Desde muy temprano, el filólogo español Rafael Seco nos enseñó que el lenguaje no es lógico sino arbitrario. Quería dejar en nuestro conocimiento la idea de que las cosas no vienen con un nombre o una sola forma de identificarlas por esencia, por naturaleza, sino que es el hombre quien las denomina para interactuar con los hechos del habla y relacionarse con eficacia.
Esto no aproxima coloquialmente para un intercambio entre iguales. Ejemplo, cuando digo/grajo/, podríamos hacer referencia a un ave semejante al cuervo con cuerpo de color violáceo negruzco y la base del pico desprovista de plumas.
Así define a esta ave, en la primera aplicación de la entrada/grajo/ en la vigésima segunda edición del Diccionario de la lengua española (DRAE), 2001.
La academia informa que el vocablo nos llegó a través del latín «graculus´´, que escribimos /grajo/. Más tarde acudimos a la enciclopedia del idioma de Martin Alonso y allí se consigna que la introducción de dicha palabra fue en el siglo XV.
Naturalmente, enciclopedias y diccionarios suelen o deben incluir otras aplicaciones o significados de cualquier termino que incluyan en su «galerada´´. Así fue como el DRAE consigna en aquella edición varios pormenores del vocablo que nos ha tocado el día de hoy. En efecto el DRAE nos ofrece, como americanismo, el significado /grajo/, a la palabra/ sobaquina/ en este caso y ahora son palabras sinónimos, pero de diferentes etimologías. Y establece que este empleo se encuentra en hablar de los Antillas Colombia, Ecuador y Perú.
Con todo, el Diccionario de americanismos, de la auditoria de la Asociación de academias de la lengua española, agrega a esas localidades: panamá, Cuba, República Dominicana, y precisa: noroeste de Colombia. Explican para la parificación de /grajo/ y sobaquismo/: olor fuente y desagradable procedente del sudor de las axilas.
El DRAE cueva con esta acepción: en Cuba, le llaman /grajo/ a una planta de olor fétido(…) flores blancas y frutos globosos(…) y proporciona un madera muy dura, de color rojo.
La red que vincula a un entramado y convierte hasta en sinónimos la estructura de fonemas y grafemas, a veces muy alejados de sonidos y escrituras a partir de una realización morfofonemática, como de alguna manera está en la urdimbre el latinismo /graculus/ que nos dio el ave: /grajo/, el árbol de igual grafía y la fetidez, que se encuentra en el árbol y se liga con sobaquina/ que es un descenso a los sobacos de las personas.
Podemos hablar del canto de una mesa, o llamarlo /borde/, o canto: Yo canto, un verbo en presente de indicativo, relacionado con la música/. Aún más empleo el término en sentido figurado: Le /canto/ la verdad a cualquiera. Sin embargo debo darle su escritura o entonación a cada elemento gramatical empleado, porque si produzco una elevación distinta en el tono de la voz o marco esa rayita o signo que se escribe generalmente de arriba abajo, y que llamamos acento o tilde, según realicemos el acto de habla: /cantó/ nos mantenemos con el verbo/cantar/pero en tiempo pasado y tercera persona gramatical.
Queda dicho: El lenguaje no es una forma o recurso encapsulado por la intención o capricho individual. El lenguaje pertenece a todos, vale decir, a pequeños grupos y a colectividades. Y cuando nacemos ya él está ahí. Su eficacia y su utilidad provienen del carácter arbitrario, que permite su ampliación y enriquecimiento a cargo de los propios hablantes. No lo podemos adecuar a principios lógicos inflexibles que imposibiliten el intercambio entre personas y sociedades.
El lenguaje, pues, no es lógico sino arbitrario. Cada sistema con sus peculiaridades pero al arbitrario de sus hablantes. Si no, ¿por qué llaman /fontanero/ a quienes en Dominicana le decimos /plomero/?