La poesía artificial

La poesía artificial

Hace algunos años tuve el placer de grabar cuatro programas de televisión acerca de la inteligencia artificial, la lógica simbólica y el desarrollo de los lenguajes de computación. El doctor Enerio Rodríguez, protagonista de todos ellos, explicó que la luz eléctrica, la que se esparce desde la famosa bombilla de Edison, no es luz natural; es luz artificial; pero no hay duda de que es luz, una verdadera luz que nos permite ver los objetos. La luz artificial hizo más llevadera la obscuridad nocturna en las grandes ciudades. Fue un argumento válido para indicar que la inteligencia “artificial” podría ser una inteligencia verdadera.
Pero habría derecho a dudar de que la poesía artificial –producida a través de computadoras- fuese verdadera poesía. Si en ocasiones hasta los verdaderos poetas escriben “poesía artificiosa”, es dable esperar que las máquinas produzcan poesía fallida, frustrada o desarticulada, desde el punto de vista estrictamente artístico. El famoso poema 20 de Pablo Neruda, me parece un tanto artificioso: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche/. Escribir, por ejemplo: “la noche está estrellada/ y tiritan, azules, los astros a lo lejos/”. Desde luego, Neruda escribió también poemas extraordinarios, que se consideran modélicos en nuestra lengua española. Si el hombre da un traspiés la máquina puede dar tres.
Poesía coja, cursi, artificiosa, ramplona, desabrida, sin encanto, ni duende, la hay en todas partes, pues a los poetas no se les exige exequátur para ejercer la extraña profesión de nombrador. Cuando tengamos disponible el algoritmo de la poesía, se podrá producir poesía Apple, o Microsoft, en cantidades considerables –para consumo masivo-, sin tener que sufrir la vanidad y el egocentrismo de los poetas, ni pagar derechos de autor. Los concursos literarios tendrán que especificar: poesía natural y poesía artificial.
La poesía producida “a mano”, con dolores e insomnio, tiene un prestigio milenario que no han podido disminuir los preceptistas literarios, críticos y lingüistas. La poesía hecha “a máquina”, según parece, tiene un brillante porvenir. Los mismos expertos que trabajan en la confección del algoritmo para la lengua inglesa, tienen amigos especializados en mercadeo de productos culturales intangibles. Ahora están midiendo “el efecto” del Premio Nobel sobre la demanda de las canciones de Bob Dylan.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas