1960: Desfile para Trujillo en Higüey

1960: Desfile para Trujillo en Higüey

A “sotto voce se decía que el siquiatra brasileño Pezoa de Cavalcanti se encontraba aquí porque “El Ilustre Jefe” precisaba de ciertos tratamientos muy especiales. Se agregaba que el científico carioca había recomendado para su paciente contactos con las multitudes, especialmente los largos desfiles de los fines de semanas.

El día anterior del desfile de Higüey, allá llegamos Luis Acosta Tejeda, Ramón Rivera Batista y un servidor (que soy yo).

En la noche fuimos invitados a un encuentro-agasajo con el señor síndico y el presidente de la junta del Partido Dominicano, que a la sazón lo eran Don Emilio Méndez Núñez y don Adolfo Valdez. Un poco avanzada la noche nos llevaron al hotel.

Rivera Batista ocupó una habitación de una sola cama y a Acosta y a mí nos correspondió un cuarto con dos camas. Al lado del lecho de Acosta, había una mesa con un radio, un compañero lo encendió y como un tiro entró Radio Habana, con un expresivo y luengo discurso del Comandante Castro Ruz. No pensamos que habíamos dejado la puerta junta y no cerrada como hubiese sido lo correcto. También las luces las dejamos prendidas. Y tampoco calculamos que por la quietud y el silencio de la noche el discurso del “Comandante”, lo estaban escuchando otros. Y ocurrió que empujaron la puerta. Y a la vista tuvimos un corpulento caballero, que en las comarcas orientales se desempeñaba como responsable “del temido SIM”.

El aludido nos vio, nos reconoció y dijo: “Ah, son ustedes. Todo está bien. No pasó nada y siempre he creído que ese caballero pensó que estábamos escuchando al Jefe de la Revolución Cubana, para rendir un informe.

Al otro día ¡Trujillo en Higüey! Y los micrófonos de La Voz Dominicana funcionando. La primera transmisión nos tocó desde la antigua y legendaria iglesia. Monseñor Pepén Solimán predicaba los católicos tiros. Y Trujillo a corta distancia, con la vista clavada en él. El amo y señor tenía puestos unos lentes de finos cristales. Y en un instante me pareció ver que de esos cristales salían vivas llamitas. Pensé en ese instante que de los ojos de ese hombre hasta candela salía. Luego calculé que se trataba del reflejo de las llamas de unos grandes cirios que encendidos estaban.

Después de la misa, salimos para la segunda transmisión. El desfile de las fuerzas vivas de la provincia. Frente a los micrófonos Acosta, Rivera y yo, diciendo lo que ocurría, narrando lo que sucediendo estaba. Vi que al palco de Trujillo subieron los abogados Arévalo Cedeño y un hermano. Le mostraron “al Jefe” unos papeles y él señaló que los llevaran a la tribuna de los  locutores. Me encontraba frente a los micrófonos y pude ver que los compañeros locutores examinaron de qué se trataba. Y me pasaron dichos papeles, para que les diera lectura. Tuve mucha suerte y creo que la “Chiquita de Higüey” me ayudó. Y pude enfrentarme con los papeles sin equivocarme. Pues se trataba de “La Fundación De la Cristiana Villa De Salvaleón De Higüey”, y ¡Oh prodigio! Esos viejos documentos estaban redactados en castellano antiguo. Parece que los preclaros manes de Antonio de Nebrija, el sabio autor del Primer Diccionario de la Lengua Castellana, me iluminaron para que saliera bien de la difícil tarea que los queridos compañeros me encomendaron.

Terminó nuestra labor; pero vino lo que no teníamos programado. La superiora de las monjitas me dijo que nos invitaban a visitarlas, para brindarnos un dulce especial. Y además para regalarnos unas cadenitas y estampas de la virgen. Se lo comuniqué a los compañeros Acosta y Rivera. Y de visita llegamos a la monjil residencia. Pero ocurrió que el capitán Taveras nos andaba buscando y no nos encontraba. Hasta que por fin nos localizó en la casa de las monjas. Nos expresó que nos requerían, para una transmisión desde la Iglesia Nueva. Lo acompañamos, pero los técnicos dijeron que por falta de una línea telefónica no era posible lo que se pretendía… Los compañeros Acosta y Rivera se preocuparon de que en esos días de dificultades con “El Clero” nos encontraran en la monjil residencia… Tal pareció que me echaran la culpa a mí… Y me dejaron abandonado y de prisa salieron para la Capital. ¡Cosas Veredes Sancho, Que Hasta Las Piedras “hablarán”! Así le dijo El Caballero de La Mancha a su fiel escudero, que era el marido de Teresa Panza y el padre de Sanchito Panza. ¡Cosas verdes!

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