Periodismo y Literatura: una frontera invisible

Periodismo y Literatura: una frontera invisible

El periodismo literario es un excelente recurso para narrar historias humanas y relatar aquellas que contadas dentro de las normas de redacción de un periodismo esencialmente informativo, carecerían de sentido o serían incapaces de llamar la atención del lector.

Uno de los entretenimientos más antiguos alrededor del ejercicio del periodismo ha consistido siempre en descifrar la relación que él tiene con la literatura. Muchos grandes escritores y literatos han sido primero periodistas. Y casi todos han confesado alguna vez que la práctica del periodismo, en sus diversas modalidades, mejoró notablemente su habilidad para contar historias. Son incontables las grandes historias perpetuadas en la literatura universal nacidas de las experiencias vividas por sus autores como reporteros.
Algunos de nuestros mejores novelistas y literatos han salido de las redacciones de los medios y continúan ejerciendo el oficio de periodistas. Incluso en la actualidad, muchos novelistas e historiadores lo ejercen simultáneamente, ya sea como comentaristas, articulistas o corresponsales de prensa extranjera.

La verdad es que nada resulta a veces tan difícil y complejo como diferenciar entre la realidad y la ficción. Oscar Wilde, el famoso dramaturgo y ensayista irlandés nacido en Dublín, escribió: “La verdad deja de serlo cuando la perciben dos o más personas”.

En visita al país, con motivo de su novela La fiesta del chivo, el Nobel peruano Mario Vargas Llosa confesó, en una entrevista que le hiciera para CDN, que en la práctica del periodismo ha encontrado los mejores argumentos para sus libros. El también Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, comenzó como periodista y lo fue hasta el último de sus días. Muchas de sus novelas son fantásticas historias extraídas de la realidad, que su fértil imaginación hizo creíbles.

Existe, sin embargo, una tendencia muy arraigada en el periodismo a confundir los límites de una actividad intelectual de las fronteras de la otra. Es cierto que las páginas de un periódico o de una revista, y los espacios de radio y televisión, son excelentes vehículos de promoción de los géneros literarios. Más lo es aún el hecho de que todo buen periodismo ha debido nutrirse de la más auténtica literatura y, por supuesto, de los más genuinos representantes de sus géneros. Pero periodismo es una cosa y literatura es otra. Pero todo intento de hacer literatura a través del periodismo termina en el fracaso y no logra siquiera construir buenas lecturas periodísticas.

El académico norteamericano John McPhee nos ha dicho: “Las cosas que son vulgares y chillonas en la novela funcionan maravillosamente en el periodismo porque son ciertas. Por eso hay que tener cuidado de no compendiarlas, porque se trata del poder fundamental que uno tiene en sus manos. Hay que disponerlo y presentarlo. Hay en ello mucho de habilidad artística. Pero no se debe inventar”.

No debemos confundir la calidad que una buena escritura le confiere al periodismo como un nuevo género literario. El verdadero e inapreciable aporte de la literatura a la práctica del periodismo y al mejoramiento de lo que éste ofrece al público, consiste básicamente en hacer de éste un producto con credibilidad, atractivo y de buen gusto.

Como el periodismo es no sólo una fuente de entretenimiento, sino más bien de información y orientación, y, por ende, de educación, la literatura ejerce en él una influencia positiva. Los diarios y revistas tienen que estar bien escritos porque son de más fácil acceso al gran público. De ahí la necesidad de que los periodistas se esfuercen por mejorar sus técnicas de redacción, para decir más cosas con menos palabras, y en un lenguaje lo más próximo posible a la perfección.

Como en literatura, en el periodismo las ideas, no las palabras, es lo que realmente importa. Esto no significa un desprecio de los instrumentos que el idioma pone a servicio del escritor o periodista para expresar esas ideas. Pero de nada valen las mejores palabras, si detrás de ellas no se ocultan o surgen buenas ideas.

En su libro titulado Los periodistas literarios o el reportaje personal, el escritor norteamericano Norman Sims hace la reflexión siguiente: “Las historias cotidianas que nos hacen penetrar en la vida de nuestros vecinos solían encontrarse en el mundo de los novelistas, mientras que los reporteros nos traían las noticias de lejanos centros de poder que a duras penas afectaban nuestras vidas. Los periodistas literarios reúnen las dos formas. Al informar sobre las vidas de las personas en el trabajo, en el amor, o dedicadas a las rutinas normales de la vida, confirman que los momentos cruciales de la existencia diaria contienen gran dramatismo y sustancia”.

Por eso, en opinión de Sims, en lugar de merodear en las afueras de poderosas instituciones, los periodistas literarios tratan de penetrar en las culturas que hacen posible que funcionen.

Es indudable que en la actualidad, con el desarrollo de sofisticados instrumentos de comunicación, en la era de la cibernética, algunas de las diferencias que separaban la literatura del periodismo han desaparecido o se han estrechado. Pero a todos los fines prácticos, todavía la ficción continúa siendo el alimento vital de la novela y la literatura y la pura narración de los hechos la esencia del periodismo, en su forma más tradicional u ortodoxa.

Sims explica también que al contrario de los novelistas, los periodistas literarios deben ser exactos. “A los personajes del periodismo literario se les debe dar vida en el papel, exactamente como en las novelas, pero sus sensaciones y momentos dramáticos tienen un poder especial porque sabemos que sus historias son verdaderas”, agrega el académico norteamericano, para añadir a seguidas que la calidad literaria de las obras provienen “del choque de mundos, de una confrontación con los símbolos de otra cultura real”.

Porque, a su entender, las fuerzas esenciales del periodismo literario residen en la inmersión, la voz, la exactitud y el simbolismo.

De suerte que no debe confundirse la literatura propiamente dicha con este nuevo tipo de periodismo conocido como literario y que ha tenido su máxima expresión en los años sesenta y comienzos de la década siguiente, período durante el cual en los Estados Unidos surgieron numerosos periodistas que se dedicaron a la tarea de publicar libros, muchos de los cuales contribuyeron a enriquecer el llamado periodismo histórico y la novela.

Pero aún dentro del ejercicio de este nuevo periodismo, existen reglas. Una de ellas es el límite que este nuevo y excepcional género establece entre la novela y la información, ya que esta última tiene que ser exacta.

El periodismo literario es un excelente recurso para narrar historias humanas y relatar aquellas que contadas dentro de las normas de redacción de un periodismo esencialmente informativo, carecerían de sentido o serían incapaces de llamar la atención del lector.

Obviamente, no podría hacerse en estos tiempos un buen periodismo, un periodismo de altura y calidad, prescindiendo de este nuevo género, que es el periodismo literario.

A partir del éxito de las ferias anuales del libro ha crecido el interés por la polémica antigua de cómo o cuándo una historia real puede ser convertida en ficción a través de una novela. Tal vez no podamos nunca llegar a un consenso sobre el tema. Lo que sí podemos aceptar como una regla, es que los límites de la literatura y el periodismo están dictados por la necesidad y obligación moral que tienen los periodistas de narrar las historias conforme a una visión de la realidad la más cercana a lo que la inteligencia humana nos permite.

Y que aún dentro de las libertades narrativas que la nueva forma de periodismo, conocido como literario, consiente, su distancia de géneros como la novela sigue siendo lejana, por lo que no existe peligro mayor de contaminación, tanto para un género como para el otro, que traspasar esas fronteras, resguardadas por la obligación de ser fieles a la verdad como a la imaginación.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas