Los intelectuales y la política

Los intelectuales y la política

En la vida republicana hubo intelectuales que aparecieron a la sombra del poder. A ellos debemos la expresión pública de políticos ágrafos. Miles de cartas y soluciones a los problemas diarios que pasaron por los consejos de un ilustrado.

1Para los propósitos de esta reflexión, no es necesario definir el concepto de intelectual. Esta es una categoría muy poco específica. Lo que nos interesa ahora es ver cómo se manifiestan los llamados intelectuales en sus prácticas con relación a la articulación del poder.

2En República Dominicana la tradición del pensamiento ha sido muy débil y sumamente repetitiva de modelos importados. Pero las prácticas de los intelectuales frente a la política, es decir, frente al ordenamiento de la ciudad, es una constante que podemos rastrear en la historia de las ideas.

3Generalmente, el intelectual ha sido el amanuense, el escriba, el productor simbólico que construye escenarios en los cuales él puede situarse de manera individual y resolver los problemas de su propia sobrevivencia. De construirse así mismo.

4La construcción de sí es su mayor logro. Muchas veces lo que hacen los intelectuales es sólo un pretexto para erigirse en un ágora que no les da espacio. Que constantemente se lo niega. El intelectual está amarrado a las ideas de Platón, cree que desde su mundo de ideas podría gobernar. Es decir, se cree el filósofo gobernante. El mejor modelo de este tipo de intelectual es Joaquín Balaguer. Y en la actualidad otros siguen su camino.

5En la vida republicana hubo intelectuales que aparecieron a la sombra del poder. A ellos debemos la expresión pública de políticos ágrafos. Miles de cartas y soluciones a los problemas diarios que pasaron por los consejos de un ilustrado. El caso más interesante es el de Manuel Rodríguez Objío, de quien se dice, fue secretario de Pedro Santana. Y luego secretario de Juan Pablo Duarte en Venezuela y, finalmente, secretario de Luperón, de quien se cree tuvo mucho que ver con la escritura de su autobiografía.

6Rodríguez Objío tenía una idea clara de la insuficiencia de los trinitarios para manejar el aparato del Estado. Creía que era una clase minoritaria y que les faltaba experiencia política. Rodríguez Objío quiso también ser un político pragmático. Se curtió en la escuela de la tradición y como ilustrado sabía cuáles eran las deficiencias de clase de la juventud más extraordinaria que funda en las ideas la República, pero que la práctica política era otra.

7Rodríguez Objío cambió de bando. Pasó del partido de los conservadores al partido de los liberales. Pero el destino de su fuga le costó la vida. Fue fusilado por los conservadores. Aunque participó en la guerra de la restauración de la República y en levantamientos revolucionarios, tal vez su final estuvo más ligado a su inconsistencia política. Las complicaciones de la política que él mismo pensó lo situaron en la débil frontera en donde la vida y las ideas se definen. Rodríguez Objío es uno de nuestros intelectuales fundacionales más interesantes. Su vida fue tronchada por la política. Él no fue el único, varios poetas fueron también fusilados. Y la narrativa construye, desde la novela “La sangre” de Tulio M. Cestero, la figura del joven intelectual y su relación problemática con el poder.

8Del siglo XIX nos quedan dos figuras del intelectual liberal. Uno es el poeta Félix María del Monte. Fue febrerista y luego amanuense de Buenaventura Báez. Pero por muchos años le dio la base simbólica a uno de los partidos más entreguistas de la historia dominicana. Báez fue de los pocos presidentes del siglo XIX que asistió a una universidad. Del Monte tiene la gloria de retomar y convertir en un mito nacional las acciones de los jóvenes liberales. Dicen que Báez fundó el Colegio San Buenaventura. Hasta su muerte fue considerado, a pesar de ser partidario de la anexión a Estados Unidos, un febrerista y fundador de la república letrada.

9Alejandro Woss y Gil sabía que un vicepresidente no hacía más que ver el tiempo pasar. Y se dedicaba en el palacio a leer enciclopedias. Tenía un bagaje que poco podría poner en función en la vida de la práctica del gobierno de la ciudad. Él es el modelo del ilustrado que, dentro de la política, se mantiene como el hombre ejemplar sin funciones prácticas. Él está ahí para que el poder se justifique como un poder de sabios.

10Otros intelectuales y escribas, principalmente del período de Lilís, que son deudores de escribas de Santana (los que negociaron la anexión a España o aquellos que negociaron la anexión de la bahía de Samaná o los acuerdos fronterizos de Ulises Heureaux con Haití), son dignos de una monografía particular. Sus prácticas nos muestran el origen de la intelectualidad dominicana y la formación de una tradición del servilismo del pensamiento frente a la fuerza que ha dirigido las velas de la República por el rumbo menos deseado.

11En las últimas décadas, el mundo intelectual que nos ha tocado vivir muestra esas fisuras entre política y pensamiento. Entre las construcciones simbólicas, las ideas y la vida hay unas prácticas que no se diferencian mucho; es copia del accionar del pasado, en el que el intelectual se ubica como amanuense del poder. Él busca un espacio para subsistir. Su fuerte es la Propaganda. A estos no siempre les cabe el nombre de intelectuales. En muchas ocasiones, provienen del mundo del derecho como del mundo del periodismo. Se levantan cada día y se creen que tienen el país no solo en su mente, sino también en sus bolsillos. Para ellos lo importante no es que exista una ética de la política, sino que sus ideas produzcan réditos. De ahí su lucha por obtener puestos que les permitan estar matriculados en el presupuesto nacional.

12Tradicionalmente los espacios de los intelectuales son muy reducidos. El trabajo en el sistema educativo siempre ha sido precario. Es difícil vivir de profesor. El sistema no ha creado un entramado en el que el intelectual pueda vivir de sus méritos; ni el mundo letrado ha creado una comunidad de lectores que pueda hacer que el intelectual viva de sus obras. Juan Bosch y Balaguer fueron esos modelos de intelectuales de doble práctica. Podemos trazar el itinerario de ambos. Y pensar por qué Juan Bosch dejó de escribir ficciones y por qué Balaguer, cuando cesó su mandato de doce años, comenzó a escribir una memoria novelada. En los discursos de Balaguer había también una ficción política.

13Sin espacio en la ciudad letrada que les permita reproducir la vida material, con un espacio universitario sumamente empobrecido, no solo por el salario, sino por el ambiente respectivo, los intelectuales han venido a llenar las instituciones culturales. La fundación de la Comisión Presidencial de Cultura y todo el entramado institucional que ha seguido muestra los espacios conquistados por los productores simbólicos de nuestra sociedad. Han sido a veces más moralistas que esos periodistas que, gracias al poder de la radio y la televisión, han hecho muy necesaria la propaganda. De ahí que el mundo letrado está más interesado en las comidillas políticas que en la literatura. Aunque esta actúe como un pivote para construir las imágenes que se venden en los programas de televisión o de la radio.

14Para constituirse a sí mismos, para reinventarse, los intelectuales hacen una escritura ancilar, repetitiva, y se inventan prácticas dentro del mundo institucional que pueden ser leídas como simulacros para sí, o para el poder político. De ahí que lo fundamental no se cuestiona. Son intelectuales sin preguntas y en su pensar y actuar existe un abismo entre práctica y teoría. Porque su teoría es la práctica del poder y el vivir dentro del poder. Las excepciones confirman la regla (continuará).

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