Conocemos como lealtad, a esa devoción de una persona o ciudadano con un estado, gobernante, comunidad, persona, causa o a sí misma. Y es una virtud consistente en el cumplimiento de lo que exigen las normas de fidelidad, honor y gratitud.
Sin embargo, a veces olvidamos o “confundimos” el verdadero sentido de la lealtad, y que nos dice el Señor en un capítulo de la Biblia cristiana «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Ya que la misma define un límite a la autoridad del hombre. Desde el punto de vista cristiano, existe una esfera más allá de la terrenal, y si la lealtad al hombre entra en conflicto con la lealtad a Dios, la última tiene prioridad.
Es por esto, que la misma es un valor que hace que una persona demuestre con sus acciones sinceridad, fidelidad y honestidad hacia los demás, ya sea de forma individual o colectiva. Por lo cual, la lealtad es fundamental para el buen funcionamiento de las relaciones, donde cada miembro necesita demostrar lealtad con sus compañeros, esto significa que no realizará acciones que vayan en detrimento de los objetivos grupales o que puedan afectar la vida de una persona. Y algo muy importante, es que la persona leal no cae en las manipulaciones psicológicas de otros que buscan de manera desenfrenada lograr un propósito sin que les importe que en el camino se tenga que afectar a otra persona.
Es nuestro deber el ser leal a aquellos que dependen de nosotros: familia, amigos, nuestros empleados o nuestro empleador. La lealtad es amor bondadoso en acción, es potenciada por la energía que viene hacia nuestro cuerpo al cuidar nuestras actitudes y pensamientos.
Por eso, es necesario detenernos a considerar algunas características importantes de la misma: Primero, la Firmeza hacia ideas, personas, compromisos, valores o instituciones. Segundo, la Confianza a través de sus actos.Tercero, el Compromiso y la credibilidad en lo que hace, dice o entrega. Cuarto, la Coherencia o lógica en cada acción que realiza. Quinto, la Constancia y seguridad, que forman parte de los «hábitos leales». Sexto, la Ética, como una de las principales características de lealtad. Y Séptimo, la Palabra, porque la persona leal da valor a su palabra, a sus compromisos y promesas.
Es muy diferente a eso que engloba el típico fenómeno social llamado lambonismo, que forma parte de la mesa cultural de la República Dominicana. Yo particularmente lo considero como una de las peores lacras de la sociedad, ya que estas personas para alcanzar sus objetivos, son capaces de dañar, socavar y tratar de destruir la moral de otras personas. Este tipo de personas abunda en nuestra sociedad, donde se ha convertido en instrumento de lucha utilizado por sujetos sin ningún tipo de dignidad, personas con poco sentido de lo que es la responsabilidad y mucho menos son capaces de realizar o hacer algún tipo de sacrifico, tanto físico (trabajo) como mental (estudio) para prepararse y desarrollarse como ente social, y es muy triste cuando aún abundan esos “líderes” que les encanta tener muchos de esos a su alrededor, porque inútilmente creen que por ellos, se harán cada vez más “Grandes”.
Éstas, suelen ser personas hábiles socialmente, prometen más de lo que hacen, son mentirosos, exagerados y pueden denigrar de los demás, por eso se convierten en soplones y tienen ventajas frente al resto. Aceptan sin contradecir las percepciones y disposiciones del poderoso. Pero por favor, nunca confundamos lambonismo con Lealtad. No hay nada peor que aquellos que confunden la lealtad con la aceptación de todos los errores.
Entendiendo todo lo anterior, podríamos asumir que las relaciones que hemos sabido mantener se deben en gran medida a la vivencia del valor de la lealtad. Y sobre todo, a esa lealtad consigo mismo, que puede ser el fundamento para un gran crecimiento personal. La lealtad propia evita ser víctima del autoengaño. Quien es leal consigo mismo también lo será con los demás.