“Violencia intrafamiliar

“Violencia intrafamiliar

4. ¿Cuándo tendrá un sujeto una explosión de violencia?

En el capítulo 4, titulado predictores de violencia, ya sea general o concreta como la intrafamiliar, se trata de determinar si existen indicios,  y cómo se presentan, que permitan predecir cuándo un sujeto tendrá una explosión de violencia.

Si se sigue el hilván del discurso del Dr. Romero y de los sicólogos que a través de investigaciones y libros han estudiado el tema (los doctores Monahan, Klassen y Stadman), nuestro autor parece identificarse con la posición de estos especialistas. Estos consideran que “las previsiones clínicas deben hacerse a corto plazo porque conllevan relativamente un ‘alto riesgo’, puesto que un porcentaje de más o menos un 10% de estos pacientes pueden volverse violentos en cualquier momento y de los casos estudiados en muchas estadísticas un 30% de los pacientes se consideran peligrosos, lo que da lugar a un gran número de previsiones positivas falsas.”

El período de estudio no debe pasar de los seis meses y los sicólogos McNeill y Vinder realizaron acerca de este tema “estudios más precisos y fueron confirmados por [ellos] en el 2007.” (P. 48).

Si uno estudia a fondo el tipo de personalidad de un sujeto, si conoce bien cuáles son los conectores calientes que le disparan el gatillo de la ira y conoce cuáles son las once creencias y conversaciones mentales irracionales, los problemas emocionales secundarios y las conductas y consecuencias que estos causan en cada sujeto, se puede predecir con un alto margen de seguridad  una explosión de violencia.  En la sicopatología cotidiana, el cuerdero es un tipo que sabe cómo provocar que a otro sujeto se le dispare el gatillo de la violencia o que con la activación de un conector caliente se le disparen a alguien que tiene baja tolerancia a la frustración y baja autoestima personal, la ansiedad, la cólera, la ira y la depresión.

Los sicólogos, los siquiatras y los sicoanalistas como el Dr. Romero saben que existen trastornos siquiátricos que producen rápidamente violencia intrafamiliar. Nuestro autor cita estos trastornos, entre los cuales estudia brevemente “los antisociales de personalidad, el de personalidad limítrofe, los trastornos orgánicos de personalidad, los trastornos bipolares, los casos de sicosis breves, la violencia vinculada al paciente esquizofrénico” y, por último, otros casos como los de sujetos afectados por trastornos sicopáticos o trastornos antisociales de la personalidad, muy proclives a cometer violencia intrafamiliar.

Estos sujetos que padecen trastornos sicopáticos o trastornos antisociales de la personalidad  acusan “problemas de impulsividad e incontrolable agresión que manifiesta[n] en grado superlativo” (p. 50). A este grupo de sujetos pertenecen los jóvenes “que provienen de ambientes u hogares caracterizados por falta de integridad familiar, ausencia de control social, falta de desarrollo debido a una educación deficiente, hacinamiento, desempleo” y otras carencias, pero en ellos es preferible la expresión de “amenazas, maltrato a los animales, ideas suicidas, deserción escolar [y] desempleo”, pues se estima en general como un logro deseable y positivo del individuo que los realiza porque puede predecirse su violencia y controlarla.

Pero si a estos cinco factores se les suman “violar las leyes (poder), promiscuidad, desobediencia, indisciplina escolar y desafío a la autoridad”, con toda seguridad que estos adolescentes, si no fueron corregidos durante la niñez, “desembocarán en actos delictivos y violencia de todo tipo cuando lleguen a adultos” (p. 51). ¿De dónde procedían los matadores del joven músico José Carlos Hernández?

Finalmente, el Dr. Romero discute y problematiza en este capítulo las causas de la violencia intrafamiliar. Él las divide en sicológicas, sociales y biológicas. Las primeras son de la responsabilidad absoluta del sujeto y vienen con su programación emocional o guión de vida de Berne (personalidad formada entre los tres y los siete años y está en el inconsciente); las sociales son el ambiente como factor que activa o detona el problema, pero no la causa primaria, la cual reside en una conducta aprendida en el hogar; y, las biológicas, muy bien discutidas por el Dr. Romero, y son las que nos formulamos en término de hipótesis: si se descubriera, aislara y estudiara científicamente el gen de la violencia que debe existir en el genoma humano, de seguro ayudaría a modificar la hasta ahora todopoderosa causa de la programación emocional o guión de vida, los conectores calientes y las once creencias y conversaciones mentales irracionales. Y si no existe tal gen, nos quedamos donde estamos, pero el Dr. Romero le ha puesto particular importancia a la investigación de los últimos decenios acerca de los neurotransmisores, los electroencefalogramas y los factores epidemiológicos. Algo se olerá nuestro autor.

Si se descubriera en el futuro próximo un gen de la violencia en el genoma humano, la responsabilidad quizá ya no recaería totalmente en el sujeto, en su programación emocional o guión de vida (la responsabilidad de los padres), sino que habría que estudiar cómo controlar y modificar para bien del sujeto mismo, su familia y la sociedad, tal carácter violento y agresivo. Las películas de ciencia ficción sobre historias de creación de monstruos han tratado de plantearse, en el ámbito del poder político, el control de la violencia y de los sujetos violentos, pero la solución que aportan son siempre la muerte de la “bestia”.

En el capítulo 5, el Dr. Romero estudió los factores que pueden incrementar la violencia intrafamiliar. El autor no habla de causas, sino de factores, pues ha afirmado antes que la causa de la violencia está en el sujeto mismo.

Estos factores activan o detonan la violencia que ya está en la programación emocional del sujeto. Ellos son los traumas severos (cerebrales), la farmacodependencia, el alcoholismo, las armas de fuego y armas blancas en manos de este tipo de sujeto, y en caso de violencia infantil, la interacción malsana entre niños, padres y medio ambiente.

“El abuso infantil de un niño puede convertirle en adulto agresor”, concluye el Dr. Romero. No abundó en la ampliación de estos factores, pues son muy visibles y comprensibles para todos, aunque hay uno, el alcoholismo, que es un poderoso generador de violencia intrafamiliar, y el alcohólico, al igual que el abusador de su mujer y sus hijos, tiende a negar que sea alcohólico y muchas veces encuentra apoyo en un miembro de la familia, lo cual duplica los efectos de la violencia que desencadena.

En el capítulo 6, el Dr. Romero realiza un estudio sicoanalítico de un cuadro pintado por Yoryi Morel en 1978. El lienzo se titula “Paisaje campesino”, pero el autor lo denomina “Violencia sutil”. A partir de los conocimientos del libro hasta el capítulo 5, podemos disfrutar y entender  la sicología de la cultura campesina y su destino cuando se agotan las fuentes nutricias del campo: emigrar a la ciudad donde la mujer se emplea como sirvienta en una casa de familia y el marido queda desempleado o ejerce de sereno o guachimán o se engancha a  miembro de las Fuerzas Armadas o la Policía, en el mejor de los casos, pero ambos viven en los barrios marginados o al borde de uno de los ríos que circundan la Capital. Los roles se invierten, y de casi esclava que era la mujer en el campo, ahora pasa a disfrutar de mejor alimentación, vestido y calzado y un salario que muchas veces supera al del marido. Imaginen ahora cuáles serán las consecuencias de ese desequilibrio en la mentalidad de un hombre machista como ese campesino que ha sido expulsado del campo y ha sido forzado a emigrar a la ciudad.

No voy a contarles la película. Prefiero que sea la lectura semiótica y sicoanalítica del Dr. Romero aplicada al cuadro de Yoryi la que les guíe al desciframiento del final de la historia.

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