El Gobierno ha logrado hasta ahora desactivar los paros de los transportistas que han anunciado protestas para exigir la rebaja de los precios de los combustibles; primero fueron los de carga, agrupados en el belicoso Fenatrado, y luego la Central Nacional de Organizaciones del Transporte (Conatra), la más grande del país, a cuyo presidente, el empresario Antonio Marte, funcionarios lograron convencer de que pospusiera la paralización de más de ochenta mil autobuses que operan en las 32 provincias hasta el próximo martes, para que haya oportunidad de “hablar con el Presidente”. ¿A qué costo se neutralizará la amenaza que representan esos paros para la sagrada paz social y su quisquillosa suegra, Doña Gobernabilidad? La pregunta es oportuna y pertinente porque, como saben mis lectores y también los que no me leen, sea lo que sea lo que se les conceda a los transportistas no saldrá de los bolsillos de los funcionarios con los que están negociando sino de los bolsillos de los nobles y sufridos contribuyentes, que siempre terminamos pagando los platos que rompen los políticos en sus parrandas y francachelas, de las que solo nos toca la resaca y, desde luego, también la deuda. Solo Juan Hubieres, el Comandante Rebelde, se ha resistido a hacer el consabido viaje al Palacio Nacional o a permitir que sus obsequiosos emisarios vayan a su casa con alguna “propuesta imposible de rechazar”. El presidente de Fenatrano se niega a participar en un diálogo–negociación que, por no estar el Gobierno dispuesto a sacrificar un solo centavo de los cuantiosos recursos que recibe de la venta de los combustibles gracias a una Ley de Hidrocarburos que aplica con total discrecionalidad y ninguna transparencia, solo deja un camino, y una pregunta en el aire: ¿cuánto nos costará?