El camino de la duda

El camino de la duda

Creo en la capacidad del ser humano para alcanzar la verdad, impulsado por la duda y la búsqueda de definición de su situación en el mundo.

La duda es natural en el intelecto humano y es ella precisamente la que muchas veces incita a la búsqueda de la verdad. La complejidad de la vida en sus manifestaciones físicas y metafísicas es grande. Tanto que a los científicos y filósofos con frecuencia les asalta la indecisión. De ella surgen muchas de sus investigaciones. Y es que la duda es clave en la búsqueda y afirmación del conocimiento.
El asunto se extiende a tal punto que los físicos han albergado dudas al debatir sobre si el comportamiento de las partículas cuánticas (subatómicas) está previamente escrito; si la realidad se limita a seguir un guion preestablecido en el que las acciones del experimentador están programadas a través de un súper determinismo. La ciencia descubre estructuras, procesos, funcionamientos, pero cuando se trata de justificar la energía que lo mueve todo y la verdad absoluta detrás del todo se hace en extremo difícil. La “gran verdad” ha resultado impenetrable.
La duda acompaña a todo ser pensante. Por ello, una y otra vez surge la necesidad de conocer e investigar porque con demasiada frecuencia la verdad cambia, muta y se convierte en una realidad nueva, pero siempre transitoria. En el mundo de la vida ordinaria, raras veces nos complicamos con reflexiones sobre la verdad, pero en el mundo filosófico, religioso y científico la búsqueda es eterna y fundamental.
Desde el punto de vista de lo utilitario, una supuesta verdad es aceptada cuando vemos que funciona para los fines planteados. Las sociedades arriban a consensos sobre cuál es la realidad asociada a la satisfacción de sus necesidades. Entonces, la dan por buena y válida. Se trata de la realidad política que nos lleva a tomar, masivamente, ciertas conductas y decisiones que impactan a la comunidad en su totalidad.
La realidad la vemos desde lo que conocemos. Pero conocemos tan poco de todo lo que hay por conocer que creemos que la verdad absoluta es inaccesible. Si encontramos evidencia científica o empírica de lo que creemos que es real consideramos que nuestra realidad tiene coherencia y la aceptamos porque va acorde a nuestras creencias más íntimas.
La verdad científica ha sido tratada por muchos. Al respecto, Hume considera que la ciencia puede no ser la verdad, pero puede ser muy útil; Karl Popper (1999), al citar a Parménides de Elea, hace hincapié en la importancia de preguntarnos ¿qué podemos conocer? y ¿cómo podemos conocer?, preguntas estas que también se planteó Kant.
En el orden religioso,Juan Pablo II pone en evidencia y denuncia las incapacidades de la filosofía moderna: habla de lo que considera una incapacidad para elevar la mirada a lo alto, al igual que para la trascendencia. Asegura que no puede elevarse por haber abandonado la “filosofía del ser” para centrarse en el conocimiento. Asegura que el ser humano nunca podría fundar su propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira porque tal existencia estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia.
Desde mi humilde punto de vista, el ser humano nace en un mundo donde prima la incertidumbre, no es una elección. Sencillamente es… Luego, la angustia existencial en que vive inmerso el hombre actual viene dada, precisamente, por la duda, incertidumbre que lo corree y que surge de las entrañas de su situación en el mundo. El desconocimiento de su razón de ser lo lleva a una falta de plenitud propia de una vida basada en el miedo a lo desconocido. El descontento generado por la duda e incertidumbre lo mueve a actuar en busca de la verdad.
Creo en la capacidad del ser humano para alcanzar la verdad, impulsado por la duda y la búsqueda de definición de su situación en el mundo. Creo que la intuición, la razón y no solo la fe nos pueden llevar por el camino de la verdad última. Nuestras facultades cognoscitivas y metafísicas, el mito y la mística tal como lo cree el interiorismo son vías expeditas. A nivel inconsciente e intuitivo el ser humano sabe la verdad. Es por eso que en todas las civilizaciones vemos cómo el hombre y la mujer tienden a no conformarse con mantenerse en el mundo materialista, sino que buscan elevarse, y se embarcan en la búsqueda del conocimiento trascendente.
Veamos la duda que vivieron algunos grandes personajes. Descartes, autor de “El Discurso del Método”, ha sido reconocido como ícono del racionalismo occidental, sin embargo, Hans Kung, teólogo y prolífico autor suizo, presidente de la Fundación por una Ética Mundial, al dedicarle a René Descartes el primer capítulo de su libro “¿Dios existe?” repiensa a fondo las relaciones entre fe, razón y certeza; entre teología, filosofía y ciencia natural. Según Kung (2005) el hombre medieval buscaba la verdad en el libro de la naturaleza y en la Biblia; posteriormente, el hombre moderno busca en el mundo y en el propio yo.
Cuenta Kung que el joven Descartes, a la edad de 23 años, tenía la necesidad de un método exacto y así describe que le vino desde arriba la luz de una intuición maravillosa: la revelación de una ciencia admirable que es el pensamiento embrionario de todo su quehacer futuro. El ideal de una nueva ciencia unitaria universal que con ayuda del método matemático geométrico es capaz de explicar las leyes de la naturaleza y las del espíritu, la física a la par que la metafísica (Kung, 2013).
Al pasar el tiempo y ya para el 1641 el filósofo, matemático y físico francés escribe sobre los principios de la filosofía en su libro “Meditaciones”. Descartes penetra y recorre el tema de la duda que, tal como él desea y espera, no le ha de llevar a la desesperación, sino a una certidumbre exenta de toda dubitación. Kung destaca que el hombre que duda constata al punto que se puede dudar de casi todo, de todas las cosas y en especial de las mentiras y así concluye que los sentidos muchas veces nos engañan y que la certeza del mundo exterior es de todo punto dudosa. Y así cuestiona la distinción entre sueño y vigilia y habla de alucinación e ilusión y, sobre todo, habla ampliamente de la incertidumbre y de que todo puede ser puro engaño.
Por otro lado, pero en el mismo orden de ideas, al gran filósofo español Miguel de Unamuno la duda lo llevó por el camino de la búsqueda incesante de la verdad absoluta y así declara: “Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarla mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche […] (Unamuno, 1907)”.
Existen dos tipos de verdades: la última y la cotidiana o convencional. La duda sobre si la verdad absoluta existe o no es el camino hacia el gran hallazgo: la verdad última no puede ser aprendida por el raciocinio o reflexión discursiva. Y es que está más allá de las palabras porque pertenece al mundo de la vacuidad donde nada tiene realidad inherente y todo es interdependiente. En cuanto al mundo cotidiano, ante la necesidad de tomar la decisión correcta debemos tener presente los principios de las acciones y sus consecuencias (ley de causa y efecto) porque es una verdad infalible.
Reflexionemos sobre la necesidad de la filosofía de conducir a la realidad última; mostrar la naturaleza espiritual del hombre para que pueda realizarse plenamente dentro de un marco de valores y principios éticos para que encarne su naturaleza humana en el más elevado de los sentidos a través de un humanismo integral. Humanismo donde como refiere Jacques Maritain se reconozca la verdadera dignidad y los derechos del hombre, abierto a la solidaridad cultural, social y económica entre las personas, grupos y naciones con la conciencia de que una misma vocación agrupa a toda la humanidad. t
Y así, aunque aceptemos que el sujeto siempre está vinculado tal como aseveraba Foucault, logremos ver la posibilidad de dejar de ser “el sujeto que está sujeto”. Develemos las fuerzas desconocidas que nos condicionan. Emancipémonos de todo lo banal, de toda la mentira, de todo lo que haga daño, de la maldad disfrazada de cordero, de los trepadores, de las farsas presentadas fuera del teatro. Y ante la duda, que surge natural como un mecanismo de protección saludable; ante esa duda que incita a investigar, veamos una oportunidad para encontrar la verdad.

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