¿Alguien responde a la trágica situación del tránsito?

¿Alguien responde a la trágica situación del tránsito?

La libertad de tránsito es un derecho. Para ello para conducir se exige una licencia y existen leyes que controlan y castigan su inobservancia. Los accidentes son normales e imprevistos pero cuando constituyen causa primaria de mortandad no solo de conductores, muy a menudo de ocupantes de los vehículos accidentados, y hasta de terceras personas extrañas al suceso.
Los accidentes de tránsito vial, son debidos a causas imprevistas, pero también igualmente previsibles, como serían el exceso de velocidad, las imprudencias generalizadas de motoristas, la irresponsabilidad de choferes de guaguas, camiones y patanas que compiten como si estuvieran en el Derby de Kentucky, o “los niños bien” que con el mayor desparpajo montan carrera en avenidas citadinas sin importarle su suerte ni la de los demás.
Todo este desastre, aparte de los entaponamientos y las malas condiciones de carreteras, tiene que ver en alguna forma con los bajos niveles educativos en general de nuestra sociedad. Existen factores extraños y otros diversos que tornan al individuo violento, irascible, agresivo, irrespetuoso, tales son las abrumadoras desigualdades económicas, sociales y políticas que no obstante el cacareado crecimiento económico sostenible, nos mantiene ocupando los últimos peldaños en el barómetro de Latinoamérica y del mundo.
Según datos estadísticos, al 23 de agosto de 2017, un promedio de 6 personas mueren a diario en nuestro país ocupando la República Dominicana el segundo lugar entre 182 países encuestados, con una tasa de 41.7% de muerte violenta por accidente de tránsito, siendo esa la primera causa de fallecimiento. El 82% involucran a hombres y, en gran medida, a gente joven, lo que da clara señal de inmadurez, temeridad e imprudencia producto de la edad. Lo más posible es que, en lo que va de año, esa tasa de mortandad, lejos de disminuir, haya aumentado, lo que no deja de ser motivo de honda preocupación y alarma.
Ante esta realidad, ante estos resultados fatídicos que enlutan familias, uno llega a preguntarse ¿Nadie es responsable? ¿Nadie debe responder, ponerle coto a semejante desgracia? Pues desde el poder no se observa ningún vestigio, ninguna medida preventiva y correctiva efectiva que frene esta hecatombe o disminuya la magnitud de esta tragedia.
La falta de una buena educación no solo en las aulas, en la propia familia desintegrada conduce al irrespeto de la ley y el orden y la intolerancia, que se expresa en descortesía indolencia, e inconductas como los excesos señalados, y falta de autoridad de los llamados a velar por el cumplimiento de la ley y que, en cambio, abusan de sus funciones o, desprovistos de equipos necesarios, permanecen indiferentes frente a violaciones cometidas en sus propias narices, o desordenan el tránsito ignorando las señales de semáforos inteligentes, enseñando a irrespetarlos.
Todo eso parece no conmover a los que tienen la obligación de enfrentar este caos, más interesados en costosas campañas políticas y triquiñuelas para no soltar el poder, en leyes de partido y electoral que una vez promulgada se no se cumplen, como no se cumple la Constitución, mientras persisten las graves desigualdades denunciadas que generan dependencia y clientelismo, fuente de poder en una democracia secuestrada.