Un libro para la inocencia de los sentidos: Trueno robado, de Alexis Gómez Rosa

Un libro para la inocencia de los sentidos: Trueno robado, de Alexis Gómez Rosa

Lo que está ofreciéndonos el haijin es la esencia de ese esplendor de la primavera, de esa plenitud que no se opone a nuestra vida…

Quienes hayan seguido de cerca la producción poética de Alexis Gómez Rosa conocen la calidad estética y la exigencia creativa que lo proyectan como uno de los autores fundamentales de la poesía dominicana contemporánea. Esto, sin lugar a dudas, lo reconoce la crítica que ha seguido atentamente sus publicaciones destacando la importancia de su obra dentro y fuera de las fronteras de la República Dominicana. En conjunto, su poesía pone en perspectiva un universo de distintas experiencias y tonalidades, un universo que trata los grandes y humildes temas de la vida, y de una poesía que por la fuerza de su intuición creadora es un ejemplo de pulcritud y laboriosa pasión. En el recorrido y presentación de uno de sus libros más recientes (Máquina olandera y otras olas de lava &lanman, 2014) el crítico dominicano Armando Almánzar-Botello ha expresado unas razones difíciles de ignorar: “¿Poesía genuina? Existen múltiples, diversas vías para descubrirla, para disfrutarla. Una de esas vías regias para llegar a la gran poesía la traza Alexis Gómez Rosa con el rigor centelleante de su vigoroso trabajo creador” [ ]. Nada más expresivo y certero que este comentario.
Vayamos ahora nosotros a detenernos un momento en un discurso poético que exige otros registros, otra construcción verbal, otras contemplaciones. Me refiero al libro de haikus, Trueno robado [ ]. Libro que tiende una línea espiritual hacia aquella primera experiencia que sorprendía a los lectores y advertía ya el entusiasmo del poeta Alexis Gómez Rosa hacia el mundo del haiku. Sobre este hecho, el crítico Aquiles Julián destaca aquí aquella primera producción poética: “Ya en un primer aporte High Quality; Ltd., en 1985, Alexis hizo la introducción formal del haikú a nuestra poesía, no como pieza aislada, no como ejercicio ocasional, sino como todo un libro dedicado a medirse contra las exigencias de ese fenómeno poético” [ ]. En Trueno robado el poeta regresa a la fórmula del haiku. Nos acerca nuevamente a ese breve acto que sustenta nuestra relación con el entorno mediante la contemplación y el azar; el sencillo mundo de una compleja escritura cuyo propósito es captar la impresión del momento, lo que ocurre e invade nuestros sentidos impregnándolos de una profunda emoción. Esto nos los explica uno de los grandes estudiosos del haiku, el escritor español Vicente Haya: “Un haiku es una instantánea de la realidad. El haiku no transforma el mundo; te pone en contacto con él, te lleva a él, te introduce en él. No explica la realidad, ni la embellece; la muestra. Porque parte de la base de que el mundo es perfecto” [ ]. Ciertamente la naturaleza es perfecta y diseña las impresiones de nuestro caminar por el mundo, impresiones que pueden perdurar en nosotros toda la vida. Pero el haiku no es una búsqueda afanosa de una interpretación de la realidad, ni conlleva el propósito de resolver los problemas que impactan nuestra fe o nuestro sentido de la vida, ni ofrece tampoco soluciones a nuestros conflictos existenciales; es un estímulo que surge instantáneamente y atrapa nuestras sensaciones. Acontece frente a la momentánea expresión de las cosas que nos rodean y trazan las frágiles pisadas de nuestro caminar por el mundo. En este sentido Alexis Gómez Rosa se ha impregnado de la tradición del haiku para captar el hondo palpitar de las cosas que lo impactan, lo que surge inesperadamente y lo conmueve. Sin duda, para dar fe de la grandeza del haiku, y para llevarnos a reflexionar sobre la misión de esta poesía en nuestro ser y las cosas que nos rodean. Por eso, el sugestivo título, Trueno robado, sostiene más de una intensa realidad. Una realidad que no necesita recurrir a explicaciones literarias o inmiscuir el yo del poeta en el reducido mundo del haiku ya que, “Una de las funciones del haiku es transformarnos, abandonar nuestros laberintos mentales y oxigenar nuestro mundo interior…” [ ].
Valga aquí esta aclaración, pues las experiencias recogidas en estos haikus nada tienen que ver con el mundo oriental, sino con el trópico, y más exactamente, con la realidad del paisaje, la flora y hasta la gastronomía dominicana y caribeña. Versan sobre las cosas que podemos compartir o evidencian nuestra realidad o responden a nuestro modo de vida y relacionarnos con el entorno. El lenguaje mismo nos provee las claves de este contexto cultural y del paisaje caribeño: membrillo, ciguas, pan, uvas de playa, palma real, casabe, tabaco. Todo lo que acontece en estos haikus, mirados dentro de los contextos culturales, geográficos y lingüísticos, conforman la totalidad de un mundo al que estamos acostumbrados y, a la vez, de una realidad muchas veces ignorada por la mirada.
En los haikus 14 y 15 la “niebla” protagoniza la intensidad que resalta la realidad del paisaje. Todo cae dentro de esa visión traspasada por la niebla. La mirada entra en conformidad con un espacio donde las cosas parecen desrealizarse, reflejar una especie de ilusoria apariencia que envuelve a quienes la contemplan. Todo está en calma, todo incita a la contemplación. Es el momento más oportuno para que la mirada vague por la fina capa de niebla depositada sobre el paisaje:

14 15
Blanca la niebla Niebla, la blanca
frente a la ventana: niebla sombra despierta.
paisaje inerte. Ilusión Plena.

Los haikus dialogan entre sí. Colocados uno al lado del otro, se prestan para que nuestras miradas recojan lo que aparentemente sucede en la distancia o fuera de esa ventana. Pero en realidad, lo que sucede queda oculto detrás de la neblina. Por eso, estar allí contemplando la neblina puede reservar más de un secreto en la mirada del haijin: la neblina como un camino difuso que traza nuestras vidas. En este sentido, la blanca niebla y la ventana que da al paisaje configuran el sentimiento que hace posible la construcción del haiku. Estamos contemplando un paisaje traspasado por un color rojizo y transparente. El haiku se abre igual que la ventana para que el espacio exterior nos sumerja lentamente entre las luces y sombras de una ilusoria realidad.
Para concluir, fijémonos en el haiku 76. En las flores del roble y en lo que sugiere esa primavera como temporalidad de la vida en el tiempo. Se trata de una vivencia en perfecta plenitud con la estación de la primavera, el renacer de los múltiples colores de la flora y del follaje que absorbe el cántico de las aves frente al paisaje. Estamos con el haijin contemplando la primavera, observamos el mundo que nos muestra. Tornamos nuestra mirada hacia el roble y su maravilloso florecer. Es primavera y dejamos que nuestro corazón goce jubiloso de lo que nos ofrece el roble como referencia y transformación de la naturaleza: Flores del roble. / Primavera que habla / de sol a noche. Sabemos que no se trata solo de la primavera, estamos también ante la vida de un árbol; en particular, un roble cuya fortaleza solemos asociar simbólicamente con la fortaleza física o espiritual de algunas personas. Es por lo tanto este roble el que da la bienvenida a esa “primavera que habla” mostrándonos la autenticidad de la vida. Lo que está ofreciéndonos el haijin es la esencia de ese esplendor de la primavera, de esa plenitud que no se opone a nuestra vida, sino que la traspasa, la convierte en profunda armonía. Por eso, no hay nada extraño en la voz que nos habla para que abandonemos nuestra ceguera espiritual: Primavera que habla / de sol a noche. Sí, se trata de una vivencia, de un modo racional y claro de interpretar la belleza mágica del mundo, y despojarnos de nuestra indiferencia para escuchar la voz de la primavera que nos habla de sol a noche.

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