Su angustia fue nuestro dolor. Cada lienzo nos perteneció y nos destruyó. Verle fue vivir y morir a partes iguales: un momento de éxtasis seguido de la más cruel decepción mientras nos perdíamos en unas pinceladas que nos descubrieron el horror de vivir dos guerras mundiales y no haber tenido claro cuál es tu lugar en el mundo.
Max Beckmann fue todo y nada. Por ello, sus cuadros sacuden cuando se descubre en la exposición que muestra el Museo Thyssen-Bornemisza, donde la semana pasada el Banco Popular organizó un coctel en honor a todos los participantes a la Feria Internacional del Turismo (Fitur).
Hablar de Beckhamn es repasar la historia de aquella Alemania sacudida por el nacismo y una Europa que luchaba y sufría, pero también se rendía ante las veleidades de una sociedad que fue dejando atrás la castidad y la mojigatería.
Sus pinturas, descritas con maestría por la guía María Corral, nos obligaron a repasar la historia y pensar en las funestas consecuencias de los nacionalismos radicales que solo traen destrucción, crueldad e indignación.
Beckhamn lo tuvo todo… y lo perdió. De estar en la cúspide pasó ser un artista encerrado en Amsterdam, donde pasó hambre y pintó sin cesar para dejar constancia de lo que vivió durante los primeros cincuenta años del siglo pasado.
Sus colores, que mutan al compás de la historia, fueron una lección imposible de olvidar, porque nos mostraron el significado de la decadencia. Ella, con crueldad, se pasea por sus cuadros y se alberga en un rincón del alma.
Momentos después, sin embargo, la noche traería más de sí. Tras el arte vendrían los discursos, que estarían a cargo de Christopher Paniagua, vicepresidente ejecutivo senior de negocios del Banco Popular; Paola Rainieri, presidenta de la Asociación Nacional de Hoteles y Turismo de la República Dominicana (Asonahores); y Francisco Javier García, ministro de Turismo, quienes resaltaron la importancia del turismo para el país.