André Breton, Wifredo Lam y Trujillo

André Breton, Wifredo Lam y Trujillo

Hace unos años, el 10 de septiembre de 2002, el excelente pintor dominicano Silvano Lora, a propósito del centenario de su ilustre colega cubano Wifredo Lam y de la muestra pictórica de su obra que se exponía a partir del 17 de septiembre de ese año en el Museo de Arte de Moderno, relata a Zaida Corniel (Diario Libre, 10 de septiembre de 2002, p.20), la breve estada de Lam en Santo Domingo allá por los meses de mayo y junio de 1941. Lora, en esa entrevista, pone de manifiesto la impronta del maestro cubano en la plástica dominicana. Esa impronta, en tan corto tiempo, podría ser aceptada en última instancia, pero las razones, según Lora, por las que no se quedó en el país no son tan convincentes. En primer lugar, Lam no era el de la idea de venir a República Dominicana, sino el poeta surrealista francés André Breton quien se hizo también acompañar por el pintor André Masson, durante las semanas que permaneció en Santo Domingo.
La impronta de Lam en la plástica dominicana existe, sobre todo si se toma en cuenta que durante los años que siguieron a esa efímera visita en la Capital dominicana, la obra del cubano tuvo una gran influencia en la pintura del Caribe en particular y de América Latina en general.
Ahora bien, afirmar que no se quedara en Santo Domingo debido al régimen que imperaba entonces es prestarle una intención que, según los planes del grupo, nunca le pasó por la cabeza. El argumento, como es de rigor, tiene que ver con la Francia ocupada y también porque André Breton y sus amigos habían hecho una escala en su viaje a New York. Es más, la escala se prolongó porque tuvieron que esperar unos días a André Masson que aún no había obtenido su visa de tránsito y aguardaba en Martinica mientras se hacían los trámites de lugar. Al margen del hecho que Lam, más que por razones políticas, era en esos momentos una estrella ascendente y no iba a exponer su carrera tomando residencia en Ciudad Trujillo.
“Es el momento”, explica Silvano Lora, “en que Trujillo ejerce una presión tremenda sobre los artistas e intelectuales, que engarza con la política fascista europea, y además acababa de ocurrir la matanza de haitianos (1937)”. Resulta extraño pues que después de la matanza de haitianos se desatara una represión contra los artistas e intelectuales dominicanos y que, en 1939, Trujillo aceptara una cantidad considerable de refugiados republicanos españoles que se componía, en gran parte, de anarquistas, comunistas, artistas e intelectuales de la izquierda democrática cuyo aporte en la cultura dominicana moderna es de capital importancia. Todavía más, la visita de Breton en 1941 tiene una relación muy estrecha con la acogida que recibieron los republicanos españoles en República Dominicana. La prueba es que con quien más se relaciona durante su paso por Santo Domingo es con el pintor y escritor español Eugenio Fernández Granell.
Según la cronología de André Breton que aparece en el tomo III de sus “Œuvrescomplètes en la famosa Bibliothèque de La Pléiade” (París, Gallimard, 1999), el patrón del surrealismo arribó a Santo Domingo, procedente de Martinica en ruta hacia New York, efectivamente en el buque Presidente Trujillo, hacia el 25 de mayo de 1941 y en julio, sin precisión, del mismo año llegaba a su destino. Por lo menos seis semanas de estadía alojados en el hotel Palace. Supongo que hacia el 25 de mayo porque Granell, como se conoce al artista español, dice que la entrevista fue publicada “dos o tres días después de su llegada” en La Nación el 28 de mayo.
La entrevista, según el editor de las obras, Breton “la escribió de su puño y letra” y fue traducida por Granell. En ese texto el famoso escritor habla de la situación en Europa y de las razones por las que salió de Francia, así como de la situación del arte en América Latina: “Podría esperarse, a pesar de todo, cierta resistencia de parte de escritores tales como André Gide y Valery, quienes pasaban hasta entonces por ser los portavoces de la cultura francesa. Su silencio o sus tentativas de diversión parecen equivaler a una renuncia”. Y a propósito de su obra: “El otro libro, un poema titulado FataMorgana, ilustrado por Lang [sic] fue devuelto con la siguiente indicación: ‘Diferido hasta la conclusión definitiva de la paz’” (La Nación, 28/05/41). En la versión original no aparece expresamente el nombre de Lam, agregarlo, a pesar del error en su grafía, es una pertinente precisión del entrevistador y traductor.
André Breton, según Granell, “mostraba una gran curiosidad por todo cuanto veía: la vida de los isleños, las actividades de los negros, los aspectos de la vida cultural, las condiciones de vida de los españoles y de los judíos que se habían establecido en la isla…” En ningún momento hay nada que insinúe siquiera que se quisiera quedar en el país. Su opinión sobre Ciudad Trujillo es muy generosa en lo que se refiere al dictador. Si se compara mi versión del original, publicada en las Œuvres completes, con la de Granell nos damos cuenta de que éste no le cambió, en cuanto a su opinión sobre Trujillo, absolutamente nada: “Me complace tanto dar testimonio de que la República Dominicana es actualmente la esperanza de todos aquellos que, como yo, aspiran a encontrar lo que consideran como su razón de ser y de lo que algunos, en territorio francés, no están fuera de peligro. Al acordarle el tránsito [a los republicanos españoles], el gobierno dominicano da un nuevo lustre al rito de hospitalidad y de humanidad del que Francia pudo durante mucho tiempo glorificarse y el cual sus dirigentes fantasmas deshonran hoy. Sabía también, y no me han faltado ocasiones para confirmarlo, que nuestros amigos republicanos españoles han tenido aquí una acogida completamente comprensiva y fraternal. Esta acogida de parte de la población más confiada y generosa ellos tienen conciencia de deberla, ante todo, al general Trujillo que, al levantar de sus ruinas la vieja ciudad de Santo Domingo destruida para rehacer en diez años la magnífica ciudad que es hoy, dio el ejemplo a seguir y demostró que no hay desastre material o moral del que el hombre resuelto y capaz de encarnar la voluntad de los demás no pueda dominarlo”.
Esa era la etapa “liberal” de la dictadura. Bretón quedó fascinado por el trato que recibían los refugiados del fascismo. De manera que si Wifredo Lam no fijó residencia en Ciudad Trujillo no fue por razones políticas. Trujillo no era el mismo que encontró, en febrero de 1946, el poeta francés cuando ya hacía casi un año que la Segunda Guerra Mundial había terminado y que el dictador no estaba obligado a presentarse como estadista liberal. Esa podría ser una explicación aceptable a lo que dijo Breton de Trujillo en 1941. La glosa del editor de las obras no: “Trujillo no tardará en transformarse en dictador, lo que obligará a Granell a salir de la República Dominicana”.

Paradójicamente, es ese segundo viaje de Breton a la Capital dominicana que registra la memoria literaria dominicana. Es esa segunda visita la que confunde a Silvano Lora. En 1946, cuando ya la dictadura de Trujillo se había quitado la máscara liberal que le exigían los tiempos, Wifredo Lam no acompañó a Breton en su segunda y última visita a Santo Domingo.

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