La patria y el destino nacional en el discurso de las pioneras del siglo XX

La patria y el destino nacional en el discurso de las pioneras del siglo XX

La ciudadanía moral fue ejercida por las Maestras Normales previo al derecho al sufragio como ciudadanas. Con profundo saber político advertían que la falta de consenso y la carencia de sinceridad entre los hombres que conducían en aquel entonces el destino nacional

Para el 28 de febrero de 1923 se difundía desde San Pedro de Macorís un programa de «reconstrucción política» fundamentado en «honrar el esfuerzo heroico» que devino en la «grandiosa epopeya» de 1844. Su autora, Petronila Angélica Gómez –creadora de la revista Fémina (1922-1939), indicaba los siguientes pilares para colocarnos en el «concierto de las grandes naciones»: agricultura, la industria nacional y el bienestar social.

«Meditemos sobre la grandeza de aquel esfuerzo heroico realizada por esos gallardos campeones que se adelantaron a su época en pensamiento y en acción, y ofrendemos sobre su tumba como homenaje de recordación y gratitud, la promesa de un noble y patriótico propósito de colocarnos en el concierto de las grandes naciones (…) fomentando la agricultura como verdadera base de la riqueza de los pueblos; favoreciendo las industrias nacionales como estímulo al trabajo que vigoriza y salva las naciones; estrechando en fin, cada vez más, los vínculos de la confraternidad para que reinando una paz profunda y bienhechora, se verifique una saludable reparación político social (…)», escribía la directora de la revista Fémina en 1923.
El artículo fue publicado cuando habían transcurrido 79 años de la independencia del 27 de febrero de 1844 y las fuerzas intervencionistas estadounidenses cumplían seis años ocupando cada palmo territorial. Anhelar la patria sin soberanía, adquiría relevancia y compromiso para las Maestras Normales que como Petronila Angélica Gómez accionaban a través del periodismo, las epístolas, las juntas patrióticas, y a todas ellas, sin importales que su única ciudanía fuera la moral tomaron la palabra, alzaron la voz y construyeron discursos preclaros sobre el destino de la nación de la cual proyectaban una nueva era de libertades, nuevos bríos, la consecución de una verdadera República.
Aquellas mujeres, las pioneras del siglo XX, que son las pioneras del feminismo, pertenecían a un contexto sociodemográfico agreste de acuerdo al censo poblacional realizado por los marines y que se publicó el 24 de diciembre de 1920: representaban el 50.1 por ciento de la población (448,281 mujeres), eran parte de conglomerados rurales (solo el 16.6 por ciento residía en zonas urbanas), y las profesiones que visibilizan son las que se desarrollaban en el espacio privado: las de dulceras, costureras, tejedoras, bordadoras, cocineras y comadronas. En este desglose no se menciona a las Maestras Normales, pese a que, si aparece el renglón profesores, con un total de 915, y la existencia desde 1881 del Instituto de Señoritas Salomé Ureña y de cuya primera graduación (el 17 de abril de 1887) egresaron siete maestras. La invisibilización de la existencia de las “herederas poshostonianas” (como les llama la escritora Ylonka Nacidit-Perdomo) es un indicativo de las opresiones a la que estaban sometidas las mujeres de la época.
Podría establecerse que fueron las mujeres ilustradas, las que habían alcanzado algún tipo de instrucción formal en las escuelas normales y/o ejercían como tales, las que lideraron este proceso patriótico que impulsa una toma de conciencia íntima y colectiva a la vez.
Y, pese a que las reflexiones patrióticas de las mujeres, tal como sus contribuciones a las gestas independentistas y restauradoras, permanecen silenciadas por la historia oficial, en sus escritos reconocían el aporte que ellas hacían a estas luchas por instaurar la República en este país, tal como lo escribió María I., De Angelis de Camino (quien en Fémina firmaba también con el seudónimo María del Mar Caribe), el 22 de julio de 1922:
«La página más bella de la historia de la independencia de todos los pueblos la escribió siempre la mano pura de una mujer. El alma de la Patria dominicana está encarnada en el alma toda abnegación de la mujer dominicana».
La condición de mujer les predestinaba para edificar esta nueva restauración, y no la ocultaban las pioneras. Sin dudas, una misión que las colocaba tan lejos como en el centro del hogar, pues fue en este espacio donde emprendieron la misión política que les ilusionaba y anhelaban concretar, y así lo expresó también en el poema “La patria” la maestra normal Ercilia Pepín, el 27 de febrero de 1920, y que se publica en Fémina en 1923:
«Sea dado a mi alma de mujer cantar loores a tu agradecimiento político-social ¡Patria querida! Y ensartar el símbolo de tu restauración sobre los cedros de mi fantasía para tenderme al pie del árbol que sostiene entre las nubes el pendón glorioso, y mirarlo flamear, mientras los céfiros lo besan, las aves lo saludan, el Sol lo reverencia, y a la gran constelación de las naciones cultas lo admira como florón».
Como la maestra Pepín, para 1924, la autora del Himno a las madres, Trina de Moya, acentuaba el Ser mujer y su impronta en la construcción de un nuevo destino nacional, tomando de esta condición tanto las virtudes esperadas en los espacios privados como los alcances de la mujer en el espacio público; dicotomías que atravesaba la conciencia de las mujeres de la época. Y así lo escribe la ex primera dama:

«(…) Es la mujer! Señora del lar dominicano
de su angustia madre gloriosa encarnación,
la de candor de niño y espíritu espartano
la digna compañera del noble quisqueyano
de clara inteligencia y honrado corazón.
La asidua y estudiosa que en estudiar se afana,
y en breve alcanza título de honrosa profesión
la que es ejemplo vivo de caridad cristiana,
la que es mujer y ángel
la que es dominicana y es toda sentimiento y toda corazón».
Vencedores y vencidos… Además de perfilar las mujeres que construían la nación, las féminas desarrollaron paralelismo entre los trinitarios –considerándoles «los iluminados del 44»- y los hombres políticos que debían restaurar la patria de las tropas intervencionistas, demostrando con esto que la República solo se edificaría con los aportes de sus mujeres y sus hombres.
En el editorial “Nuestro caudillo es la patria misma”, del 15 de junio de 1924, les recuerda a los ciudadanos que ya podían decidir sobre los destinos nacionales centrar los intereses en y para «la patria». Así, Petronila Angélica Gómez escribe:
«Vencedores y vencidos: tened en cuenta solamente que para solucionar de manera cordial el complicado problema de nuestra emancipación es preciso que refundáis vuestras distintas opiniones políticas en una sola y única, que conlleve necesariamente esta esencial y noble finalidad: la soberanía de la república devuelta por el esfuerzo fraternal de sus hijos».
También, la creadora de Fémina indica las cualidades que debe tener el «ciudadano que se ocupe de la primera magistratura», siempre teniendo como modelo a los trinitarios. Gómez hace hincapié en que debe trabajar por la paz y el bienestar social para que «la república surja a una nueva vida, que respire ese ambiente de tranquilidad absoluta que se necesita para que sus hijos puedan dedicarse sin zozobras a otras actividades de bienestar individual y general».
En 1928, en la edición correspondiente al 27 de febrero, vuelve a rememorar que los trinitarios para llevar su hazaña a la concreción cultivaron la sinceridad «hicieron de ella un culto», a la lectoría alcanzada en Fémina les recuerda que «los iluminados del 44» sacrificaron sus bienes y las fortunas familiares; además, «hicieron de la independencia una causa común».
Lo escribió puesto que en el panorama político observaba una masculinidad diferente a la de la estirpe independentista, proyectando un sombrío destino nacional:
«Y es que al pasar de los tiempos se ha perdido mucho de las virtudes que a ellos asistían: sinceridad, discreción, amor propio, energía, conciencia moral y talento (…) Parece que la civilización ha ido avanzando en un sentido inverso a la moral patria».

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