¿Qué ocurre en la cabeza de una persona que por una simple rozadura a su yipeta, un accidente de tránsito menor, insulta al conductor del otro vehículo y no satisfecho con esos insultos lo asesina de un balazo y luego se marcha como si tal cosa a continuar con su vida y sus rutinas? El hecho ocurrió en Santiago y la víctima fue el padre de una exreina de belleza, pero la violencia ciega y destructiva que se ha instalado en nuestras vidas sin pedir permiso puede estallar en cualquier momento, lugar o circunstancia, y eso bien lo sabe una sociedad conmocionada por el asesinato del alcalde Juan de los Santos y su guardaespaldas a manos de un “amigo” que luego de cometer el doble crimen se suicidó. ¿Cómo explicar esas muertes tan absurdas e injustificadas? ¿Cómo entender las oscuras motivaciones de quien toma una decisión tan radical y desproporcionada? Si hay algo en lo que parece que estamos de acuerdo, a propósito de esta desgarradora tragedia, es en la necesidad imperiosa de reflexionar seriamente sobre la violencia que desangra a la sociedad dominicana, pero sobre todo en qué debemos hacer para contenerla y evitar tantas muertes sin sentido. ¿Endurecer el control sobre el porte de armas, como sugirió ayer el ministro de Interior y Policía José Ramón Fadul? ¿Acudir a las iglesias y a Dios cuando necesitemos orientación y consuelo en las grandes dificultades, como recomendó el presidente Danilo Medina al pronunciar unas emotivas palabras durante el velatorio del malogrado alcalde peledeísta? ¿Reforzar la educación en valores como una forma de neutralizar los nocivos efectos de un mundo cada vez más materialista y deshumanizado, como predican las iglesias? Ponernos de acuerdo sobre qué hacer será nuestro primer gran desafío, pero el más difícil será hacerlo juntos. Ojalá que todavía estemos a tiempo, antes de que por culpa de la violencia nuestra de cada día terminemos matándonos los unos a los otros.