“Réquiem para un viernes a la noche”, intimista y humano

“Réquiem para un viernes a la noche”, intimista y humano

Nada resulta más placentero que entrar a la pequeña  y acogedora Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito, y disfrutar de una obra teatral intimista, humana, como “Réquiem para un Viernes a la Noche”, del dramaturgo argentino German Rozenmacher.

Este teatro –para los amantes del género- no comercial, libre de cosmética, sólo necesita de la entrada al proscenio del actor, para que empiece la magia, la realidad se transforme y dé paso a la fantasía.

La pieza teatral estrenada en 1964, sin ser autobiográfica, refleja los conflictos existenciales del autor.

La narrativa vigorosa de profundo contenido, trata del desencuentro generacional -agravado por prejuicios raciales y religiosos- entre el padre, un judío ortodoxo y el hijo desarraigado, cuestionador de cánones seculares.

La pesada carga de la tradición omnipresente en la cultura judaica, se convierte en un valladar, que finalmente rompe la unidad familiar.

La obra enmarcada dentro del realismo social, ofrece un texto dramático espléndido, que  sirviéndose de los efectos de realidad, se basta a si mismo y crea su propio cosmos. Iván García –director- con la maestría que le caracteriza, conduce la obra  a un ritmo sostenido, manejando los pequeños climaxs, hasta llegar al final previsible, pero no por ello menos impactante.

Los actores
Cuatro personajes dan vida a este drama doméstico, que se desarrolla en la estancia modesta de una familia  de emigrantes judíos.

El personaje central es el padre, -Sholem- cantador por herencia en la sinagoga, aferrado a sus tradiciones, a sus recuerdos, preso de la nostalgia y la soledad.

Iván García, -actor- transmite este personaje con honda sensibilidad, con una fuerza  que conmueve, su actuación  memorable, sin embargo, no aplasta, todo lo contrario, logra involucrar a su oponente, -al hijo, David- a ese círculo de verdad dramática.

Amauris Pérez logra un excelente trabajo, hay dulzura y determinación en su voz, hay firmeza en su posición, es parte de un mundo, que ya no es su mundo, y defiende su derecho a disentir en el montaje.

La madre –Niurka Mota- trata de medir entre esos dos mundos, su actuación veraz, tiene momentos de gran intensidad. Max –hermano de Sholem- es una especie de narrador, un espectador comprensivo, que trata de mediar entre la intolerancia y la rebeldía.

El actor Mario Lebrón logra distender la tensión del drama, con su actuación ligera muy acorde al personaje que encarna.

Zoom

Algo más

Buen teatro

Las voces de Mario Lebrón e Iván García  entonan himnos de desesperanza y felicidad, propios de la mitología judía, propiciando  una atmósfera sobrecogedora. Esta es una oportunidad de ver buen teatro.

Continúa en cartel

Hoy, mañana y el domingo en la sala Ravelo del Teatro Nacional.

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