La sociedad desgajada

La sociedad desgajada

Se ha generalizado –en todo el mundo- un sentimiento de impotencia y “desvalimiento” del hombre común frente a los políticos y a las instituciones de justicia. Nadie cree que un delincuente podrá ser sometido a un “juicio público, oral y contradictorio”, como reza el viejo estribillo jurídico. El hampa reina en numerosos sectores de la vida económica; y opera en estrecha convivencia con funcionarios y representantes connotados de los “cuerpos castrenses”. La posibilidad de escapar de las injusticias y abusos es cada vez más remota para “el hombre de la calle”. Los políticos de la mayoría de los partidos no tienen credibilidad; tampoco inspiran respeto… ni a jóvenes ni viejos.

El descreimiento general hace que las sociedades no contribuyan a lo que antes llamaban “la buena marcha de los asuntos colectivos”. Nos hemos acostumbrado a que los problemas ordinarios de la convivencia sean considerados “insolubles”. Limpieza de calles, vigilancia de parques, control de exámenes escolares, calidad del pan, atención hospitalaria, se han convertido en conflictos mayúsculos, aparentemente “inabordables” para las autoridades estatales y municipales. Hemos llegado a la aceptación pasiva de la inseguridad urbana. Finalmente, cada quien “tira para su lado” en una verdadera atomización de voluntades. Todo es individual; nada es comunitario. Vivimos en una sociedad desgajada.
En el día de ayer circuló en las redes sociales de “Internet” un chiste-caricatura que refleja un aspecto básico del mundo de hoy. Un niño interrumpe a su padre, que leía un periódico: -Papá, tengo pensado hacer carrera en el crimen organizado. El padre contesta: -¿En el gobierno o en el sector privado? Los narcotraficantes son todopoderosos en muchísimos países; los asesinos por encargo trabajan con libertad, altos rendimientos y total impunidad. El niño y el anciano participan ya de parecidas convicciones.
¿Dónde termina el amor propio, el egoísmo natural, y dónde comienza el egoísmo enfermizo? La intercomunicación perpetua y el “exhibicionismo digital” añaden a nuestra época una “dimensión teatral”. El político, el hombre de negocios, el funcionario, el escritor, actúan en un escenario, con telones y luces, según convengan a los fines de cada actor. Para los mortales comunes que sufren la precariedad laboral, la injusticia social, es una fiesta de disfraces de la cual han sido excluidos.

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