“Todo es política”

“Todo es política”

Con esta oración, especie de sentencia, Héctor Incháustegui Cabral, en su obra biográfica El pozo muerto, inicia la parte en que explica las razones que llevaron a los intelectuales de la época, y a tantos ciudadanos comunes, a apoyar, de forma decisiva, al régimen de Trujillo que se inició en 1930 y que hubo de finalizar en 1961. Este libro, uno de escasos escritos del país donde un autor, protagonista a la vez, va dejando en línea su participación voluntaria en aquel Gobierno extenso.

Y en ese relato, recubra la atmósfera época caracterizada por una palmaria desolación en todos los aspectos de la vida cotidiana. Libro pleno de humor, humor de los otros, y también humor de sí mismo.

Humor del bueno como el que se  advierte en el breve capítulo titulado La mujer del chino,  protagonizado por él y Franklin Mieses Burgos, pues ni la mujer y, mucho menos, el chino, se enteraron del platónico enamoramiento de los dos “líricos reales”.

Humor estrujado por la realidad que le tocó vivir en un momento histórico, humor que procede también de la conciencia que se tiene del tiempo en que hubo de venir a esta tierra donde el mejor remedio es reírse al sentirse atado a un destino colectivo inexorablemente y más aún  a un vivir, que como ahora, “Todo es política. Hasta este libro con sus inocentes incursiones a intimidades intrascendentes”.

Todo es político. Cierto. El tiempo vivido y vencido se encarga de enseñárnoslo, y no otra cosa. La vida de cada quien concreta la verdad. Ahora, esta declaración de aceptación no es limitativa del decir; no, el autor de este texto asume la política como un ejercicio necesario, con una urgencia e imperativo del momento en que vive. Toma, pues, posición partidaria y va con esa conciencia a la práctica.

Y con la palabra en ristre como se advierte en tantos pasajes de ese gallardo libro. Las armas, en el combate, son disímiles, la palabra, lugar común al que se acude siempre, es una de ellas.

Todo es política. Es impulsado por la realidad dominicana de ese entonces, signada por el desenfado y la vagabundería, el predominio del monterío y de la ignorancia. Marcado por el conchoprimismo, la montonera que revivía polvo y hojarasca, desolación y desamparo, imperio del caciquismo analfabeto y valentón, como él también describe.

Indudablemente,  la expresión contiene una aceptación explícita de una realidad que el autor de El pozo muerto asume sin  ambages. El apoyo, aunque no excluía al hombre, pues todo acontecer colectivo requiere de una individualidad conducente, iba dirigido, fundamentalmente, hacia un proyecto de nación – noción y propósito que prevalece en tantas bocas  y mentes-   y que no cesa de reinar en pretéritas épocas y modernas igualmente, pues de algo hay que asirse, y que mejor las aspiraciones de las comunes gentes siempre ahítas de esperanza.

Ahora, esa realidad, ineludible, que aquéllos hicieron suya, con el transcurrir nuestro no ha perdido el color con que se pensó y expresó; cubre espacios y tiempos, pues los asuntos que le dieron sustento, aliento, lo único que ha ocurrido con ellos es que se han metamorfoseado; pues acontece que el hombre, hacedor y deshacedor a la vez, desde el primer polvo que lo articula hasta el día de hoy, no ha hecho “gran cosa” para ser otro, y, mucho menos, mejor.

Don Héctor,  que  bien llevaba el don, pasó  el periodo de los 12 años de gobierno de Joaquín Balaguer en Santiago de los Caballeros; allí, en la Universidad  Católica Madre y Maestra, realizó un trabajo editorial ejemplar, que aún sirve de aliento a proyectos similares.

Y como quien traza una elipsis, con una tiza gruesa, no de la enserada, sino de tosca, regresó a la Ciudad de Santo Domingo como Secretario particular del Presidente Antonio Guzmán. Hoy, vive y se prolonga en sus poemas, sobre todo, en Canto triste a la patria bien amada.

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