague.

Hay que creer en la gente. Esta es la segunda ocasión que la Plaza de la Cultura de Bonao gana uno de los premios Brugal Cree en su Gente. Para contarlo, Cándido señala uno de los edificios. “Ese es el primer premio”, dice. “La misma noche que nos ganamos el segundo mandé a comprar más blocks. ¡Friendo y comiendo! El día que acabe los cinco edificios me puedo morir, pero hasta que ese momento no suceda, le he advertido a la muerte que por aquí no se aparezca”, dice.

Aunque el arte y los números no suelen conciliarse con tanta frecuencia, para Cándido Bidó la supervivencia de su sueño es una cuestión de matemáticas. Solo así los 315 estudiantes de la Plaza de la Cultura pueden recibir las clases de pintura, escultura, grabado, serigrafía, danza moderna y clásica, teatro y música (piano, guitarra y coro).

“Yo nací en un hogar muy pobre y sólo con la ayuda de muchos y con un gran sacrificio pude recibir la formación indispensable y convertirme en un artista. Nuestro país está lleno de jóvenes esperando porque la sociedad les dé una oportunidad.

De ahí que destaque la importancia de los premios Brugal Cree en su Gente.

Si usted y Dios me ayudan…  En 1987 el sitio donde está hoy la Plaza de la Cultura era un solar abandonado y lleno de hierba.

Cuando Cándido Bidó supo que el padre Marcelino Terrero, el párroco, lo custodiaba, trató de convencerlo para que se lo donara. “¿Y tú tienes dinero?”, le preguntó el padre Marcelino. “Ni un centavo. Pero si usted y Dios me ayudan…”, respondió convencido Cándido.

Un sueño hecho realidad

22 años después el sueño no sólo es realidad, sino que cada vez se torna más ambicioso. Actualmente, además de las clases que se imparten en las aulas, la institución desarrolla programas con niños de la calle, limpiabotas y discapacitados. Cuando Cándido habla de eso, no puede ocultar la emoción, y mucho menos las lágrimas.

“No me canso de decirlo, es una cuestión de oportunidades y por eso tratamos de que ningún niño de Bonao que pueda llegar a ser un artista deje de serlo por no haber encontrado su espacio. A los niños limpiabotas, por ejemplo, les pagamos para que aprendan a dibujar y así no dejan de producir en esas dos horas. Es increíble las cosas que se logran con ellos”, cuenta.

El sueño del hijo pródigo

Cándido Bidó se fue de Bonao en 1952. Llegó a la capital con la convicción de que quería ser pintor y el peso de su circunstancia. Era pobre y tenía muy pocas probabilidades de lograr su propósito. Ahora es un maestro del arte dominicano y ha vuelto a Bonao para tratar de impedir que los futuros maestros del arte dominicano que han nacido en su pueblo tengan que pasar por lo mismo que él.

En Bonao no para de llover, pero a Cándido Bidó no lo detiene ni la lluvia. Como un gnomo se escabulle entre los edificios de la Plaza de la Cultura de Bonao. Saluda a los estudiantes, corrige sus dibujos, revisa los preparativos de la Bienal, contempla las obras de los que se han graduado, dibuja en el aire la silueta de un aula que falta, pero que ya él se imagina llena de niños, gracias al dinero recibido por el premio Brugal Cree  en su Gente.

“Sí, como dije al principio, perdí la vergüenza pidiendo y me llevé más de un portazo en la cara. Pero soy un hombre feliz, no por mí, sino por ellos. Los sueños ajenos siempre son más lindos que los de uno. Que uno de esos niños llegue a ser tan famoso como Cándido Bidó me ilusiona más que pintar un cuadro… ¡Y mira que a mí me gusta pintá’!”.

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