“Un enemigo del pueblo”,  la vigencia de una
obra clásica

“Un enemigo del pueblo”,  la vigencia de una <BR>obra clásica

POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
El grupo teatral Orgánico, que dirige el actor Ángel Haché, presenta en la Sala Manuel Rueda la obra del dramaturgo noruego Henrik Ibsen “Un enemigo del pueblo”. Las presentaciones, que siguen este fin de semana, cuentan con el respaldo de la Fundación Juan Bosch.

Llevar a escena un clásico de la dramaturgia moderna con actores jóvenes poco entrenados en este tipo de teatro llamado de “ideas”, como fue definido el de Ibsen, no es tarea fácil. Debió Ángel Haché dedicar extensas jornadas de estudios y ensayos con el grupo que dirige, para ensamblar esta obra paradigmática y lograr impregnar al elenco de los valores de un teatro veraz, profundamente político, basado en la observación y crítica de las conductas de una sociedad. Respaldamos al director y al grupo en su noble afán de hacer buen teatro.

HENRIK IBSEN LA OBRA

Ha sido considerado el padre del teatro moderno y se señala el inicio de la modernidad, el momento en que Nora, la protagonista de su obra cumbre “Casa de Muñecas” -1879- abandona a su marido; tal desenlace que escandalizó al público de la época marcó el nuevo derrotero del drama teatral. Las corrientes feministas han convertido a Nora en un símbolo de la liberación femenina. Sin embargo, para Ibsen, Nora no se libera a sí misma como mujer, se libera como persona, se reconoce como un ente individual, único e irrepetible.

Henrik Ibsen ha sido considerado por muchos como un gran individualista, y este pensamiento suyo que sobrepone el individuo a la sociedad, se manifiesta en las obras de su segundo período marcadas por el realismo crítico y la crisis del liberalismo de mediados del siglo XIX, en las que expone los problemas sociales, los convierte en denuncias y temas de debates.

A este período pertenece  “Un enemigo del pueblo”. En ella narra el drama del Dr. Stockmann, que tras su denuncia sobre el peligro que representan las aguas contaminadas del balneario y señalar a los responsables del mal funcionamiento de toda la comunidad, es escarnecido por aquellos que sienten amenazados sus intereses y abandonado por la prensa comprometida. En esta obra, quizás la más combativa y casi panfletaria de Ibsen, señala  sin ambages su desacuerdo con el sofisma democrático sobre la infalibilidad de las mayorías, y lo expresa a través del Dr. Stockmann cuando dice: “Las mayorías nunca tienen la razón”.

“Un enemigo del pueblo” es una obra de teatro bien hecha, por su composición dramática y su planteamiento dialéctico entre la razón y la fuerza, la honestidad y la hipocresía. Tra trasciende en el tiempo y se convierte en un clásico, sus postulados son tan válidos hoy como ayer. Con esta obra Ibsen cierra su etapa realista e inicia un período de transición hacia el simbolismo.

LA PUESTA EN ESCENA

La verosimilitud  de la trama y de los personajes es una  característica  del teatro de Ibsen,  presentes como en ninguna otra en  “Un enemigo del pueblo”. Los dos principales personajes profundamente humanos y contradictorios, son recreados por dos estupendos actores: Ángel Haché es el Dr. Stockmann, médico, humanista, y Augusto Feria, el señor alcalde, prostituido y corrupto -protagonista y antagonista-. Haché asume en su ánimo el estado del personaje, adoptando gestos, movimientos y entonación que convencen, como convencido está de su verdad, la que defiende hasta las últimas consecuencias. Augusto Feria proyecta el personaje como una entidad estable, perfectamente estructurado hasta en los cambios, dentro de los límites  de su “carácter”, como corresponde a la noción de “personaje” en el teatro realista, cuyo objetivo fundamental es precisamente crear los  caracteres y los personajes.

Los demás actores actúan con cierta timidez, como si se desplazaran dentro de un espacio que no les es familiar. Sin embargo, el grupo logra una metamorfosis en la escena del juicio al Dr. Stockmann, desaparece aquí la inhibición, la interacción con la platea muy bien manejada por el director, dinamiza la escena y produce un rompimiento que contrasta con el desarrollo lineal y lento de la obra.  Merecen señalarse por sus relevantes actuaciones a Jean Johnie como Morten Kül, y a Ruth Matos en el papel de Catalina Stockmann.

Los diferentes cuadros escenográficos de un realismo simplificado como corresponde, creados por Lina Hoepelman, ofrecen el espacio lúdico apropiado para la representación. Finalmente, el director logra en buena medida expresar en su discurso escénico la teatralidad sugerida por el texto, sin caer en hipérboles propias del teatro de agitación y mantener al grupo dentro de una dimensión estética capaz de convencer.

La la puesta en escena de este clásico moderno llama a la reflexión, es necesario adaptarla a los nuevos tiempos para los que resulta bastante larga. Es conveniente promoverla, atraer a jóvenes y estudiantes para que tengan la oportunidad de  conocer un teatro de calidad. Por otra parte, nos resultó  penoso ver el reducido público que apoyó esta excelente obra, y pensé entonces en  el masivo respaldo que concitan la mayoría de las comedias vacuas e intrascendentes que dominan la escena dominicana. En medio de estas cavilaciones vino a mi mente  el postulado de Ibsen: “Las mayorías nunca tienen la razón”.

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