¿Es determinante la ética protestante en el surgimiento del capitalismo?

¿Es determinante la ética protestante en el surgimiento del capitalismo?

¿Es determinante la ética protestante en el surgimiento del capitalismo?
«La idea de una relación directa entre la doctrina de Calvino y el capitalismo moderno es difícil de defender…»

En 1978, Henri Meschonnic entregó a sus estudiantes un papel de trabajo titulado “El marxismo excluido del lenguaje” para discutirlo en su Seminario de Poética.
Cuando se discutió aquel documento de trabajo, me quedó, durante algunos años, la preocupación por lo dicho por Meschonnic, contrario a lo que planteó Max Weber en su libro de 1904-05 La ética protestante y el espíritu del capitalismo y las opiniones rotundas de algunos discursos de la oralidad sociológica que repetían como verdad inconclusa la tesis weberiana.
A mi regreso al país, lo publiqué en dos partes en la revista Cuadernos de Poética 7 (1985) y 8 (1986): Para actualizar el debate en torno a las ideas que se discutían en Europa y, en segundo lugar, para combatir el racionalismo positivista que ha predominado en los discursos de los cientistas sociales y los historiadores dominicanos.
La refutación del ensayo de Meschonnic a la tesis de Weber se contrae a dos párrafos que cito a continuación: «Max Weber presupone, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, la existencia de la relación de la que estudia solamente las modalidades. El ‘encadenamiento de circunstancia’ acaba en ‘encadenamiento causal’. Su pregunta comienza así: ‘¿de qué manera algunas creencias religiosas determinan la aparición de una mentalidad de economía’, dicho de otro modo, el ‘ethos’ de una forma de economía?». Una primera inteligibilidad parece sicológica. Las minorías serían atraídas por la actividad económica ‘por el hecho mismo de su exclusión, voluntaria o involuntaria, de las posiciones políticas influyentes. Sus miembros más dotados buscan satisfacer así una ambición que no encuentra forma de emplearse al servicio del Estado.» (Art. citado, p. 9).
La expresión “parece sicológica” implica que a la teoría weberiana le falta la evidencia o demostración fáctica y a seguidas el gran sociólogo alemán alude al ejemplo de los judíos en Europa desde “hace dos mil años”, o sea, desde que fueron llevados como esclavos a Roma luego de la destrucción del templo de Jerusalén y la conquista por Tito de toda la Judea y terminaron desparramados por toda la geografía europea, norafricana y asiática.
Al desarrollar su pensamiento y situar los efectos ideológicos y políticos del discurso de Weber, Meschonnic añade: «Pero el soporte de ese sicologismo es filológico. Está construido con la palabra alemana Beruf, trabajo-vocación, ‘tarea de la existencia’, aproximado al inglés calling con su ‘connotación religiosa –la de una tarea impuesta por Dios–.» (Ibíd., p. 9).
Este sicologismo de las creencias religiosas como determinantes de la forma de economía se redobla con un problema filológico, al cual le falta una teoría del lenguaje y la literatura. Meschonnic concluye con la pregunta siguiente: «¿el ‘espíritu del capitalismo’ depende de la historia de la traducción de una palabra?» (Art. citado, p. 10).
Una derivación de dicho sicologismo radica en identificar a los judíos con el dinero y la codicia (Carlos Krause, El ideal de la humanidad para la vida. Madrid: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003, fragmento 128 [1811, 1871]) y a partir de los escritos de Marx y Engels sobre la cuestión judía se redobla el mismo estereotipo que ha marcado a esa etnia, la cual, desde la Edad Media, ha salido, como dice Meschonnic, perdedora en todos los conflictos guerreristas mundiales. En ese mismo ensayo, Meschonnic estudia el instrumentalismo social a escala mundial que afecta a los judíos desde el momento mismo en que se les identificó con el dinero y no se les estudia como un problema de la acumulación originaria.
En la edición de las Obras de Juan Calvino en la Biblioteca de la Pléiade de Gallimard (París, 2009), Francis Higman y Bernard Roussel liquidan, en la introducción, los restos del sicologismo de la tesis weberiana: «Se debe igualmente mencionar, en nombre de los estereotipos, la tesis según la cual calvinismo y capitalismo mantendrían una relación directa (…) Calvino otorgó a la ‘vocación’ una dimensión nueva: el término pierde su connotación estrictamente eclesiástica y se puede responder de ahora en adelante a una ‘vocación’ en cualquier dominio honesto. El trabajo de un comerciante, de un artesano, es tan noble como el de un pastor o de un monje y no por eso posee menos valor espiritual. Por otro lado, la ascesis asociada al calvinismo prohíbe que el dinero, más allá de lo estrictamente necesario, se gaste en residencias suntuosas, joyas, vestidos. Se colige que el calvinista consecuente acumulará riquezas que invertirá en su empresa, contribuyendo así al aumento de su capital, testimonio de lo cual es el impulso de las grandes potencias económicas desde el siglo XVII. Holanda, Inglaterra, Escocia y los territorios de las colonias de América del Norte.» (P. XXXV).
Como colofón a la elucidación del cliché weberiano, Higman y Roussel afirman: «La idea de la influencia de una ‘ética del trabajo [calvinista]’ en el desarrollo del capitalismo moderno es seductora. Pero la argumentación que acabamos de resumir ha sido sistemáticamente desmontaba durante un siglo de debates aparecidos desde la publicación de la tesis de Weber. Así: el capitalismo existía ya antes de la Reforma, principalmente con los banqueros italianos y alemanes. La noción de ‘vocación’ que acoge Weber debe más a Lutero que a Calvino, para quien la vocación es un ‘freno’ y una barrera para impedir a los hombres que se extralimiten en su impulso hacia la sobrevalorización de sí mismos. Weber se refiere sobre todo a los puritanos americanos del siglo XVII y, más allá, a aquellos que buscaban principalmente establecer una relación entre su éxito comercial y su elección religiosa, que aspiraban a verificar en su existencia el silogismo práctico que Calvino nunca enseñó. Ningún argumento permite establecer una filiación directa entre calvinismo y capitalismo. Ella es sin embargo frecuente en la historiografía: ¡es una forma de homenaje!» (P. XXXVI).
El punto final al debate lo cierran Higman y Roussel con estas palabras: «La idea de una relación directa entre la doctrina de Calvino y el capitalismo moderno es difícil de defender. Pero es interesante observar que Calvino es el único gran reformador a cuyo propósito se evoca semejante problema. O sea, simplemente, hasta qué punto el reformador de Ginebra tuvo una influencia (aunque fuera indirecta) no solamente sobre la evolución religiosa de su época, sino también sobre la vida económica y social del mundo moderno.» (Ibíd., p. XXXVI).
Antes de la Revolución francesa a las personas como los judíos, que ejercían oficios manuales o viles, al no pertenecer a la nobleza y la aristocracia, les estaba vedado el gobierno de las naciones. Pero tan pronto como fueron creados los Estados nacionales europeos a finales del siglo XIX, la nobleza y la aristocracia fueron descartadas del ejercicio de los gobiernos con la implantación de los regímenes parlamentarios elegidos por el voto directo y entonces los judíos accedieron a los cargos más importantes de los gobiernos (economía, finanzas, banca, industria y cultura). Los Estados Unidos sería un segundo ejemplo de esta situación. Donde se establecieron monarquías parlamentarias, la realeza reina, pero no gobierna en virtud de una conciliación de clases debida a una relación conflictiva de poder.
La acumulación originaria de la burguesía jugó un papel estelar en la formación, industrialización y creación del Estado nacional tal como existe hoy en Europa y Francia fue la primera en integrar como ciudadanos a los judíos en su proyecto económico, cultural e ideológico de nación.

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