Aquí todos aceptamos y reconocemos, y lo hacemos con tanta naturalidad y desparpajo que parece que celebramos una gracia y no un defecto terrible que retrata de cuerpo entero nuestra proverbial indolencia, que los dominicanos ponemos el candado después de que nos roban. La gracia se pierde cuando lo que nos roban es una vida humana, que no hay forma de reparar ni tratar con desdén, como acaba de ocurrir con el asesinato a tiros y en plena calle del Subjefe de Seguridad del Centro de Corrección y Rehabilitación Rafey-Hombres, en Santiago. Una crónica del vespertino El Nacional, citando “fuentes de entero crédito”, señala que George Adonis Adames Castro había comunicado a sus superiores que era perseguido por un exrecluso que el año pasado lo amenazó con matarlo tan pronto saliera en libertad, por lo que les solicitó que le proporcionaran una custodia. Incluso, según el diario, aprovechó una visita reciente a Santiago del Procurador General de la República, Jean Alain Rodríguez, para reiterarles que temía por su vida. El pasado miércoles esos temores se hicieron realidad cuando fue emboscado por varios individuos cuando se dirigía en su vehículo hacia su residencia, en el municipio de Esperanza, junto a varios compañeros de trabajo, uno de los cuales resultó herido de tres balazos. Siempre se ha dicho que cuando nos toca morir sencillamente nos toca y punto, que no hay forma de escapar a los inescrutables designios de La Parca. Pero tal vez la vida de ese agente penitenciario, de apenas 36 años, no hubiera terminado de manera tan abrupta y trágica si hubiera recibido, de manera oportuna, la protección que solicitó a sus superiores. ¿Aprenderemos algún día?