Imaginemos por un momento, solo por un momento, que un turista (de cualquier nacionalidad) viajaba en el autobús de Caribe Tours cuando su chofer asesinó de un balazo en la cabeza, en plena vía pública, al motorizado mensajero con quien inició una discusión luego de un pequeño roce entre sus vehículos. Tratemos de imaginar por un segundo, solo por un segundo, lo que pudo haber sentido ese turista cuando fue testigo de ese acto de barbarie absurdo y espantoso, sobre todo luego de ser retenido como rehén junto a los demás pasajeros por el chofer que, revólver en mano, se encerró en el autobús para protegerse de la improvisada turba que pretendía lincharlo, aplicando la justicia callejera que ya vemos con tanta frecuencia en este fallido paraíso tropical. Hasta que fueron rescatados por la Policía, que se llevó preso al chofer con todo y autobús para evitar que la agresiva turba lo matara, y pudieron continuar su accidentado viaje, que de seguro nunca olvidarán, en otro autobús que les proporcionó la empresa. Lo pongo de esta manera porque son esos sucesos, entre otros tantos de violencia criminal y delictiva que recogen a diario periódicos y noticieros, los que dan origen a los comunicados como los que acaban de emitir el Departamento de Estado de los Estados Unidos y el gobierno de Inglaterra advirtiéndoles a sus ciudadanos sobre los peligros a los que se exponen si visitan a la República Dominicana. Cierto es que nuestros principales polos turísticos son seguros, como proclamó el afinado coro de voces que de inmediato salió en su defensa, pero también lo es que no puede decirse lo mismo del resto del país, que es lo que realmente importa a quienes redactan esos comunicados. Que después de todo, y a pesar de las quejas y pataleos de los que se sienten afectados por su divulgación, lo que hacen es poner en evidencia una debilidad de nuestro turismo que, lejos de minimizar, conviene encarar con carácter de urgencia.