En Londres, un compañero de residencia le hacía bromas a otro, ambos africanos, acerca de las marcas que éste tenía en el rostro. El aludido explicó que desde niños a los varones los marcaban así. Eran como rasguños hechos a hierro, además de trazos de pintura y ornamentos en el cuerpo para que no se confundieran con el enemigo en la penumbra de la selva.
Similarmente, el nombre de los individuos además de diferenciarlos permite asignarles responsabilidades y beneficios, a cada identidad individual le corresponden un role y un estatus. La identidad es también un elemento de manipulación social por parte de los poderes establecidos, frecuentemente barnizada de amor a la patria, para así mandar los muchachos a la guerra a defender un territorio en el cual ellos no tienen ni un metro de tierra. La identidad étnica y de grupo es vital para la unidad y la supervivencia colectiva.
En nuestros países son muchos los que tienen dificultad buscando su identidad personal, nacional o de clase; frecuentemente adoptamos rasgos culturales de otros grupos y sociedades. Saber quiénes eran nuestros ancestros siempre es valioso, pero no necesariamente útil, ya que a menudo conectamos sanguíneamente con aventureros europeos que arrebataron y depredaron el territorio que habitamos; o con salvajes africanos, quienes de su cultura originaria tan solo conservaron retazos, que malamente mezclaron, por la fuerza, con retazos de otras tribus y de culturas europeas y aborígenes: A menudo resultando un sincrético arroz con mango y yerbas diversas.
Tenemos casos de hibridismo cultural, de mixturas y “reburujamientos” que no hay manera de sacar identidad de ellos como cosa de valía. Menos aun cuando a esa mezcla se le agrega, de mala manera, la aculturación conocida como globalización, una transnacionalización abrupta y forzosa, una incursión suicida en la cultura del consumo para un país pobre y cuasi analfabeto. Pero lo principal para cualquier nación, y mucho más para una como la nuestra, es que desarrollemos una identidad partiendo de lo poco o mucho que tengamos que valga la pena, para crear así un proyecto válido y viable de la nación y del hombre y la mujer dominicanos. Lo importante, sobre todo para los de abajo, el pueblo, no es lo que fueron sus abuelos, ni sus retazos de cultura africana, caribe, taína o europea; sino lo que con esa herencia o a pesar de ella podemos construir hacia el futuro.
Duarte entendió perfectamente el asunto: Propuso una nueva identidad, sin desprecio a negros, blancos o mulatos. En base a una doble liberación: a) de otras naciones y, b) de toda mentira, ideología o trama de explotación del hombre por el hombre. Nosotros heredamos un alma nacional confusa y perturbada, la cual debe ser salvada con una nueva cultura, con instrucción y disciplinamiento. Reynaldo Peguero, un joven desarrollista de Santiago, destaca la necesidad de construir ciudadanía, con herramientas sociales de participación, integración, pertenencia y proyectos colectivos hacia futuro. Se trata de la liberación del alma nacional, como lo propuso Duarte, según Juan 8:32.