Séneca y la eternidad de malas conductas

Séneca y la eternidad de malas conductas

A menudo no sabe uno qué pensar. A quién creerle. Nos rodean las afirmaciones contradictorias, proclamadas con tanto énfasis y aparentes pruebas que nos enlodamos de dudas.

¿Estamos bien como país, como conglomerado humano? Existen hechos que nos dejan perplejos: la vaporización del estremecedor caso de la OISOE, cuyos males perduran activos, el tratamiento inconcebible que “la justicia” ha dado al caso de Félix Bautista, quien tiene por suya la toga de senador, el descaro con que se habla de “transparencia” e indeclinable honestidad en el manejo de los fondos públicos… entre muchas cosas.

No puede negarse que el país ha avanzado en modernizaciones visuales, en altas torres, en novedosas concepciones del lujo, en un parque vehicular atropellante y caótico, cargado de un conflicto de chatarras rodantes y espectaculares automóviles de última generación, todos circulando como chivos sin ley… pero… ¿es que existe alguna ley que ciertamente se respete o se trata de una ley de la selva, lo que el fabulista Lafontaine describe señalando que “la razón del más fuerte es siempre la mejor?

Lucio Anneo Séneca, el filósofo estoico natural de Córdoba, en una de sus Cartas Morales (la #97) publicada por el Departamento de Humanidades de la Universidad de México dentro de una espléndida colección de clásicos griegos y latinos, dejó dicho: “Te equivocas, mi querido Lucilio, si piensas que es vicio de nuestro tiempo la lujuria y el abandono de las buenas costumbres; son vicios estos de los hombres y no de los tiempos. Ninguna edad ha carecido de culpa. Y si empiezas a juzgar el libertinaje de cada siglo, avergüenza decir que nunca se pecó tan abiertamente como en la presencia de Catón.

¿Cómo iba nadie a creer que corriera el dinero en aquel juicio en que se acusaba a P. Clodio del adulterio que a escondidas había cometido con la mujer de César, violando los ritos de aquel sacrificio que, según se dice, se ofrecía por el pueblo, del que hasta tal punto se excluían los varones que se cubrían hasta las pinturas de los animales machos?

Pues se dio dinero a los jueces y, lo que todavía es más vergonzoso en este pacto, se exigieron, además, violaciones de mujeres casadas y de adolescentes nobles a manera de sobreprecio. Menor pecado que el crimen fue la absolución; el reo de adulterio repartió adulterios, y no estuvo seguro de salvarse hasta que hizo a sus jueces semejantes a él. Todas estas cosas sucedieron en aquel juicio, en el que Catón, si no otra cosa, hizo de testigo.

Citaré las exactas palabras de Cicerón, porque la cosa excede lo que se puede creer: se acercó a los jueces, prometió, intercedió, dio. Pero todavía, las noches de ciertas mujeres y las reuniones con ciertos efebos nobles fueron para algunos jueces como una añadidura a su recompensa.”

Hasta aquí, Séneca (4 a 65 a. C.)

Después de tanto tiempo… ¿“Eadem sed aliter”, como sentenció Shopenhauer? ¿Lo mismo de otra manera?

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