La felicidad cortoplacista

La felicidad cortoplacista

José Miguel Gómez

La felicidad parece un tema no consensuado. Ha sido un tanto difícil poner de acuerdo a existencialistas, economistas, sociólogos, filósofos, psicólogos y psiquiatras, poetas y escritores. Cada quien busca darle un giro teórico de lo que supone que es la felicidad.
Desde el hedonismo se han enseñado que la felicidad tiene que ver con el placer, con vivir las autogratificaciones inmediatas, o reforzar los estímulos que nos producen sentirnos bien. Desde la filosofía y el mundo existencial, la felicidad guarda una relación estrecha entre la conquista del bienestar interior con el exterior; vivir en paz con su conciencia, su alma limpia, su bondad y su voluntad, para practicar la reciprocidad, el amor y la beneficencia hacia los demás.
Hace unas décadas, desde el Foro Económico Mundial de Davos, se viene hablando de la felicidad desde el crecimiento del PIB, para medir los resultados económicos que representan mejor calidad de los servicios, el acceso a la vivienda, la salud, los alimentos, el ahorro, las compras de bienes, o sentir la calidad y calidez de vida que te permita disfrutar donde vives. Sin embargo, el crecimiento si no se acompaña de equidad y de distribución con justicia social y servicios de calidad y de oportunidad para la mayoría de las personas, no es un crecimiento humano que favorezca la felicidad.
Pero los estudios sobre políticas y bienestar subjetivo: la felicidad en la agenda pública de David Gómez y Víctor Ortiz Ortega, relacionan lo subjetivo que es la felicidad desde el materialismo, la riqueza producida o el incremento de los ingresos, o la satisfacciones parciales que se obtiene para lograr el objetivo posible de la felicidad. Pero la felicidad es un estado de ánimo, una emoción que experimentamos, una sensación que nos produce placer, satisfacción o armonía.
Las sociedades que basan el concepto material relacionado a la felicidad saben que es insustentable, debido a que si se pierden los valores, el altruismo, la reciprocidad, la solidaridad, la afectividad y el contacto humano, no se sustenta la felicidad.
Donde hay deshumanización, indiferencia, apatía, alexitimia social e inequidad social se hace difícil sentir la felicidad. Más bien, lo que se reproduce es el egocentrismo, el narcisismo y la individualidad; y, desde allí, no se alcanza la felicidad.
El subjetivismo de la felicidad y de los momentos felices, sigue siendo tema de discusión. Pero desde lo individual, para una persona lograr la felicidad tiene que limpiar su closet emocional, su despensa y su mochila emocional. O sea, superar su pasado, sus traumas, sus experiencias y vivencias que otros les construyeron o las carencias en que le ha tocado desarrollarse.
Parece que el tema se pone más complejo, más subjetivo y menos consensuado. Pero a pesar de todo, la felicidad no es una meta ni un objetivo; es un estado de ánimo que se puede lograr a través de las actitudes emocionales positivas: alegría, compasión, amor, altruismo, reciprocidad, afectividad y la satisfacción de vivir en armonía entre lo que se dice, se hace y lo que se enseña. Literalmente, son más felices las personas que regalan, favorecen oportunidades a otras personas, se convierten en ángeles y curitas emocionales para las heridas de los demás.
Una persona mezquina, tóxica, egocentrista, perversa, manipuladora o reproductora de dolor no puede ser feliz, aunque se engañe con la felicidad cortoplacista.
La felicidad es un estado emocional, psicológico, existencial y de bienestar que se disfruta con equilibrio; a sabiendas que aparecerán circunstancias y momentos desfavorables o tediosos, que perturban la existencia; pero el estado emocional, el sentido de vida y de armonía continúa para seguir con la existencia, la pasión y las razones de vida.
El bienestar físico, financiero, familiar, social, emocional y espiritual, asumido desde el equilibrio, la equidad y la eficacia, hacen posible una felicidad de mayor existencia que la felicidad cortoplacista.

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