La Poesía Sorprendida acometió la empresa estética más ambiciosa y rica que conozca la poesía dominicana, desarrollando una ingente labor de difusión y conocimiento del arte universal.
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La formulación de lo nacional de Domingo Moreno Jimenes es una suerte de fabulación ideal de nuestras estructuras imaginativas y antropológicas, de acuerdo a “una metafísica de lo cotidiano”, que aspiró dar cohesión a nuestra especificidad en el mundo.
La Poesía Sorprendida acometió la empresa estética más ambiciosa y rica que conozca la poesía dominicana, desarrollando una ingente labor de difusión y conocimiento del arte universal. Los sorprendidos, según sus ideales, estaban con “el mundo misterioso del hombre universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre”. A la inmediatez postumita, según el poeta y novelista dominicano Andrés L. Mateo, los sorprendidos oponían un hombre abstracto, puesto que lo universal no puede existir, sino a través de lo particular. “Lo curioso es que la noción de universal de los sorprendidos implicaba, según Mateo, en esencia, la propia negación. Se trataba de un dilema falso, puesto que se partía y se concluía en el universal. Y como en la vieja polémica de Realistas y Nominalistas, en la realidad que imponía al pensamiento el proceso social que se vivía, lo que primaba era la trascendencia, entendida a la manera medieval, y no podía ser de otra manera, puesto que este movimiento surge en un momento en el cual la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo alcanzó su mayor fortaleza, e imponía la autocensura al creador”.
Esa voluntad, en principio enigmática de los sorprendidos, de independizarse “hasta el tiempo”, admite varias lecturas. Si el tiempo se identifica con la historia, puede pensarse en una propuesta de desasimiento de esta última, en un enganche del espacio hipotético que separaría la vida del lenguaje (y no se cumpliría uno de los postulados de la poesía de vanguardia). Si en los poetas sorprendidos la metáfora se lee como ruptura de un tiempo presente, no deseado, que invoca un tiempo futuro colocado más allá de la época que les toca vivir, lanzarse hacia adelante no parecería entonces escapismo, sino voluntad de construcción, de creación del propio tiempo, de la propia modernidad como algo distinto de la contemporaneidad, gesto que parece definitorio de la propuesta del vanguardismo de los poetas sorprendidos.
Desde esta perspectiva, la poesía dominicana no podrá ser pensada como “mero reflejo” de las europeas, sino como la evidencia de lo que muestra: consolidaciones posibles de universos paralelos de imágenes, alegorías y ritmos diversos a través de expresiones lingüísticas muy particulares.
Con los poemas vanguardistas del poeta dominicano Vigil Díaz (1880-1961), y la publicación de su libro Góndolas, en el año 1912, se introduce la dinámica de la multiplicidad de la polisemia o la pluralidad de sentidos, en la que expresa una concepción laica, específicamente moderna de la vida y del proceso histórico mediante el empleo de juegos rítmicos y piruetas verbales.
Manuel del Cabral, en su libro Compadre Mon (1940), funda el registro universal de una posible “prosodia criolla”. En Trópico íntimo (1930-1946), Franklin Mieses Burgos crea un espacio crítico cargado de connotaciones oníricas, referidas a la “violencia opresiva” en la cual vivía la República Dominicana durante la dictadura de Trujillo.
Con el poema Yelidá (1942), Tomás Hernández Franco elabora un mundo mestizo, mediante una alegoría épica, la cual se desarrolla en Haití, mezclando mitos de la religiosidad popular antillana (vudú), con ideas y leyendas escandinavas.
Con la publicación en 1998 del poemario Last metamorfosis de Makandal, Manuel Rueda instaura un universo mágico-religioso de creencias populares, al ironizar la “conducta ortopédica del poder político” en la República Dominicana, simulando una “ética de hermandad” unida a la historia del pueblo haitiano.
En el año de 1987 José Mármol publicó La invención del día, inventando un espacio de fantasías, mitos y leyendas, de seres cotidianamente atormentados, más allá de cualquier objetividad y entorno y, con el texto Utopía de los vínculos del año 1982, Cayo Claudio Espinal empieza a forjar la idea arquetípica de nuestra conciencia, escindida y manipulada por el desconocimiento de nuestra historia.
Fijamos esta nómina de libros capitales, pese a que ya explicamos que, en lugar de entender la poesía dominicana en términos de movimientos—una visión eficaz, que alinea el texto con los numerosos movimientos sociales y políticos que ayudan a conferir a las vanguardias su carácter dinámico único, que transmiten el convulso sentido de estar siempre en movimiento, yendo en todo momento a alguna parte (aunque no siempre sabiendo adónde)—, la poesía de vanguardia dominicana ha de entenderse en términos dialécticos de entropía y creatividad o para usar los términos de Arnheim, ha de analizarse a partir de las mórbidas fuerzas catabólicas y saludablemente anabólicas que la hacen auto-contradictoria. Esto rebasa las diferencias estilísticas y conceptuales y hace honor al hecho que virtualmente todos los movimientos poéticos son “erupciones” de corta vida.
A sabiendas, pues, de esto, ¿pudiésemos afirmar que los poetas vedrinistas, postumistas o sorprendidos lograron crear una expresión original que revele en las estructuras materiales de la lengua los rasgos axiológicos de nuestra más íntima ontología? Claro que sí. Sin embargo, podría argüirse que textos poéticos como el mencionado Yelidá: Rosa de Tierra, de Rafael Américo Henríquez; Los Huéspedes secretos, de Manuel de Cabral; Círculo, de Lupo Hernández Rueda; Banquetes de aflicción, de Cayo Claudio Espinal; Lengua de paraíso, de José Mármol; Opio territorio, de Alexis Gómez Rosa; El Fabulador, de José Enrique García; Pseudolibro, de León Félix Batista; entre otros, trabajan y transforman los valores estéticos que no encontramos en los textos de los movimientos antes citados. Sin embargo, estos textos por ser poemas singulares y únicos, constituyen un sistema de tradición y rupturas a lo interior de la poesía dominicana, pues la tradición prefigura un campo de reenvíos dinámicos que sitúa y redefine permanentemente una literatura, de acuerdo a la calidad de sus obras y sus hallazgos precedentes, y el lugar que éstos ocupan en el plano de lo universal.
Esta afirmación que -en relación con el modernismo de la poesía dominicana- podría parecer contradictoria con la vanguardia de los poetas compendiados, me parece que afianza la pertinencia del compendio, según la cual los poetas seleccionados responden a un giro poético que va desde el “intimismo analítico”, pasando de lo antipoético, irónico y coloquial a la “pulsión barroca” de un estilo radical y hermético. Verbigracia, Domingo Moreno Jimenes, Rafael Américo Henríquez, Tomás Hernández Franco, Manuel Rueda, Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce, Lupo Hernández Rueda, Pedro Mir, Aída Cartagena Portalatín, René del Risco Bermúdez, Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa, los ochentistas José Mármol, José Acosta, León Félix Batista, Carlos Rodríguez, e incluso los poetas del nuevo milenio, Homero Pumarol, Frank Báez, Alejandro González, entre otros.
En el mismo trayecto del sol. Poesía dominicana 1894-1984 se intenta mostrar diversos aspectos verbales y expresivos imbuidos de una nueva actitud, cuya finalidad no es hallar resultados, sino procesos, dinámicas y ritmos que se manifiestan dentro de lo marginal, lo residual, lo incoherente, lo heterogéneo o, si se quiere, lo impredecible que coexiste con nosotros en el mundo de cada día.
Tales movimientos y estilos suponen por fuerzas lenguajes muy diferentes y la comunicación entre ellos no suele ser directa, pero, para los lectores siempre se abrirán pasadizos inesperados que permitirán el tránsito entre un punto y otro de cada uno de los poetas escogidos.