De poetas y filósofos

De poetas y filósofos

Es una lástima que el hombre no pueda expresarse sino fragmentariamente. Solo tras una larga retahíla de palabras logra el escritor situar a los lectores en su propio mundo. Desde allí, como desde el andén de una estación de ferrocarril, es posible iniciar el viaje ideal hacia las regiones de la historia, del conocimiento, de las pasiones o de la muerte. Es tan pequeño el espacio de un artículo de periódico que los pensamientos llegan a parecer fetos comprimidos por un fórceps. Pero para decir unas cosas es preciso renunciar a decir otras. Y no es cuestión de economía, ni de ordenamiento, ni de oportunidad; es un asunto lingüístico y muy complicado. Ni siquiera el libro está exento de ese trágico destino, común a todo decir, sea literario o no.

Los poetas han intentado evadir ese abismo desorganizando el idioma y por otros medios muy bellos, geniales o ingeniosos. Los poetas quieren decirlo todo. Y no sólo aquello que es significativo en el discurso. También aspiran a comunicar la emoción misma con que las cosas fueron vistas o sentidas y su índole intima y su valor colectivo y su música. La realidad entera debe parecernos presente en la creación artística. Los artistas maman en las tetas mismas de Dios.

Por eso pueden decir lo no sentido enteramente, expresar muñones de ideas o ideas no pensadas del todo. Sentidores los llamaba Unamuno. Decidores y nombradores, los han llamado siempre. Poesía es dicharacho, si pudiéramos quitar a esa palabra su carga semántica de vulgaridad, conservando su valor de síntesis intuitiva. El máximo de expresión con el mínimo de recursos verbales. También los poetas son pensadores al revés. Voltean hacia afuera las costuras de la vida, como una abuela al coser un par de medias.

Ellos duplican el universo inventando mundos imaginarios para deleite de “los que van siempre heridos de paisajes por dentro.” Los críticos estructuralistas olvidan a menudo la intención estética de un texto poético. Cierto personaje, llamado Timoneda, proponía la necesidad de hacer brotar –en prosa antipoética- el mayor milagro de la poesía: el de dar vida a los problemas y llenar de problemas las vidas de los hombres…. hasta que sólo queden problemas pelados hechos de luz. (La feria de las ideas; 2001).

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