1982
Cada año trae sus chispas

<STRONG>1982</STRONG><BR>Cada año trae sus chispas

POR MIGUEL D. MENA
1789, 1844, 1965 son años de gente restregándose los ojos, de pólvora que te llega hasta los huesos, de un rojo tiñiéndolo todo.

Miramos a nuestros fantasmas y aparte de las velitas celebrando no sé qué años, ahí estarán los años, a escoger, para cada quien los suyos.

Yo me quedo con el 1982.

Freddy Mercury cantaba con David Bowie «Under pressure», advirtiéndonos desde un principio que Nueva York era peligroso.

Los militares argentinos se lanzaban por las Malvinas, y a luego a ese chiste de que no les fue tan mal en esa guerra kamikaze, porque al final, «quedaron en segundo».

Grace Kelly moría entre chatarras, sin papparazzis a la vista pero daba igual, luego sería Lady D y las velitas que no se apagan aunque todos sabríamos que Sir Elton John en algún momento tendría que cepillarse y quitarse la peluca, los lentes y buscar por dónde diablos se apagaba la lamparita.

Paolo Salvatore pegaba su primer y último hit, «mi corazón es delicado / tiene que estar muy bien cuidado / trátalo bien / si lo has robado / cuídame, quiéreme, bésame, así.»

Todo mundo pegaba algo, debajo de los escritorios, en las sábanas. Todo se empapaba de sudores, de lágrimas, año tan acuoso como ese ninguno, meses esos en los que volvíamos y rompíamos con el feto, cuando un viaje al Mercado Modelo era la constatación de que los robinsones locales estaban al final de sus vidas vendiendo longaniza, arbejas, de que todo estaba tan húmedo, tantos pañuelos despidiendo, sábanas secándose al aire, como si hubiese que tirar algo blanco entre el balcón y la nube de Silvio.

Y ahí estaba Silvio con «Unicornio», y «por quien merece amor», y «Te molesta mi amor, /mi amor de juventud, / y mi amor es un arte en virtud». También caía de refilón la pólvora de siempre, esta vez Nicaragua y los sueños malamente reciclados de justicia y verdeolivo y el sombrero de Sandino que al final no dio para tanto, al final siempre lo mismo, el Mercedes Benz de Jannis Joplin, los funcionarios gorditos, el aire permanente de perfume de duty free en las maletas y al lado de las medallas revolucionarias.

1982 fue un año repleto de canciones, escoja usted, estimado, hipócrita lector…

Qué manera de pensarnos a través de las canciones que oímos y tal vez cantamos, cuáles sombras tendremos que no estén acompasadas por el latido de unas palabras, el coro al teléfono, las puertas que nunca serán puertas porque habrá palabras de espanto y de ternura impidiéndoles el cierre.

Dulces, las agrias no se pagan.

Como chamanes en la prejubilación, había que afilarse la madurez, la gravedad en las cuerdas vocales, buscarse otra almohada, dejar el agua de Colonia en su puesto, muchacha, porque eso sólo es para horasantas y el tiempo no está para un locrio.

Llovía.

Siempre llovía en 1982.

Paul McCartney y Stevie Wonder chocaban las cabezas con «Ebony and ivory».

Alan Parson’s Project lanzaba «Eye in the sky». Había gente que hablaba de revolución»…

De los teloneros locales ni hablar.

Luis Días había llegado de Nueva York pero andaba en Moscú, sí, «Moscú no cree en lágrimas» pero por ahí estaba el Terror, sin pantaloncitos cortos pero en un konsomol, daba lo mismo. En la gramita de Economía no las teníamos fácil. El Frente Flavio Suero vigilaba más que una mosca. Al motor de la revolución le falta aceite. Martha Rivera decía que la revolución era el camino, pero que no sabía si era de una vía o de doble vía. Debo confesarlo una vez más: su poema «Twenty Century» fue toda una revelación, la confirmación de que en ese 1982 ya los ochenta habían pasado y aunque Foucault y Cortázar y Poulantzas estuviesen aún vivos, había que buscarse su casette para que la estación del desencanto y los sábados sin sus cafecitos fuesen más soportables.

En 1982 la Cinemateca estaba en sus buenas y nosotros al final, más golpeados que una abeja, aferrados a algo que no sabríamos sería lo último de Pink Floyd -The Wall. Ahí estaban los que luego se fueron, Alexis Guerrero que se fue a Praga, Oscar Barahona que se fue al cielo, Mercader, que estará a estas horas tras las huellas de la Policía Montada en algún iceberg quebecois, Maricarmen en España y su Mundial de futbol y perdida en la red sin saber que sería casi para siempre, Alejandro Moliné atrapado en algún tema de Air Supply y America y Allman Brothers, Germán Pérez catapultado a la fama de su autorretrato, Raúl Abinader , extraviado luego en Time Square y sin saber qué hacer con el paquete de mentas verdes, porque tampoco hay que exagerar en esta noche en que los leones no salen de sus maderas y la sal falta para el sancocho y la ronquera es la consecuencia de esta alegría dominguera.

En 1982 el presidente Antonio Guzmán se sienta en un sillón de barbero por última vez y Jacobo Majluta por primera y último y también Jorge Blanco lo mismo.

¿Qué le puede pasar a un país donde hasta el presidente se suicida?

1982, año del Escogido y de Pedro Guerrero, La Negra Pola, de Cheché Abréu y del corito poniéndonos locos en El Takito, y de los helados de Los Imperiales, y de Blade Runner para acabar, y los replicantes hasta en las flores de plástico del Palacio de la Esquizofrenia.

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