14 DE JUNIO 1959: CHISPA QUE ENCENDIO LA PRADERA

14 DE JUNIO  1959: CHISPA  QUE ENCENDIO   LA PRADERA

Entrevista al Hèroe Nacional Mayobanex Vargas sobre la guerrilla que encabezò Manuel Aurelio Tavàrez (Manolo) en las montañas de las Manaclas, en su residencia del ensanche Bella Vista del Distrito Nacional. Hoy/ Napoleòn Marte 04/12/2013

 El desvelamiento del movimiento  clandestino  14 de Junio, liderado por el Dr. Manolo Tavares Justo,  demostró que la expedición respondía la segunda incógnita: Era  ¨el principio del fin¨. Porque fue en el contexto de resistencia creado por dicha Gesta donde surge el referido Movimiento 1J4, logo  que  reivindicaba la fecha de llegada de la misma,  especialmente la del Programa Mínimo que trajeron sus integrantes.

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La Expedición: resistencia, sangre y luz
Si en el ámbito delirante de un sueño solo cabe la idea del triunfo, se podrían tener grandes decepciones. Pero aquel que movía las ansias libertarias de los expedicionarios del 14 de junio del 1959 no cabía en el recinto intangible de la especulación, sino en un ámbito polarizado de certezas. “Patria o Muerte”.
No había otra salida. Lo confirma el análisis que sobre el contexto histórico, en que el proyecto insurrecto surge, realizado en la entrega anterior: aquel de la tiranía trujillista, régimen de horror, que superaba en tormento, al “Infierno”, al que Dante nos introduce en su obra maestra. Entonces, ya nada podía ser peor que el calvario donde seguían sacrificando los interminables condenados del despotismo.
Ese que bajo las torturas pertinaces de los presbotes, con las que les obligaban a bañarse en su propia orina, embarrarse en su propia mierda, o a beberse su propia sangre, cuando caía a borbotones de las heridas que la fusta infatigable le abría en sus carnes. O peor, de aquella entretención cotidianamente reiterada, y no por ello menos morbosa de calcinar los testículos con el tristemente célebre bastón eléctrico, con que pretendían tumbarle la masculinidad. También impedirle la reproducción, esa a que incita el versículo bíblico de: “Creced y multiplicaos”.
De ese suplicio puedo dar testimonio, porque veía sus huellas en los cuerpos de los compañeros de celda de mi hermano Milito, quien como preso lo sufría y como médico las curaba, en las ergástulas trujillistas de ¨La Victoria¨ y ¨La 40¨. Pero si el exilio liberó temporalmente a los expedicionarios de tales angustias, fue para caer en otras peores: arrastrar por playas extrajeras sus acuciantes nostalgias, sus ternuras prestadas y aquellas ansias emancipadoras guardadas en sus desgastadas mochilas trashumantes.
Ya aterrizados en el trayecto del sueño, supieron porque fueron violentamente despertados: la incursión había sido sanguinaria y brutalmente aplastada. También devastadora, tanto para los expedicionarios sobrevivientes, como para el propio régimen. Porque aunque de los extranjeros, que en nombre del internacionalismo solidario participaron en tan magno evento, solo quedaron los cubanos Delio Ochoa y Pablito Mirabal y de los dominicanos Mayobanex Vargas, Poncio Pou y Medardo Germán, eso no significó que en términos generales la invasión había fracasado.
Al contrario. Si hubo fracaso, fue en el orden militar, no político. Porque el mismo actuó cual relámpago, que atrae el trueno, anunciando la inevitable caída “del rayo en cielo sereno”. Visión que recrea Marx en su célebre texto “Ël 18 Brumario de Luis Bonaparte, en el que analiza el golpe de Estado dado por el sobrino del tío, a finales del siglo XVIII, en Francia.
Hecho que cambió para siempre la historia de la potencia gala y del mundo. El que cayó en Dominicana, partió en dos su historia: en un antes y después, del 14 de junio de 1959. Porque en franca concordancia con la naturaleza, el estruendo radiante que entonces desgarró el cielo se convirtió en chispa que encendió la pradera. Fuego libertario que al propagarse indetenible por todos los rincones de la patria ya no fue posible apagarlo.
El destino le había dado respuesta al único resquicio de incertidumbre, subyacente en el sueño. Ese del ¨Alfa y Omega¨, con que los griegos, revelaban la doble interrogante, que asalta a los que se lanzan por las ventanas insondables de la historia: ¿Era el fin del principio o el principio del fin¨ ?
El desvelamiento del Movimiento clandestino del 14 de Junio del 1960, liderado por el Dr. Manolo Tavares Justo, demostró que la expedición respondía la segunda incógnita: Era ¨el principio del fin¨. Porque fue en el contexto de resistencia creado por dicha gesta, donde surge el referido Movimiento 1J4, logo que reivindicaba la fecha de llegada de la misma, y especialmente la del Programa Mínimo que trajeron sus integrantes. Decisión que al ratificar la continuación y profundización de la lucha, implicaba también la de la espiral represiva desatada antes contra los expedicionarios, con su secuela sangrienta, desbordada como nunca, por la lógica intimidatoria del martirio.
Fue cuando este último se cebó inconmovible contra las mujeres. Sucedió cuando ellas decidieron quemarse con ellos, en “la llama augusta de la libertad”: Fe Ortega, Miriam Morales, Asela Morel, Tomasina Cabral (Sina), Patria, Minerva y María Teresa Mirabal. Para ilustrar estos criterios, hay que volver a las cárceles citadas, horizonte infernal donde convergían todos los suplicios.
Porque estas mujeres coraje, estas mujeres emblemas, fueron llevadas allí, junto a sus compañeros, donde ofrecieron la más tenaz y heroica resistencia al ritual abominable de las torturas a que fueron sometidas por los coyotes del sátrapa. Actitud que desató en estos esa furia insaciable que genera la impotencia masculina frente al desafío femenino, en especial cuando sucede en un contexto de fiero despotismo. Lo recrea certeramente Eduardo Galeano en uno de sus textos: “Ël peor miedo del hombre es enfrentarse a una mujer que no tiene miedo. Por eso la mata”.
Lo sucedido con la ingeniera Sina Cabral lo ratifica, al infligirle la peor de todas las muertes: la moral. La que mata por dentro y al parecer deja viva por fuera. Porque es la que genera ese sentimiento con el que más se hiere, a ese amasijo de sensibilidades que configura una mujer: la humillación. Ella, la propia heroína, me resumió todo en una frase lacerantemente lapidaria: “es la muerte que invade los espacios reservados del pudor”.
Por eso la subieron en un pedestal de escarnio. Justo ahí donde le fueron rasgando, una a una sus vestiduras, frente a la impotencia punzante de sus compañeros, que habían pasado por el mismo suplicio, mientras sus verdugos apostaban que ante el mismo, tanto ella como ellos se doblegarían. Perdieron. Porque como ellos, ella permaneció allí imperturbable. Inmensa. Sintiendo quizás la tibia sensación de una textura sutil que de repente la envolvía, esa tricolor con la que desde abajo le cubrían sus compañeros, aprovechando el imaginario ondear de la bandera.

La misma que también iba a resguardar las alas de las tres intrépidas mariposas, aquellas de Salcedo, cuando se las arrancaron de cuajo para detener su vuelo… Se cuidaban de que, aun después de descuartizadas, estas pudieran seguir en su contestatario batir…Ellas lo lograron. Fue después que su suplicio se posó como un dardo en la vergüenza de un pueblo.

La misma que hizo que las mujeres retrocedieran horrorizadas ante el espejo que le devolvía la imagen devastadora de su impotencia. Solo para tomar impulso. Después retornarían para compartir la antorcha con los hombres, cuando estos sintieron que el suceso le traspasaba el machismo como un clavo ardiendo. Hasta que “La Edad de la Ira”, iniciada en junio, completó su círculo de fuego, aquel 30 de mayo.

Fue cuando la cabeza del déspota cayó rodando por la pendiente eterna del ultraje y quizás de algo peor, al cual me sentí tentada de increpar junto al gran poeta anglosajón T.S. Elliot, en ¨Tierra Baldía: “Dejad ahí esos huesos, que expíen su blancura hasta el olvido”. Pero no. Porque como ahora, podrían los lúgubres graznidos de aves agoreras intentar desenterrarlos, y con ellos, resucitar la barbarie…

marelmunoz@hotmail.com

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