16 TESIS a propósito de Martín Lutero

16 TESIS a propósito de Martín Lutero

Reformarla o dividirla, lo decisivo en estos momentos es hacer lo que él se propuso en aquel entonces. Me refiero a discutir algunas afirmaciones que permitan ponderar el verdadero significado de su figura, de sus enseñanzas y doctrinas y, sobre todo, la envergadura de su paso por la vida desde una civilización occidental de las que todos –incluyendo sus comunidades cristianas– somos deudores.
Con ese propósito en mente, expongo 14 afirmaciones que presupongo verdaderas y que como tales libro a la discusión:
I. Contexto
1. El 31 de octubre de 1517, fecha en la que se creyó que el entonces monje agustino clavó sus 95 tesis en el Castillo de Wittenberg, cierra la Edad Media y da paso a la Edad Moderna.
2. El paso del medioevo a la modernidad se debió a lo que ningún poder terrenal había conseguido hasta aquel entonces; a saber, el desafío al poder espiritual y terrenal de la Iglesia, entronizada desde tiempos del emperador Constantino, por efecto de la prédica y los escritos de un desconocido profesor universitario.
3. El tema controversial que dio pie –a modo de punta de iceberg– a la disputa en el seno de dicha Iglesia fue la venta de indulgencias. Los cristianos hacían una contribución financiera a la Iglesia (católica) a cambio de que se les perdonasen las penas merecidas por el daño hecho por los pecados.
4. El conflicto surge en momentos en que la Iglesia romana era al mismo tiempo casi renacentista, pues fomentaba e imbuía la vigencia de los clásicos del Renacimiento.
5. La Reforma, entre otras la luterana, no rompe con la Edad Media sino que surge de ella y conserva la virtud de la fe y revaloriza la convivencia eclesial en comunidades de creyentes.
6. La experiencia de fe para Lutero fue un asunto completamente personal, íntimo, subjetivo. Todo lo demás –por ejemplo, la asistencia a la iglesia, las prácticas sacramentales y litúrgicas, el ministerio episcopal y sacerdotal, y el cumplimiento de las obligaciones religiosas– no eran más que meros accesorios secundarios.
7. Después de mil años –entre la obra de San Agustín y la de Martin Lutero– durante los cuales se pensó que el poder secular y el sacerdocio eran complementarios en un mundo cristiano, lo único que se había logrado era un estado de zozobras y conflictos entre “coronas y sotanas”. Ambas fuerzas, la civil y la religiosa, pugnaban por tener más control sobre los hombres, sus vidas, sus actividades y hasta sus riquezas.
II. Doctrina
8. La base y fundamento de todo el afán y enseñanza de Martín Lutero es la sola justificación por la gracia, por la fe y por la escritura: “sola gratia, sola fide, sola scriptura”.
9. La libertad, cristiana según su texto de 1520, contrapone lo interior y lo exterior del ser humano: hacia dentro, en su intimidad, el cristiano es libre y señor de todas las cosas, por lo que no está sujeto a nadie; pero también es, hacia fuera, “servidor de todas las cosas” y sujeto a la autoridad pública.
10. Lutero creía fervientemente que la influencia de lo político había hecho un daño enorme al cristianismo y por eso su empeño fue despolitizar, tanto a la iglesia, como a la teología. Y por eso, a diferencia de contemporáneos suyos como Maquiavelo, de predecesores y sucesores como Marsilio de Padua y como Hobbes –los cuales apostaban a una desacralización de la política– el excomulgado fraile agustino se propuso rescatar el pensamiento y la organización de la Iglesia del papado y su perniciosa influencia política.
11. Su enseñanza doctrinal resulta paradójica. Critica y objeta al Papa, por portarse como un príncipe, pero hace de cada Príncipe terrenal un papa, para controlar y limitar el papado.
12. Lutero encarna un canto a la libertad de conciencia al menos desde tiempos de la Dieta de Worms, en 1521. Renunció al excesivo autoritarismo de una jerarquía eclesial que utilizaba el poder público para prevalecer sobre los hombres y los pueblo; y a la misma vez, rechazó todo poder público –sea del emperador o de otra autoridad– que pretenda justificar sus abusos con argumentos religiosos o espirituales. Y justifica ambas objeciones porque “no es seguro ni honesto actuar contra la propia conciencia”.
13. Lutero finaliza instituyendo otra iglesia, dependiente esta vez de una lectura de la Biblia que, traducida a idioma vernáculo, cada quien puede leer al pie de la letra e interpretarla por sí solo, como quien dice a su manera, sin apelar al clero ni a la tradición.
14. Aun cuando el libre examen significa que el cristiano debe entenderse con Dios directamente a través de los textos sagrados, sin intermediarios gravosos e inmorales como “los romanos” (el clero católico), no obstante, de ahí no se siguió la desaparición del intermediario por innecesario sino su multiplicación.
15. La justicia humana es un remedio para la corrupción igualmente humana. En ella tenemos el espejo de nuestra propia perversidad, ya que por la fuerza somos conducidos a la equidad y la razón.
16. Después de mil años –entre la obra de San Agustín y la de Martin Lutero- durante los cuales se pensó que el poder secular y el sacerdocio eran complementarios en una república cristiana, en un mundo cristiano, lo único que se había logrado era un estado de zozobras y conflictos entre “coronas y sotanas”. Ambas fuerzas, la civil y la religiosa, pugnaban por tener más control sobre los hombres, sus vidas, sus actividades y hasta sus riquezas.

III. A modo de conclusión

Mucho se ha escrito acerca de si la causa fundamental de la Reforma fue la corrupción imperante en las esferas clericales y eclesiásticas. Y con razón, tal interpretación no carece de razones que la avalen. Pero en víspera de cumplirse un nuevo aniversario de la irrupción de Martín Lutero y su Reforma en la historia universal, hay que concluir ante todo que el reformador estaba profundamente inspirado por cuestiones eminentemente teológicas relativas a la gracia divina, la fe, las escrituras, la libertad de conciencia, sin por ello olvidar el destino de la nación alemana.

Fruto de su experiencia religiosa, Lutero sitúa a cada individuo en la intimidad de su conciencia ante Dios. Despeja ese camino hacia la intimidad religiosa poniendo entre paréntesis reiteradas veces el valor de la razón humana, dada la omnisciente presencia de Dios, y afirmando que ninguna institución, autoridad o fuerza humana puede imponer la experiencia de la fe y tampoco contrariar la conciencia.

De ahí que, de existir tal libertad –Erasmo dudaba que Lutero creyera en ella– su concepción termina siendo contradictoria e irreconciliable. Contradictoria, pues su realidad espiritual lo presenta como libre pero al mismo tiempo, en su desenvolvimiento político, como sujeto sometido al poder de la autoridad terrenal. E irreconciliable, pues en la intimidad del mundo espiritual concibe la libertad como libre por la sola fe y gracia de Dios (sin que intervenga algún mérito personal) y en el terrenal depende de su sometimiento u obediencia (pero no de su poder de decisión u oposición a normas jurídicas, éticas o eclesiales).

Con razón, perduran los motivos para festejar y reflexionar todavía hoy día, a 500 años de aquel otro 31 de octubre. La base y fundamento de la doctrina de Martin Lutero: “sola gratia, sola fide, sola scriptura”, sigue a la deriva en las grandes antinomias del pensamiento occidental moderno e incluso postmoderno: justificación por la fe y la gracia de Dios o por la razón y el libre pensamiento; y también, libertad del cristiano por su obediencia e intimidad consciente de sí o por sus obras y empresas.

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