“Trujillo… su último Año Nuevo”

“Trujillo… su último Año Nuevo”

 Avanza discreto hacia Abbes. Lo ha ubicado, de pie, en un ángulo apartado del tumulto fiestero… no hay nadie a su alrededor… no es extraño.                          

 Hiriente… el veneno salpica el rostro del maestro:

“Llegó la medianoche y la multitud se arremolinó en torno a Rafael Trujillo y su familia para felicitar. Sin saberlo, estábamos compartiendo el último Año Nuevo del dictador y su familia en el país”.

“Aún después de las felicitaciones y haber seguido la fiesta, nadie daba señal de tener conocimiento sobre el espectáculo nuestro. Hablando con Lilín Díaz, quien había sido designado ‘maestro de ceremonias’, traté en vano de persuadirlo para que fuera hasta donde estaba Johnny Abbes para informarle que estábamos ahí, desde las cinco de la tarde,… ¡Un 31 de diciembre! Lilín me evadió, argumentando que más bien al director de la orquesta era a quien le correspondía hacer el intento de presión en ese sentido”.

“Largos minutos transcurrieron en este intercambio de ideas y declinaciones de responsabilidad. Tanto Lilín como yo sabíamos las implicaciones que sobrevendrían si el acto resultaba fallido. Finalmente, armado de valor, salí en busca del funesto coronel por entre toda la multitud. Allí estaba él, como siempre, ¡cigarrillo en mano! Para ser más funesto, vestido entero de negro”.                                                                                                                                                                                                                                                                                       —“Coronel, excúseme, el show de Radio Caribe está listo. Estamos allí detrás y no sabemos a qué hora podemos entrar. Nos han enviado desde las cinco de la tarde”, le dije sin reservas.

“El coronel fumó… fumó otra vez, y revoloteando el cigarrillo en la boca con gestos anormales, me preguntó sarcástico ‘¿desde qué hora dijo usted que estaban ahí?’.  Sin dudas ya sabía lo que venía, y lacónico contesté ‘desde las cinco señor’”.

“Después de varias fumadas más, y nuevos gestos propios de personas anormales, tras del humo me disparó tan certero como desagradable ‘¿Qué le parece si yo le digo que ahora van a estar hasta las siete de la mañana?’”.

“Me retiré indignado, pero no vencido aún. Todavía quedaba otra alternativa: Angelita Trujillo. Dispuesto a todo, fui hasta donde ella estaba y le conté la historia completa: sin comer ni beber nada desde las cinco, sin que se nos tomara en cuenta, la indecisión que tuvimos para hacer saber que allí estábamos, la respuesta del coronel… y una súplica para que nos resolviera esa situación”.

“Pocos minutos transcurrieron antes de que Abbes García viniera a decirme, como en venganza y para ponerme en apuros: ‘OK, el Jefe quiere ver los artistas ¡AHORA!.. Tienen 5 minutos para comenzar’”.

“Si quien esto lee piensa que montar en la tarima una banda de 20 músicos, correctamente afinados, con un orden estructurado para 5 artistas y sus respectivas canciones es imposible en solo CINCO minutos… tiene razón en pensarlo”. “Pero todo eso, y aún mucho más, había que hacer, sin alternativas, durante la Era de Trujillo”. (RS. Letra y Música).

Desde el bullicio, Solano es una ola que se vuelca hacia nosotros. Su semblante luce pálido, alterado, inusualmente descompuesto:

—“¿Qué pasó?, Fello”.

—“C… este hombre me ha salío de atra’ pa’ lante”.

Titubea intranquilo… al instante, se vuelve y retorna al tumulto de la fiesta. Su prisa delata el resquicio de una salida… Atrevido y riesgoso… Hay un Solano que no conocemos…

Gustaba importunar el hogar de Nandy Rivas. Era más que su gracejo carismático y su inteligencia alegremente encendida. Confieso mi presencia interesada. Siempre decoraban su afectuosa “estampa familiar” con la delicia inolvidable de un “exclusivo” dulce casero. La alegría afectuosa de mamá Barbour, contrastante con la seriedad paternal de don Rivas, delataban su blanco mantel de familia antigua. Contrastante con el falsete estridente del tigueraje atrevido del talentoso “solmeño solitario”.

Nandy, decididamente negado, se había ocultado sin enterar la familia. Desafiaba la agresiva rudeza de aquella dictadura acorralada. El izquierdismo bronceaba la piel de su generación rebelde; de azoteas enfurecidas y que incendiara en llamas el asco repugnante de una vociferante Radio Caribe. Más que radicalismo ideológico, el pudor generacional transpiraba las grimas de las cárceles desnudas, el grito y la desesperación sin lágrimas o la sonrisa desafiante ante la tortura, decididos a amanecer de soles el salitre sollozante y el oscuro malecón apocalíptico.

Rivas conocía desde travesuras y zambullidas en “La Playita”, los entuertos y cavernas del arrecife costero de aquella “Ciudad Nueva” de historia y personajes. Aquel barrio de decencia orgullosa, recostando un “matadero” de tripas a un mar domador de tiburones, dentelladas de arrecifes huracanados y vergas de bambúes pescando el horizonte. De nombres y apellidos que encanecieron el béisbol en el oleaje enmohecido del Memphis, mientras se ahogaba el mal tiempo de la vida. No eran secretos para la muchachada del “mondongo”… ni las cloacas que orinaban indiscretas la sonrisa rompiente de la costa… ni el hogar lluvioso de las golondrinas:

–“Decidí… C… ejcondeme y no i’… no jod… Dede la’ cinco me metí en una cueva que hay en el farallón, por lo’ frente del Hotel Napolitano. Preferí pasa’ Año Nuevo ahí metío… tranquilo, mirando el mal, que i’ a cantaleteale a ese xxxxx… cuando sonaron lo’ cañonazo’ salí…. Pasaban de la’ doce cuando volví a casa”. 

Horacio descolgaba su tiempo, cuando sonó alarmado el teléfono. Una angustiada mamá Barbour indaga temerosa… El escalón de las horas cargadas de amarguras… aquella “ausencia” enferma de angustia tenebrosa… acobardada de impotente desesperación…

—¿Horacio, miijo, tú sabe’ por dónde ej que anda Nandy?

Ante la “sospechosa” tardanza, el SIM planta el drama en su puerta… Los “toques” irrespetuosos desbocan la intranquilidad… Su violencia no sabe sonreír.

Horacio se lleva mil latidos de madre en el bolsillo amargo de la angustia. El silencio ha inventado una silueta punteando solitario una guitarra. La impotencia… detrás del decorado a cuadros de la chaqueta solmeña:

—“Melliso, ¿lo’ Solmeño ‘tan completo?”.

—“Oh ‘Ch’… mira, Rafael y Tito ‘tan ahí… pero Nandy no aparece…

—“Mejol que apareca… polque  fue la doña que me mandó a desile’… el Jefe quiere el chow ya…”.

—“Pero yo toi’ aquí”.

—“No, nono’… e’ losolmeño’”.  

—“…. ¡Cinco minutos para comenzar!”.  Escucho el tono urgente de Solano…

—“Fernando, corre… sal tú alante’… corre… sal….sal…”.

Se lanza precipitadamente en la banqueta, suelta las palomas sobre el piano… y grita roncamente…

—“Confundidos…Confundidos”.

Pétalos y notas… la voz transita como si fuese ajena. Miro de reojo los atriles…

—“Quizás… tú no me quieras tanto como yo a ti…”.

Veo a Trujillo cercano al piano de Solano. Le habían ubicado junto a la orquesta. Más que disfrutar, luce un tolerante observador insensible. Noto la precipitación rebuscando partituras, la prisa comprometida tratando de ensamblar el acompañamiento en el camino. Me alcanza su abrazo tranquilo. Arribo al puerto… manejo una inclinación… y deserto… dejando abandonados los aplausos.

Escapo, sin esperar testigos. Me sumerjo en el árbol apagado de la noche huérfana de villancicos y pesebres, buscando a tientas el camino de respeto a mi propia vida. Llego al caliche polvoriento de la Gómez, cercenada por el Aeropuerto. Comienzo a bajar acompañando el eco de mis pasos en medio del silencio chisporroteante de mi conciencia amordazada. Doblo y repaso los sueños dormidos de la Universidad y llego, al fin, al entorno del “Hispaniola”. Subo a un vehículo para regresar del drama… el momento más tranquilo de esa noche… Me siento junto a mí mismo… No estoy cansado… Mi cansancio, mis sueños… esperanzas… son otros.    

Horas hace que volaron las campanas… No volverá a escucharlas… No hay Navidad en el Infierno…

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