Vocablos inexpresivos

Vocablos inexpresivos

Vivimos hoy en un mundo de inhibiciones. No debemos decir: “ten cuidado con esa vieja cegata que va a cruzar la calle”. Lo políticamente correcto es llamar a los viejos “adultos mayores”. Ya no existen cojos, mancos, lisiados, baldados, impedidos. Es obligatorio llamarles “discapacitados”. El tipo de discapacidad no puede ser explicado en pocas palabras. Antes, con decir “majareta”, se aludía a ciertas discapacidades de nacimiento que, en conjunto, rotulaban como “retraso mental”. Hoy, decirles “retrasados mentales” es peor que llamarles mongólicos. En este último caso se ofende a una extensa región del Asia. Los niños afectados por el síndrome de “down” son calificados como “niños especiales”.

Llamar al pan pan y al vino vino, es una falta de educación, una grosería o una violación a los derechos humanos de las minorías más débiles de la sociedad. Muchos eufemismos se aceptan con facilidad cuando procuran no herir individualmente, ni a los sujetos que padecen las discapacidades, ni a los familiares que les cuidan. Pero también se usan para referirse a grupos sociales, comunidades o “colectivos”. Los “sintrabajo” o los “sinhogar” -home-less-, van adquiriendo el mismo cariz despectivo que tuvo durante la Revolución Francesa el término “sans-culottes”. Los sociólogos, misioneros y visitadores sociales, nos hablan de “grupos carenciados”; o sea, que carecen de esto o de aquello.

Un agresivo empresario norteamericano, Donald Trump, ha alcanzado popularidad, nombradía y predicamento político, llamando las cosas por su nombre. La gente está harta de mixtificaciones y aplaude a quienes se atreven a desafiar las “inhibiciones verbales” vigentes en el mundo. Donald Trump, ultra-conservador y simplista, está en camino de conseguir la nominación presidencial en “el país más poderoso y democrático” de la época contemporánea. Los partidos de izquierda en los países pobres -que llaman “insuficientemente desarrollados”-, temen enfrentar el tema de los inmigrantes para que no los tilden de xenófobos o de “antiproletarios”.

A pesar de que saben bien que la afluencia de inmigrantes pone en peligro la seguridad social de su propio país. Los pobres nacionales y documentados, cuentan menos que los extranjeros sin papeles. Estos inmigrantes sin formación laboral, son personas “carenciadas” -sin educación, ni identificación-. Y si dichas personas sufrieran una “crisis humanitaria», nosotros seríamos calificados de “ultranacionalistas”.

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