“Peor que un crimen… un error”

“Peor que un crimen… un error”

FABIO RAFAEL FIALLO
Hagamos un breve viaje en el tiempo y el espacio. Un viaje de cultura política ante todo. Trasladémonos un instante a los albores del siglo XIX y a una Europa convulsionada por el impacto y las secuelas de la Revolución Francesa de 1789.  En aquel siglo que apenas embazaba, había quedado atrás lo que se conoce en historia como el período del Terror, en el que, en nombre de esa revolución, caían asesinados en Francia, con una macabra facilidad, no sólo representantes de la monarquía depuesta (con el rey Luis XVI a la cabeza) sino también personajes de primer plano de la propia Revolución.

Después de aquel período trágico y la turbulencias políticas que siguieron, tomó el poder en Francia un tal Napoleón Bonaparte, quien se había fijado como objetivo prioritario el reforzar la posición y el peso internacional de su maltrecho país y de los principios de su Revolución. La nobleza del continente, que no ignoraba la ejecución de muchos de los suyos durante el Terror, observaba con ojo avizor la conducta del nuevo hombre fuerte de Francia. Dicha nobleza no ocultaba su intención de defenderse por todos los medios, incluso los bélicos, si fuese necesario. Las probabilidades de un conflicto militar no eran, pues, nada desdeñables.

Existía sin embargo al mismo tiempo la ocasión de llegar a un modus vivendi ente las fuerzas en presencia: algunos miembros de la nobleza europea mostraban el deseo de pactar con el nuevo régimen francés; éste, por su parte, podría eventualmente explotar los conflictos de intereses que existían en el seno de la nobleza, estableciendo alianzas con tal o cual príncipe o monarca. El joven Bonaparte temía en todo caso un enfrentamiento directo con las otras potencias del continente antes de haber reforzado suficientemente su aparato militar y su peso político internacional. En los inicios de su régimen, en resumen, Napoleón no podía permitirse el lujo de dar un solo paso en falso.

En ese volátil contexto políticomilitar, sobreviene en 1804 un acontecimiento de consecuencias determinantes. Deseoso de impedir toda tentativa de restauración del antiguo régimen monárquico en Francia, Bonaparte hace secuestrar al duque de Enghien (un pariente del decapitado Luis XVI que vivía refugiado en Alemania), lo trae al territorio francés y ordena su ejecución. A partir de ese momento, la nobleza europea pierde el interés en llegar a un entendido con el nuevo hombre fuete de Francia y se moviliza y une en contra del él. Los cañones no tardan en hablar, con los resultados que todos conocemos: una larga guerra a nivel continental, la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo, la re-configuración política de Europa a favor naturalmente de las potencias victoriosas y la vuelta al poder, por quince años, de la nobleza en Francia.

La derrota napoleónica no se debió exclusivamente al asesinato de aquel pariente Luis XVI. Otros factores entraron en juego. A dicha derrota contribuyeron de forma significativa la megalomanía del personaje y su falta de lucidez política. Napoleón demostró ser un genio en el arte de la guerra pero un mediocre estratega y táctico en el campo de la política: no sabía capitalizar sus triunfos militares. Pero no es menos cierto que el fusilamiento del duque de Enghien constituyó el elemento catalizante, el acto que propició la extraordinaria coalición de fuerzas que en esos tiempos se formó en Europa en contra de Francia. Napoleón había simplemente ignorado una enseñanza conocida en política desde tiempos inmemoriales: para no tener que hacer frente a una coalición por encima de tus fuerzas, evita que tus adversarios sientan la necesidad de aliarse contra ti.

Quien captó rápidamente la gravedad de aquel acto fue Joseph Fouché, ministro de Interior de Napoleón. Arquetipo de maquiavelismo, Fouché se había ganado la reputación de menospreciar todo prurito ético y daba muestras de una habilidad sin par en el frío cálculo político. Así, comentando el fusilamiento del duque de Enghien, el astuto ministro de Napoleón pronunció una frase que pasaría a la historia: “Fue peor que un crimen; fue un error”.

De retorno de nuestro viaje imaginario, podemos establecer un paralelismo entre el fusilamiento del duque de Enghien y un suceso que ocurrió en Santo Domingo durante la contienda de abril de 1965: el asesinato del abogado político antitrujillista Angel Severo Cabral. Por supuesto, esos dos hechos históricos no fueron idénticos; el contexto, los personajes, y más aun el tipo y los niveles de responsabilidad, eran totalmente diferentes: el duque de Enghien fue ejecutado por orden expresa de Napoleón, mientras que en el asesinato de Severo Cabral la jerarquía constitucionalista no tuvo nada que ver. Pero por encima de esas diferencias innegables, tiene validez en ambos casos la famosa frase de Fouché: “Fue peor que un crimen; fue un error”. En el próximo artículo expondremos las razones que nos llevan a esa afirmación.

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