“Trujillo de cerca”, de Mario Read Vittini

“Trujillo de cerca”, de Mario Read Vittini

POR MANUEL NÚÑEZ
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Ningún período histórico ha marcado tan hondamente a los dominicanos como  la Era de Trujillo. Aun cuando el esfuerzo que se ha emprendido es verdaderamente monumental. Se han dado a la estampa prolijas monografías sobre la etapa histórica; montañas de documentos de archivos extranjeros y nacionales;  testimonios sobre expediciones guerrilleras y sobre el padecimiento de los  mártires.

La  insaciable curiosidad sobre ese pasado ejemplar alcanza incluso a los escritores. Se han dado a conocer novelas, biografías, y todavía nos parece que una gran porción del conocimiento y de desmenuzamiento de esa etapa importantísima de la vida nacional ha quedado en penumbras.

 En definitiva, a pesar de la montaña de libros y documentos que se han publicado sobre la Era, todavía el enigma de Trujillo no  ha sido despejado; permanece naufragado en un laberinto de noticias. Sus pormenores han sido explicados, en muchos casos, con ideas abstractas y fórmulas vacías.

 Trujillo de cerca de Mario Read Vittini despeja muchas de las incógnitas que se han barajado sobre la personalidad del Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, el hombre que junto a Joaquín Balaguer, ha implantado completamente su predominio en todo el siglo XX dominicano.

¿Quién era este  hombre? Trujillo encabezó un régimen totalitario. Controló como un monarca absoluto la economía del país. Se entronizó como Jefe total del Ejército.  Implantó su predominio en todos los medios de comunicación: periódicos, radios, publicaciones. Logró atraer a su redil a todos los intelectuales, y acabó sometiendo a su dominio dogmático, sin fisuras ni desfallecimientos, a  todas las instituciones: Universidad, gremios, sindicatos, asociaciones. Logró, pues, plantar las tramoyas de una dominación económica, ideológica y militar.

 Para penetrar  en ese antro de Trofonio, que era la compleja personalidad de Trujillo, el autor nos relata la vorágine de hechos que compendian sus memorias de ese período histórico. Reflexiona; describe las actitudes;  escudriña los acontecimientos de visu et auditas; y halla, justo es reconocerlo, la clave de la bóveda.

 Deliberadamente el autor ha dejado en suspenso sus opiniones y las remontranzas que puedan hacérsele al régimen encabezado por Trujillo. No se ha dejado distraer por episodios deslumbrantes ni por el espectáculo desolador de escenas que dejaron eclipsadas, en vista de su gran dramatismo, grandes porciones de esa etapa histórica.  Estamos ante un testigo ejemplar.  D. Mario Read Vittini fue llamado por Trujillo para ser Agente Cultural Fronterizo;  fue Primer Vicepresidente  y Secretario General de la Junta Directiva  del  Partido Dominicano y Presidente interino en dos ocasiones; Cónsul y Primer Secretario de la Embajada dominicana en España; Procurador Fiscal de San Cristóbal y diputado. El testigo pertenecía a una de las familias linajudas de  San Cristóbal, villa natal del dictador, donde su abuelo  llegó a ser gerente del  The First Nacional City Bank of New York, como luego lo sería su padre, D. Francisco Read Franco. Ambos habían trabado amistad con el dictador, mucho antes de que se hubiese enseñoreado en la vida nacional, y esas relaciones heredadas de su familia, le franquearon rápidamente las puertas del régimen, cuando se recibió de abogado en 1948. Y lo hicieron entrar directamente en el propileo sacro de su privanza.

 El autor no sólo nos hace el perfil de Trujillo, sino además el retrato de hombres influyentes en la historia reciente como D. Modesto Díaz Quezada. En 1924, Modesto Díaz organizaba en San Cristóbal el primer grupo partidario del Mayor Trujillo, el conato de lo que luego sería el Partido Dominicano. Era carismático, conciliador, discreto, decente, leal en la amistad. Y como todos los hombres de su generación había zozobrado en el pesimismo,  generado por  una sociedad empobrecida y desgarrada por los caciques provinciales, que nos hizo vivir indefinidamente en una etapa de incertidumbre y anarquía. Ante  los ojos deslumbrados de sus amigos, Trujillo aparecía como un caudillo redentor, que arrastraría a las masas delirantes, a las transformaciones sociales soñadas. Así lo creyeron  Díaz Quezada, D. José Pimentel Boves, Rafael Vidal Torres, Miguel Berroa, Julio Ibarra y el padre del autor Paco Read. Sin saberlo, ellos habían ayudado a construir un régimen totalitario.  Una sociedad de partido único, de pensamiento dirigido, sin libertad de expresión, sin libertad de asociación y transformada por la omnipotencia del aparato policial, en una inmensa cárcel.

 En más de una ocasión, Trujillo había proclamado ¡Que tomen nota los que hayan de escribir la historia! Y de esas declaraciones hechas en fiestas y en reuniones   hicieron  que  Read Vittini contrajese el compromiso de escribir esta obra. Pero debía dejar que los recuerdos no se contaminaran con las amarguras padecidas, y que se hallasen emancipados del odio germinado en la opresión y en la riesgosa operación de asilarse en la Embajada de Brasil, circunstancia que estuvo a punto de costarle la vida.

 El Trujillo anterior al advenimiento al poder en 1930 era parrandero, buen nadador, jinete experto,  mujeriego cabal, amantes de las fiestas,  con una portentosa capacidad para la intriga; atildado como un dandy;  llegó a perfeccionar sus artes de hombre de mundo, auxiliado por Porfirio Dominici, José Antonio Bonilla y Leonte Vásquez Gautier. Era, además, un hombre disciplinado, con un imponente don de mando, con una descomunal capacidad de trabajo.  Sus aduladores le  crearon un pasado oficial, desconectado de la realidad. Así,  su bisabuela, Diyeta Chevalier,  hija de un prominente oficial del Ejército haitiano, llegado en la invasión de Jean Pierre Boyer en 1822, aparecía blasonada por la prosapia de los Borbones,  la Casa Real Francesa, y su abuelo español José Trujillo Monagas, Jefe de la Policía de La Habana, aparecía hermanado con la rancia  nobleza española.

Trujillo no daba crédito a estas mitologías y a estos honores postizos, que corrían parejos con los ríos de tinta derramados por la adulación.

 El hombre que vemos  llegar al poder, no es el déspota irracional, iletrado y brutal que nos pintan sus más encarnizados enemigos históricos, sino  un hombre con una extraordinaria disposición para desentrañar las circunstancias que vivía.  Toda su vida fue, desde el comienzo hasta el final,  una magistral actuación teatral, calculada en toda su menudencia. Tenía una asombrosa maestría para la simulación. Sus magníficos trajes militares; su atuendo elegante, su bicornio de plumas, su corte de áulicos; el espectáculo de  sus apariciones en medio de desfiles, revistas, paseos tenían un aura legendaria. Sus entradas en escena eran precedidas de la irrupción  de las impresionantes caballerías y del redoble de los tambores de las bandas de música; del desfile prusiano de su guardia pretoriana;  su afición por las medallas, por las condecoraciones, por los títulos, por los discursos ditirámbicos, convirtieron su ejercicio del  poder, en un perpetuo ensalzamiento adulatorio. Se hizo adorar como un semidiós. Como los monarcas absolutos. Designó con su  nombre y el de sus familiares las ciudades, calles y avenidas; llenó los pueblos de sus estatuas gigantescas y de sus bustos y retratos imponentes; convirtió el merengue, la música nacional, en un retablo de sus proezas. Llegó incluso a encajarse en los escondrijos de la mentalidad popular, representada hasta en las menudencias del folclore. Cuenta Balaguer en sus  Memorias de un Cortesano, que cuando era Secretario de Educación, visitó hogares en los más alejados rincones del país, en donde llegó a ver, junto a la foto infaltable de Trujillo, un cirio encendido. Se le veneraba como a un santo. Circunstancia que atestigua de la profunda penetración de la propaganda trujillista.

 Desde que penetró en el falansterio de Trujillo, cuando fue nombrado Agente Cultural Fronterizo, D. Mario Read, pudo percatarse de la circunstancia vivida por una buena porción de los hombres de su generación. En vista de que los empleos públicos eran la única fuente de autoridad, prestigio y el único modo de supervivencia económica,  se propagaba en aquellos medios cerrados una lucha sorda, primitiva, como si fuesen fieras, por el nombramiento en los cargos públicos. El ejercicio de la política aparecía completamente despojado de teorías ficticias y consideraciones morales. Eran los manejos políticos  verdaderas contiendas de gladiadores, que trataban de asestarse la estocada final. El autor  cuenta que durante las noches sólo se oía el teclear de las maquinillas en las que se elaboraban las mostrencas conjuras para hacer destituir a alguien, para hundir zutano o a mengano o perencejo, mediante el chisme zafio, la nota anónima y los pasquines escandalosos.

  De ese mundo funambulesco, cuajado de emboscadas, extrajo D. Mario Read Vittini  grandes experiencias que desmenuza copiosamente en sus reflexiones. En la Era  se caía en desgracia, y se pasaba del primer círculo al olvido, y se podía remontar lenta y pacientemente, tal como lo hicieron en varias circunstancias los validos D. Virgilio Álvarez Pina y Rafael Paíno Pichardo. 

 Trujillo llegó a ser un caso impresionante. Era un hombre, a la vez, diabólico y fascinante.

 El ensayista proclama urbi et orbi que Trujillo es el verdadero creador del Estado dominicano. Durante el tiempo de su predominio  la vida dominicana cambió radicalmente.  Se construyeron grandes infraestructuras, puentes, carreteras, comunicaciones, casas, canales de riegos, hospitales, dispensarios médicos; se desecaron las ciénagas; se sanearon las campos; fueron conjuradas las principales enfermedades que diezmaban a la población; se impusieron los hábitos de trabajo, que se habían perdido de resultas de las enfermedades, el hambre  y de los largos períodos de inactividad laboral;  se intensificaron las exportaciones de café, cacao y azúcar;  se multiplicó la producción de alimento; todo el país se transformó en una vasta plantación agrícola, y el hato inmenso que fue la hacienda Fundación; se rompieron los círculos cerrados de la llamada gente de primera y gente de segunda; se desarrolló el acceso gratuito a la educación elemental y universitaria, construyendo escuelas en todas las provincias del país. De este modo, se produjo una integración de las provincias del país, que el aislamiento había hecho naufragar en tiranteces regionales; surgió una nueva clase de profesionales y de personas que mediante el esfuerzo, el trabajo y el mérito lograron franquear las limitaciones sociales que les imponía un medio social cerrado como las castas hindúes. Trujillo rompió ese nudo gordiano. Se transformó la fisonomía social del país; las leyes laborales del Código Trujillo; la ley del voto y la igualdad jurídica de la mujer, la creación de la moneda nacional, la liberación de las aduanas del control estadounidense, y el desarrolló  de la cultura y la instrucción escolar, de las bellas artes y la literatura y de  las competencias deportivas, superando todas las etapas anteriores; generaron una actitud optimista que había penetrado por los canales del Estado a toda la población. Trujillo impuso la obligación de honrar a la bandera, el himno,  a los padres de la Patria, las fiestas nacionales, y  así logró echar raíces un sentimiento de pertenencia a la nación, que velis nolis, le ha dado configuración al verdadero patriotismo.

 El régimen tenía , en contraste,  una cara sombría. Trujillo implantó un sistema represivo y una maquinaria criminal que franqueaba incluso las fronteras del país; estableció campos de trabajos forzados, que, en principio, se fraguaron para la aplicación de la Ley contra la Vagancia, pero que luego se convirtieron en campos de esclavos, donde no se pagaba salario y se obligaba a tareas extenuantes a las personas apresadas.

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