Sin respuesta y con razones

Sin respuesta y con razones

Razones para explicar, para entender, para saber origen y consecuencias. Razones y motivos para evaluar el proceso, el ahora y el antes, el después y la nada. Contienda desigual y agotadora, con RIP que paraliza, sin posibilidad de disuasivo porque no hay sujeto para demostrar redención, arrepentimiento, cambio de conducta. Mezcla de conceptos y la realidad golpeando. Sí, literal, golpeando niñas, adultas, ancianas, pobres, ricas, ilustradas, ágrafas. Cualquiera, no importa. Golpeando convivientes, amigas, hermanas.
Multiplicando orfandad con su secuela, dejando en el camino a criaturas sin uno ni otra y en el medio la sangre, la algarabía y el espanto. Y la multiplicidad de excusas, las causas de justificación reiterativas que trascienden el código penal y aluden un desvaído argumento emocional: Matar por pasión. Amar tanto que deshago el objeto de mi amor.
Recurrir al argumento fácil no enmienda, complica. Negar la realidad violenta que nos circunda desde el principio de la vida republicana, es ardid que indigna. Nombrar, calificar ha sido importante, muy importante, empero, no elimina el problema. El pleito entre marido y mujer está descartado de la nomenclatura y será difícil rescatarlo. Del mismo modo, descartado está argüir que la violencia es impronta de la marginalidad, de la escasez, menos de la ignorancia.
La idea del hombre cromañón persiguiendo víctimas es desacertada, excluiría a Althusser y a sus réplicas infinitas y guarecidas. Ahí se aposenta la gran desilusión y la necesidad de búsqueda constante, de desgarro. En el año 1996, antes de la promulgación de la Ley 24-97, el registro informal de asesinatos fue 32, como si se tratara de una convocatoria a la muerte, a partir de la promulgación de la ley, el número aumenta. Es innegable que somos más y además, lo que antes era secreto ahora es infracción.
Aunque todavía la complicidad excluye la nombradía acosadora, estupradora, a esos honorables maltratadores y asesinos, aceptados sin rubor y sin el ronroneo que les agravie. Se impone admitir que no hay fórmulas mágicas, concluyentes. Dejar de degradarnos y propalar, con imbécil terquedad, que el problema es solo criollo y su solución está en el Estado, quizás paute la transformación. Reafirmar que el crimen político sustrajo a generaciones de la comprensión de la violencia general, nunca será imprudente.
Detrás del combatiente estuvo el abusador doméstico, el seductor impenitente de impúberes silenciosas. El militante aguerrido, el preso político, encubría con encanto, la secuencia incestuosa, el agravio perenne a la parentela.
Las estadísticas son demoledoras, también desoladoras. La “paradoja nórdica”- Enrique Gracia y Juan Merlo- escuece. Dinamarca, Finlandia y Suecia, encabezan el porcentaje de agresiones (físicas y sexuales) a mujeres dentro de la pareja, muy por encima de la media europea.
Y son los países con igualdad de género incontrovertible.
Los resultados del eurobarómetro tampoco halagan: Un 27% de los ciudadanos de la Unión Europea justifica el abuso sexual en determinadas circunstancias. Una de cada tres europeas, mayores de 15 años, ha padecido alguna vez violencia sexual o psicológica. Algo más: “el 15% de los encuestados creen que lo acaecido debe de resolverse en el ámbito privado.”
De nuevo noviembre con sus advocaciones, plegarias, cánticos. Con fementidas reflexiones y acusaciones por doquier. Menos retórica y más sinceridad podría ser consigna.En octubre del año 2014, MortenKjaerum, Director de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE,presentó el contundente resultado de un estudio sobre la violencia de género en la Unión Europea: un tercio de las mujeres, en la UE, ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de sus vidas; una de cada 20 ha sido violada. Incluye una novedad: una quinta parte de las mujeres, entre 18 y 29 años, ha estado expuesta al acoso cibernético. En la presentación del trabajo, el Directorcomparte una reflexión inusual,sin imputaciones oficiales: “Cada uno de nosotros, tanto hombres como mujeres, tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: ¿qué puedo hacer mejor?” La mayoría elude la pregunta. Teme la respuesta.

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