Acto contra Confucio

Acto contra Confucio

Hace varios meses leí en un periódico la noticia de un “acto vandálico” contra Confucio, el emblemático filósofo chino del siglo sexto antes de Cristo. El suceso ocurrió en el barrio chino de Santo Domingo; unos jóvenes revoltosos “le cayeron a pedradas” a la estatua de Confucio que adorna el fondo de una pequeña plaza del lugar. A lado de la estatua están grabadas unas palabras de Confucio sobre los hombres sabios y el buen gobierno de los pueblos. ¿Qué clase de rencores o quejas tendrían estos jóvenes contra “el maestro Kong”, hasta el punto de lanzarle piedras a una estatua?
Los pensamientos de Confucio que aparecen en la leyenda, se refieren a la necesidad de que los gobernantes escuchen los “consejos de hombres sabios”; que en el gobierno participen las personas más capaces y honradas; según Confucio, por este camino se llegaría a la armonía social, a la paz y a la felicidad de la población. Si bien se mira, muchas de las proposiciones hechas por los filósofos, en todos los tiempos, parecieron buenos deseos de imposible realización; poco a poco, después de largas discusiones y luchas, esas ideas “estrafalarias” alcanzaron “predicamento” entre las masas. Sólo entonces, pudieron redactarse leyes y constituciones que consagraran la vigencia pública de tan “atrevidos conceptos”.
Confucio sostenía que los hombres debían comprar arroz y flores: “Arroz para vivir y flores para tener algo por que vivir”. También afirmaba que “cada cosa tenía su belleza, pero no todos podían verla”. La ética del maestro chino conjugaba los lados prácticos de la conducta, con ciertos aspectos intangibles de la poesía. Creía que la educación tenía el poder de anular las distinciones de clase. A Confucio le tocó vivir en una época de “fragmentación del poder”.
Nunca pudo atraer ningún príncipe para que organizara mejor la sociedad. Al finalizar la Semana Santa fui a visitar la estatua de Confucio. No tenía la nariz abollada, ni las orejas rotas. Permanecía íntegro, imperturbable ante la agresión a pedradas de esos jóvenes sin educación. Al leer la inscripción con las palabras del ilustre chino, comprobé que el arriate contiguo estaba lleno de excrementos. Un limosnero me dijo: “únicamente” han roto una luminaria; “el viejo” sigue entero.

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